La Verdad acerca de los Angeles

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Isaías

En los tiempos de Isaías, la idolatría misma ya no provocaba sorpresa. Las prácticas inicuas habían llegado a prevalecer de tal manera entre todas las clases que los pocos que permanecían fieles a Dios estaban a menudo a punto de ceder al desaliento y la desesperación... VAAn 139.3

Pensamientos como éstos embargaban a Isaías mientras se hallaba bajo el pórtico del templo. De repente la puerta y el velo interior del templo parecieron alzarse o retraerse, y se le permitió mirar al interior, al lugar santísimo, donde el profeta no podía siquiera asentar los pies. Se le presentó una visión de Jehová sentado en un trono elevado, mientras que el séquito de su gloria llenaba el templo. A ambos lados del trono, con el rostro velado en adoración, se cernían los serafines que servían en la presencia de su Hacedor y unían sus voces en la solemne invocación: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria”. Isaías 6:3.—La Historia de Profetas y Reyes, 227-228. VAAn 140.1

Una gloria indescriptible emanaba del Personaje sobre el trono, “y sus faldas llenaban el templo”... Querubines a ambos lados del trono brillaban con la gloria que los rodeaba por estar en la presencia de Dios. Cuando sus cantos de adoración resonaban con profundas notas, los pilares de la puerta temblaban como sacudidos por un terremoto. Estos seres santos cantaban sus alabanzas y brindaban gloria a Dios con labios no contaminados por el pecado. El contraste entre la débil alabanza que Isaías estaba acostumbrado a brindar a su Creador y las indescriptibles loas de los serafines, llenó al profeta de temor reverente y un sentimiento de indignidad. Por un momento tuvo el sublime privilegio de apreciar la pureza sin tacha del exaltado carácter de Jehová. VAAn 140.2

Mientras los ángeles cantaban: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria”, la inigualable majestad, la gloria, y el infinito poder del Señor pasaron ante el profeta en visión, e hicieron una impresión indeleble en su alma. Ala luz de esta extraordinaria y refulgente revelación del carácter divino, su propia indignidad interior se hizo claramente manifiesta. Sus propias palabras le parecieron viles.—The Review and Herald, 16 de octubre de 1888. VAAn 141.1

Los serafines, que moran en la presencia de Dios, cubren sus rostros y sus pies con sus alas al ver al Rey en su hermosura. Cuando Isaías vio la gloria de Dios, su alma fue postrada en el polvo. El resultado inmediato de la visión que tuvo el privilegio de presenciar fue un sentimiento de su propia indignidad. Este será siempre el resultado sobre la mente humana cuando los rayos del Sol de justicia brillen gloriosamente sobre el alma... Cuando la gloria de Cristo es revelada, el agente humano no encuentra gloria en sí mismo, porque la deformidad de su alma se hace manifiesta y el orgullo y la glorificación propia se extinguen. Muere el yo, y Cristo vive en su lugar.—Bible Echo and Signs of the Times, Diciembre 3, 1894. VAAn 141.2

Tal era la perspectiva que arrostraba Isaías cuando fue llamado a la misión profética; sin embargo no se desalentó, pues repercutía en sus oídos el coro triunfal de los ángeles en derredor del trono de Dios: “Toda la tierra está llena de su gloria”. Isaías 6:3. Y su fe fue fortalecida por visiones de las gloriosas conquistas que realizará la iglesia de Dios, cuando “la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar”. Isaías 11:9.—La Historia de Profetas y Reyes, 275. VAAn 141.3