Mensajes Selectos Tomo 1

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El arrepentimiento es un don de Dios

El arrepentimiento, tanto como el perdón, es el don de Dios mediante Cristo. Mediante la influencia del Espíritu Santo somos convencidos de pecado y sentimos nuestra necesidad de perdón. Sólo los contritos son perdonados, pero es la gracia de Dios la que hace que se arrepienta el corazón. El conoce todas nuestras debilidades y flaquezas, y nos ayudará. 1MS 414.3

Algunos que acuden a Dios mediante el arrepentimiento y la confesión, y creen que sus pecados han sido perdonados, no recurren, sin embargo, a las promesas de Dios como debieran. No comprenden que Jesús es un Salvador siempre presente y no están listos para confiarle la custodia de su alma, descansando en él para que perfeccione la obra de la gracia comenzada en su corazón. Al paso que piensan que se entregan a Dios, existe mucho de confianza propia. Hay almas concienzudas que confían parcialmente en Dios y parcialmente en sí mismas. No recurren a Dios para ser preservadas por su poder, sino que dependen de su vigilancia contra la tentación y de la realización de ciertos deberes para que Dios las acepte. No hay victorias en esta clase de fe. Tales personas se esfuerzan en vano. Sus almas están en un yugo continuo y no hallan descanso hasta que sus cargas son puestas a los pies de Jesús. 1MS 415.1

Se necesitan vigilancia constante y ferviente y amante devoción. Pero ellas se presentarán naturalmente cuando el alma es preservada por el poder de Dios, mediante la fe. No podemos hacer nada, absolutamente nada para ganar el favor divino. No debemos confiar absolutamente en nosotros mismos ni en nuestras buenas obras. Sin embargo, cuando vamos a Cristo como seres falibles y pecaminosos, podemos hallar descanso en su amor. Dios aceptará a cada uno que acude a él confiando plenamente en los méritos de un Salvador crucificado. El amor surge del corazón. Puede no haber un éxtasis de sentimientos, pero hay una confianza pacífica permanente. Toda carga se hace liviana, pues es fácil el yugo que impone Cristo. El deber se convierte en una delicia, y el sacrificio en un placer. La senda que antes parecía envuelta en tinieblas se hace brillante con los rayos del Sol de Justicia. Esto es caminar en la luz como Cristo está en la luz. 1MS 415.2