Mensajes Selectos Tomo 1

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Capítulo 52—Cristo nuestro sumo sacerdote*

Cristo, el Divino Portador del Pecado

La Justicia demanda que el pecado no sea meramente perdonado, sino que debe ejecutarse la pena de muerte. Dios, en la dádiva de su Hijo unigénito, cumplió esos dos requerimientos. Al morir en lugar del hombre, Cristo agotó el castigo y proporcionó el perdón. 1MS 399.1

Por el pecado, el hombre ha sido separado de la vida de Dios. Su alma está paralizada por las maquinaciones de Satanás, el autor del pecado. Por sí mismo, es incapaz de comprender el pecado, incapaz de apreciar la naturaleza divina y de apropiarse de ella. Si fuera puesta dentro de su alcance, no hay nada en ella que pudiera anhelar su corazón natural. El poder seductor de Satanás está sobre él. Todos los ingeniosos subterfugios que puede sugerir el diablo son presentados a su mente para evitar todo buen impulso. Cada facultad y poder que Dios le ha dado han sido usados como armas contra el divino Benefactor. Así, aunque Dios lo ama, no puede impartirle con seguridad los dones y bendiciones que desea conferirle. 1MS 399.2

Pero Dios no será derrotado por Satanás. Envió a su Hijo al mundo para que, por haber tomado la naturaleza y forma humanas, la humanidad y la divinidad combinadas en él elevaran al hombre en la escala de valores morales delante de Dios. 1MS 399.3

No hay otro camino para la salvación del hombre. Dice Cristo: “Separados de mí nada podéis hacer”. Juan 15:5. Mediante Cristo, y sólo mediante él, las fuentes de la vida pueden vitalizar la naturaleza del hombre, transformar sus gustos y hacer que sus afectos fluyan hacia el cielo. Mediante la unión de la naturaleza divina con la humana, Cristo podría iluminar el entendimiento e infundir sus propiedades dadoras de vida al alma muerta en delitos y pecados. 1MS 400.1

Cuando la mente es atraída a la cruz del Calvario, en una visión imperfecta, Cristo es discernido en la vergonzoza cruz. ¿Por qué murió? A consecuencia del pecado. ¿Qué es pecado? La transgresión de la ley. Entonces se abren los ojos para ver el carácter del pecado. La ley es quebrantada pero no puede perdonar al transgresor. Es nuestro ayo, que condena al castigo. ¿Dónde está el remedio? La ley nos lleva a Cristo, que pendió de la cruz para que pudiera impartir su justicia al hombre caído y pecaminoso y así presentar a los hombres ante su Padre en su propio carácter perfecto. 1MS 400.2

En la cruz, Cristo no sólo mueve a los hombres al arrepentimiento hacia Dios por la transgresión de la ley divina (pues aquel a quien Dios perdona hace primero que se arrepienta), sino que Cristo ha satisfecho la Justicia. Se ha ofrecido a sí mismo como expiación. Su sangre borbotante, su cuerpo quebrantado, satisfacen las demandas de la ley violada y así salva el abismo que ha hecho el pecado. Sufrió en la carne para que con su cuerpo magullado y quebrantado pudiera cubrir al pecador indefenso. La victoria que ganó con su muerte en el Calvario, destruyó para siempre el poder acusador de Satanás sobre el universo y silenció sus acusaciones de que la abnegación era imposible en Dios y, por lo tanto, no era esencial en la familia humana. 1MS 400.3

El puesto de Satanás en el cielo había sido el siguiente después del del Hijo de Dios. Era el primero entre los ángeles. Su poder había sido degradante, pero Dios no podía mostrar al enemigo en su verdadera luz y poner a todo el cielo en armonía con Dios haciéndolo desaparecer con sus malas influencias. Su poder estaba en aumento, pero el mal no había sido reconocido todavía. Era un poder mortífero para el universo, pero por la seguridad de los mundos y del gobierno del cielo era necesario que se desarrollara y revelara en su verdadero carácter. 1MS 401.1