Testimonios para los Ministros
Capítulo 3—Las santas escrituras
¿Cómo escudriñaremos las escrituras?
¿Cómo debemos escudriñar las Escrituras a fin de entender lo que enseñan? Debemos abordar la investigación de la Palabra de Dios con corazón contrito, espíritu de oración y disposición a ser enseñados. No hemos de pensar, como los judíos, que nuestras propias ideas y opiniones son infalibles; ni, como los papistas, que ciertos individuos son los únicos guardianes de la verdad y el conocimiento, y que los hombres no tienen derecho a investigar las Escrituras por sí mismos, sino que deben aceptar las explicaciones dadas por los padres de la iglesia. No debemos estudiar la Biblia con el propósito de sostener nuestras opiniones preconcebidas, sino con el único objeto de aprender lo que Dios ha dicho. TM 105.1
Algunos han temido que si admitían haberse equivocado en un solo punto siquiera, otras mentes se verían inducidas a dudar de toda la teoría de la verdad. Por lo tanto, han creído que no debiera permitirse la investigación, que ésta tendería a la disensión y la desunión. Pero si tal ha de ser el resultado de la investigación, cuanto antes venga tanto mejor. Si hay personas cuya fe en la Palabra de Dios no resiste la prueba de una investigación de las Escrituras, cuanto antes se manifiesten, tanto mejor; pues entonces se abrirá el camino para mostrarles su error. No podemos sostener que ninguna posición, una vez adoptada, ninguna idea, una vez defendida, no habrá de ser abandonada en circunstancia alguna. Hay solamente Uno que es infalible: Aquel que es el camino, la verdad y la vida. TM 105.2
Los que permiten que el prejuicio impida que la mente reciba la verdad, no pueden ser receptáculos de la iluminación divina. Sin embargo, cuando se presenta una interpretación de las Escrituras, muchos preguntan “¿es correcta? ¿está en armonía con la Palabra de Dios?” sino “¿quién la sostiene”, y a menos que venga precisamente por el medio que a ellos les agrada, no la aceptan. Tan plenamente satisfechos se sienten con sus propias ideas, que no quieren examinar la evidencia bíblica con el deseo de aprender, sino que rehúsan interesarse, meramente a causa de sus prejuicios. TM 105.3
El Señor a menudo obra donde nosotros menos lo esperamos; nos sorprende al revelar su poder mediante instrumentos de su propia elección, mientras pasa por alto a los hombres por cuyo intermedio esperábamos que vendría la luz. Dios quiere que recibamos la verdad por sus propios méritos, porque es la verdad. TM 106.1
La Biblia no debe ser interpretada para acomodarse a las ideas de los hombres, por largo que sea el tiempo en que las tuvieron por verdaderas. No hemos de aceptar la opinión de los comentadores como la voz de Dios; ellos eran mortales sujetos a equivocarse como nosotros. Dios nos ha dado facultades razonadoras a nosotros tanto como a ellos. Debemos permitir que la Biblia sea su propio expositor. TM 106.2
Cuidado en presentar nuevas interpretaciones
Todos deben tener cuidado en presentar nuevas interpretaciones de la Escritura antes de haberlas estudiado a fondo y estar plenamente capacitados para sostenerlas con la Biblia. No introduzcáis nada que cause disensión si no tenéis una clara evidencia de que en ello Dios está dando un mensaje especial para este tiempo. TM 106.3
Pero guardaos de rechazar aquello que es verdad. El gran peligro para nuestros hermanos ha sido el de depender de los hombres, y hacer de la carne su brazo. Los que no han tenido el hábito de escudriñar la Biblia por sí mismos, o de pesar la evidencia, tienen confianza en los hombres prominentes y aceptan las decisiones que ellos hacen; y así muchos rechazan precisamente los mensajes que Dios envía a su pueblo si esos hermanos prominentes no los aceptan. TM 106.4
Nadie debe pretender que tiene toda la luz que existe para el pueblo de Dios. El Señor no tolerará esta condición. El ha dicho: “He aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar”. Aun cuando nuestros hombres prominentes rechacen la luz y la verdad, esa puerta permanecerá aún abierta. El Señor suscitará a hombres que den a nuestro pueblo el mensaje para este tiempo. TM 107.1
La verdad permanecerá
La verdad es eterna, y el conflicto con el error sólo manifestará la fortaleza de esa verdad. Nunca hemos de rehusarnos a examinar las Escrituras con aquellos de quienes tengamos razones para creer que desean saber cuál es la verdad. Suponed que un hermano sostiene un punto de vista que difiere del vuestro, y que viene a vosotros, proponiéndoos que os sentéis con él para hacer una investigación de ese punto de las Escrituras. ¿Debéis levantaros, llenos de prejuicio, y condenar sus ideas, negándoos a escucharlo imparcialmente? El único procedimiento correcto sería el sentaros como cristianos para investigar la posición presentada a la luz de la Palabra de Dios, la cual revelará la verdad y desenmascarará el error. El ridiculizar sus ideas no debilitará su posición en lo más mínimo si fuera falsa, ni fortalecerá vuestra posición si fuera la correcta. Si las columnas de nuestra fe no soportan la prueba de la investigación, es tiempo de que lo sepamos. Ningún espíritu de fariseísmo debe tener cabida entre nosotros. TM 107.2
Las escrituras han de ser estudiadas con reverencia
Hemos de abordar el estudio de la Biblia con reverencia, sintiendo que estamos en la presencia de Dios. Toda liviandad y frivolidad debe ser dejada a un lado. Aunque algunas porciones de la Palabra se entienden con facilidad, el verdadero sentido de otras partes no se discierne con rapidez. Debe haber paciente estudio y meditación y ferviente oración. Todo estudioso, al abrir las Escrituras, debe solicitar la iluminación del Espíritu Santo; y la promesa segura es que será dado. TM 107.3
El espíritu con el cual os aboquéis a la investigación de las Escrituras determinará el carácter de los que os asistan. Angeles del mundo de la luz estarán con los que con humildad de corazón buscan dirección divina. Pero si la Biblia se abre con irreverencia, con un sentimiento de suficiencia propia, si el corazón está lleno de prejuicio, Satanás estará a vuestro lado y colocará las declaraciones sencillas de la Palabra de Dios en una luz pervertida. TM 108.1
Hay algunos que tratan con ligereza, usando el sarcasmo y aun la burla, a los que difieren de ellos. Otros presentan una colección de objeciones a cualquier interpretación nueva, pero cuando estas objeciones son claramente contestadas por las palabras de las Escrituras, no reconocen la evidencia presentada ni admiten estar convencidos. Sus preguntas no tenían el propósito de llegar a la verdad, sino la mera intención de confundir la mente de los demás. TM 108.2
Algunos han pensado que es una evidencia de agudeza y superioridad intelectual el sumir en la perplejidad las mentes con respecto a cuál es la verdad. Recurren a una sutil argumentación, al juego de palabras; toman injusta ventaja haciendo preguntas. Cuando sus preguntas han sido claramente contestadas, cambian de tema y saltan a otro punto para evitar tener que reconocer la verdad. Debemos cuidarnos de albergar el espíritu que dominó a los judíos. No querían aprender de Cristo, porque su explicación de las Escrituras no estaba de acuerdo con las ideas de ellos; por lo tanto lo espiaban en su camino, “acechándole, y procurando cazar alguna palabra de su boca para acusarle”. No traigamos sobre nosotros la terrible denuncia de las palabras del Salvador: “¡Ay de vosotros, intérpretes de la ley! porque habéis quitado la llave de la ciencia; vosotros mismos no entrasteis, y a los que entraban se lo impedisteis”. TM 108.3
Con sencillez y fe
No requiere mucho conocimiento o capacidad el hacer preguntas difíciles de responder. Un niño puede hacer preguntas que pueden dejar perplejos a los hombres más sabios. No nos empeñemos en una competencia de esta clase. Existe en nuestro tiempo la misma incredulidad que había en los días de Cristo. Hoy, como entonces, el deseo de promoción y de alabanza de parte de los hombres descamina al pueblo de la sencillez de la verdadera piedad. No hay orgullo tan peligroso como el orgullo espiritual. TM 109.1
Los jóvenes deben investigar las Escrituras por sí mismos. No deben pensar que es suficiente que los de más experiencia busquen la verdad y que los más jóvenes pueden aceptarla cuando proviene de ellos, considerándolos una autoridad. Los judíos perecieron como nación porque fueron apartados de la verdad de la Biblia por sus gobernantes, sacerdotes y ancianos. Si hubieran hecho caso a Jesús, e investigado las Escrituras por sí mismos, no habrían perecido. TM 109.2
Hay jóvenes en nuestras filas que están vigilando para ver con qué espíritu los ministros abordan la investigación de las Escrituras, si es que están dispuestos a ser enseñados y si son suficientemente humildes para aceptar la evidencia y recibir la luz de los mensajeros que Dios decide enviar. TM 109.3
Debemos estudiar la verdad por nosotros mismos. No debe confiarse en nadie para que piense por nosotros. No importa de quién se trate, o cuán elevado sea el puesto que ocupe, no hemos de mirar a nadie como criterio para nosotros. Debemos aconsejarnos mutuamente, y estar sujetos los unos a los otros; pero al mismo tiempo debemos ejercer la capacidad que Dios nos ha dado, para saber cuál es la verdad. Cada uno de nosotros debe pedir al Cielo la iluminación divina. Debemos desarrollar individualmente un carácter que soporte la prueba en el día de Dios. No debemos ser obstinados en nuestras ideas, y pensar que nadie debe interferir nuestras opiniones. TM 109.4
Cuando un punto de doctrina que no entendáis llegue a vuestra consideración, id a Dios sobre vuestras rodillas, para que podáis comprender cuál es la verdad y no ser hallados como lo fueron los judíos luchando contra Dios. Mientras amonestamos a los hombres a precaverse de aceptar cualquier cosa a menos que sea la verdad, debemos también amonestarlos a no poner en peligro sus almas rechazando mensajes de luz, sino a salir de las tinieblas por el estudio fervoroso de la Palabra de Dios. TM 110.1
Cuando Natanael fue a Jesús, el Salvador exclamó: “He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño”. Natanael dijo: “¿De dónde me conoces?” Jesús respondió: “Cuando estabas debajo de la higuera, te vi”. Y Jesús nos verá también en los lugares secretos de la oración, si buscamos luz para saber cuál es la verdad. TM 110.2
Si un hermano está enseñando el error, los que ocupan puestos de responsabilidad debieran saberlo; y si está enseñando verdad, deben ponerse resueltamente de su lado. Todos nosotros debemos saber lo que se enseña en nuestro medio, pues si es la verdad, necesitamos conocerla. El maestro de la escuela sabática necesita conocerla, y todo alumno de la escuela sabática, debería comprenderla. Todos tenemos la obligación hacia Dios de comprender lo que él nos envía. El ha dado instrucciones por las cuales podemos probar toda doctrina. “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido”. Pero si está de acuerdo con esta prueba, no estéis tan llenos de prejuicio que no podáis aceptar un punto, sencillamente porque no concuerda con vuestras ideas. TM 110.3
Es imposible que una mente, cualquiera que sea, comprenda toda la riqueza y grandeza de una sola promesa de Dios. Una capta la gloria desde un punto de vista; otra la hermosura y la gracia desde otro punto de vista, y el alma se llena de la luz del cielo. Si viéramos toda la gloria, el espíritu desmayaría. Pero podemos tener revelaciones de las abundantes promesas de Dios mucho mayores que aquellas de las que ahora gozamos. Me entristece pensar cómo perdemos de vista la plenitud de la bendición destinada a nosotros. Nos contentamos con fulgores momentáneos de iluminación espiritual, cuando podríamos andar día tras día a la luz de la presencia divina. TM 111.1
Queridos hermanos, orad como nunca lo habéis hecho para que los rayos del Sol de justicia brillen sobre la Palabra, para que podáis comprender su verdadero significado. Jesús rogó que sus discípulos fueran santificados en la verdad: la Palabra de Dios. ¡Cuán fervientemente, pues, debiéramos orar para que Aquel que “todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios”, Aquel cuya misión es recordarle al pueblo de Dios todas las cosas, y guiarlo a toda verdad, esté con nosotros en la investigación de su santa Palabra!* TM 111.2
Dios nos pide que dependamos de él, y no del hombre. Desea que tengamos un nuevo corazón; quiere darnos revelaciones de la luz procedente del trono de Dios.—The Review and Herald, 18 de febrero de 1890. TM 111.3