Mensajes Selectos Tomo 1

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Capítulo 37—“Así también yo os envío”*

La Encarnación: Naturaleza de Cristo

“Como me envió el Padre, así también yo os envío”. Juan 20:21. Hemos de dar un testimonio tan definido en cuanto a la verdad como es en Jesús, como lo dieron Cristo y sus apóstoles. Confiando en la eficiencia del Espíritu Santo, hemos de testificar de la misericordia, la bondad y el amor de un Salvador crucificado y resucitado, y ser así instrumentos mediante los cuales sean despejadas las tinieblas de muchas mentes, haciendo que de muchos corazones asciendan hasta Dios agradecimiento y alabanza. Hay una gran obra que ha de ser hecha por cada hijo e hija de Dios. Jesús dice: “Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre”. Juan 14:15, 16. En su oración por sus discípulos, Cristo dice que no sólo oró por los que estaban en su presencia inmediata, sino “también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos”. Juan 17:20. Otra vez dijo: “Habéis oído que yo os he dicho: Voy, y vengo a vosotros. Si me amarais, os habríais regocijado, porque he dicho que voy al Padre; porque el Padre mayor es que yo”. Juan 14:28. Así vemos que Cristo ha orado por los suyos y ha hecho promesas abundantes para asegurarles el éxito a sus colaboradores. El dijo: “Las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre”. Juan 14:12. 1MS 308.1

¡Oh qué gran privilegio pertenece a los que creen y obedecen las palabras de Cristo! Lo que nos capacita para vivir una vida de santidad es un conocimiento de Cristo como el que lleva los pecados, como la propiciación de nuestras iniquidades. Ese conocimiento es la salvaguardia de la felicidad de la familia humana. Satanás sabe que sin ese conocimiento seríamos arrojados a la confusión y despojados de nuestra fortaleza. Desaparecería nuestra fe en Dios, y seríamos dejados como presas de cada artimaña del enemigo. Este ha trazado astutos planes para destruir al hombre. Su propósito es proyectar sombras infernales, como la mortaja de la muerte, entre Dios y el hombre, a fin de que pueda ocultar a Jesús de nuestra vista, de modo que olvidemos el ministerio de amor y misericordia, y quedemos cortados de todo conocimiento posterior del gran amor y poder de Dios hacia nosotros, y fuera del alcance de todo rayo de luz del cielo. 1MS 309.1

Sólo Cristo pudo representar a la Deidad. El que había estado en la presencia del Padre desde el principio, el que es la expresa imagen del Dios invisible, fue el único capaz de cumplir esta obra. Ninguna descripción verbal podía revelar a Dios ante el mundo. Dios mismo debía ser revelado a la humanidad mediante una vida de pureza, una vida de perfecta confianza y sumisión a la voluntad de Dios, una vida de humillación tal que habría rehuido aun el más encumbrado serafín del cielo. Nuestro Salvador revistió su humanidad con divinidad a fin de hacer esto. Empleó las facultades humanas, pues sólo adoptándolas podía ser comprendido por la humanidad. Sólo la humanidad podía alcanzar a la humanidad. Vivió el carácter de Dios en el cuerpo humano que Dios le había preparado. Bendijo al mundo viviendo en la carne humana la vida de Dios, mostrando así que tenía el poder para unir la humanidad con la divinidad. 1MS 309.2