Testimonios para los Ministros

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Capítulo 2—Amonestaciones fieles y fervientes

El peligro de rechazar la verdad*

Cooranbong, Australia,

30 de mayo de 1896

Querido Hno.-----,

He regresado de nuestra reunión de oración. El espíritu de intercesión vino sobre mí, y fui arrebatada en una muy ferviente plegaria por las almas en Battle Creek. Yo conozco el peligro en que éstas están. El Espíritu Santo me ha conmovido en forma especial para elevar mis peticiones en favor de ellas. TM 63.1

Dios no es el autor de algo pecaminoso. Nadie debe tener miedo de ser peculiar si el cumplimiento del deber lo exige. Si el evitar el pecado nos hace raros, entonces nuestra rareza es meramente la distinción entre la pureza y la impureza, la justicia y la injusticia. Porque la multitud prefiera la senda de transgresión, ¿escogeremos transitar por ella? La Inspiración nos ha dicho claramente: “No seguirás a los muchos para hacer mal”. Nuestra posición debe definirse con claridad: “Yo y mi casa serviremos a Jehová”. TM 63.2

“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas; y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece; más las tinieblas no prevalecieron contra ella”. “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”. Ojalá que cada uno de aquellos cuyos nombres se hallan inscriptos en los libros de la iglesia pudiera pronunciar estas palabras de todo corazón. Los miembros de la iglesia necesitan saber por experiencia lo que el Espíritu Santo hará por ellos. Bendecirá al que lo reciba y lo convertirá en una bendición. Es triste que no todas las almas estén orando por el soplo vital del Espíritu; porque estamos a punto de morir si no recibimos ese soplo. TM 63.3

Hemos de orar por la recepción del Espíritu como el remedio para las almas enfermas de pecado. La iglesia necesita convertirse, ¿y por qué no hemos de postrarnos ante el trono de la gracia, como representantes de la iglesia, y con corazón quebrantado y espíritu contrito elevar fervientes súplicas para que el Espíritu Santo sea derramado sobre nosotros desde lo alto? Oremos porque cuando sea generosamente concedido, nuestros fríos corazones revivan, y tengamos discernimiento para comprender que procede de Dios, y lo recibamos con gozo. Algunos han tratado al Espíritu como a un huésped indeseado, negándose a recibir el rico don, apartándose de él, y condenándolo como fanatismo.[veasé el Apéndice.] TM 64.1

Cuando el Espíritu Santo mueve al agente humano no nos pregunta en qué manera ha de proceder. A menudo actúa de maneras inesperadas. Cristo no vino en la forma en que los judíos lo esperaban. No vino de una manera tal que los glorificara como nación. Su precursor vino a preparar el camino delante de él, llamando al pueblo a arrepentirse de sus pecados, a convertirse y bautizarse. El mensaje de Cristo fue: “El reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el Evangelio”. Los judíos rehusaron recibir a Cristo, porque no vino según la forma en que lo esperaban. Las ideas de hombres finitos fueron tenidas por infalibles, porque eran muy antiguas. TM 64.2

Este es el peligro al cual la iglesia se halla expuesta ahora, es a saber, que las invenciones de hombres finitos señalen la forma precisa en que debe venir el Espíritu Santo. Aunque no quieran reconocerlo, algunos ya han hecho esto. Y porque el Espíritu viene, no para alabar a los hombres o para sustentar sus teorías erróneas, sino para convencer al mundo de pecado, de justicia y de juicio, muchos se apartan de él. No están dispuestos a ser despojados de las vestimentas de su justicia propia. No están dispuestos a cambiar su justicia, que es injusticia, por la justicia de Cristo, que es la verdad pura no adulterada. El Espíritu Santo no adula a ningún hombre, ni trabaja de acuerdo con el designio de hombre alguno. Los hombres finitos, pecadores, no han de manejar al Espíritu Santo. Cuando éste venga como reprobador, por medio de cualquier agente humano a quien Dios escoja, el lugar del hombre es oír y obedecer su voz. TM 64.3

La obra manifiesta del Espíritu Santo

Precisamente antes de dejarlos, Cristo les dio a sus discípulos la promesa: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Mientras estas palabras estaban en sus labios, ascendió, una nube de ángeles lo recibió, y lo escoltó hasta la ciudad de Dios. Los discípulos regresaron a Jerusalén, sabiendo ahora con certeza que Jesús era el Hijo de Dios. La fe quedó libre de sombras, y ellos esperaron preparándose por medio de la oración y la humillación de sus corazones delante del Señor, hasta que vino el bautismo del Espíritu Santo. TM 65.1

“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen”. En esa asamblea había burladores, que no reconocieron la obra del Espíritu Santo, y dijeron: “Están llenos de mosto”. TM 66.1

“Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó su voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras. Porque éstos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día. Mas esto es lo dicho por el profeta Joel”. Leed la historia. El Señor obraba siguiendo su propio método; pero si hubiera habido tal manifestación entre nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos, ¿no se habrían mofado algunos, como en esa oportunidad? Los que no se colocaron bajo la influencia del Espíritu Santo no lo reconocieron. A esta clase de personas los discípulos les parecieron hombres en estado de ebriedad. TM 66.2

Testigos de la cruz

Después del derramamiento del Espíritu Santo, los discípulos, revestidos de la panoplia divina, salieron como testigos a contar la maravillosa historia del pesebre y la cruz. Eran hombres humildes, pero salieron con la verdad. Después de la muerte de su Señor eran un grupo desvalido, chasqueado y desanimado, como ovejas sin pastor; pero ahora salen como testigos de la verdad, sin otras armas que la Palabra y el Espíritu de Dios, para triunfar sobre toda oposición. TM 66.3

Su Salvador había sido rechazado, condenado y clavado en una cruz ignominiosa. Los sacerdotes y gobernantes judíos habían declarado en son de burla: “A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él”. Pero esa cruz, ese instrumento de vergüenza y tortura, trajo esperanza y salvación al mundo. Los creyentes volvieron a estrechar filas; su desesperanza y su consciente sentimiento de desvalidez habían desaparecido. Fueron transformados en carácter y unidos con los lazos del amor cristiano. Aunque carecían de riquezas, aunque eran reputados por el mundo como meros pescadores ignorantes, fueron hechos, por el Espíritu Santo, testigos de Cristo. Sin honores o reconocimiento terrenal, eran los héroes de la fe. De sus labios salieron palabras de divina elocuencia y poder que conmovieron al mundo. TM 67.1

El tercero, cuarto y quinto capítulos de los Hechos presentan un relato de su testimonio. Aquellos que habían rechazado y crucificado al Salvador esperaban hallar a sus discípulos desanimados, cabizbajos, y listos para repudiar a su Señor. Asombrados escucharon el claro y valeroso testimonio dado bajo el poder del Espíritu Santo. Las palabras y obras de los discípulos reeditaban las palabras y obras de su Maestro; y todos los que los oían, decían: Han aprendido de Jesús, hablan como él habló. “Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos”. TM 67.2

Los príncipes de los sacerdotes y gobernantes se creyeron competentes para decidir lo que los apóstoles debían hacer y enseñar. Al ir éstos predicando a Jesús por doquiera, los hombres que estaban dirigidos por el Espíritu Santo hacían muchas cosas que los judíos no aprobaban. Había peligro de que las ideas y las doctrinas de los rabinos cayeran en descrédito. Los apóstoles estaban causando una maravillosa excitación. El pueblo traía a la calle a sus enfermos y a los que eran atormentados por espíritus inmundos; las multitudes se reunían en torno de ellos, y los que habían sido sanados pregonaban las alabanzas de Dios y glorificaban el nombre de Jesús, el mismo a quien los judíos habían condenado, escarnecido, escupido, coronado de espinas, y al cual habían hecho azotar y crucificar. Este Jesús era exaltado por encima de los sacerdotes y los príncipes. Los apóstoles hasta declaraban que había resucitado de los muertos. Los gobernantes judíos decidieron que debían poner fin a esa obra, porque demostraba que ellos eran culpables de la sangre de Jesús. Vieron que los conversos a la fe se multiplicaban. “Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres”. TM 67.3

Arresto y prisión de los apóstoles

Entonces se levantó “el sumo sacerdote y todos los que estaban con él, esto es, la secta de los saduceos”, los cuales negaban la resurrección de los muertos. Las aseveraciones hechas por los apóstoles de que habían visto a Jesús después de su resurrección y de que había ascendido al cielo, estaban destruyendo los principios fundamentales de la doctrina de los saduceos. Esto no debía permitirse. Los sacerdotes y los príncipes se llenaron de indignación y echaron mano de los apóstoles, y los pusieron en la cárcel común. Los discípulos no se sintieron intimidados o abatidos. Recordaron las palabras de Cristo en sus últimas lecciones: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él”. “Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio. Estas cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo. Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios. Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mí. Mas os he dicho estas cosas para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho”. TM 68.1

Una predicación contraria a las doctrinas establecidas

“Mas un ángel del Señor, abriendo de noche las puertas de la cárcel y sacándolos, dijo: Id, y puestos de pie en el templo, anunciad al pueblo todas las palabras de esta vida”. Vemos aquí que los hombres que tienen autoridad no siempre han de ser obedecidos, aun cuando profesen ser maestros de la doctrina bíblica. Hay muchas personas hoy en día que se sienten indignadas y agraviadas de que alguna voz se levante para presentar ideas que difieran de las suyas con respecto a puntos definidos de creencias religiosas. ¿No han defendido ellos por mucho tiempo sus ideas como la verdad? Así razonaban los sacerdotes y rabinos en los días apostólicos: ¿Qué se proponen estos hombres que no tienen educación, algunos de ellos meros pescadores, al presentar ideas contrarias a las doctrinas que los eruditos sacerdotes y príncipes enseñan al pueblo? No tienen derecho a entrometerse en los principios fundamentales de nuestra fe. TM 69.1

Pero vemos que el Dios del cielo a veces comisiona a los hombres a enseñar aquello que es considerado como contrario a las doctrinas establecidas. Debido a que los que una vez eran los depositarios de la verdad se manifestaron infieles a su sagrado cometido, el Señor escogió a otros que habrían de recibir los brillantes rayos del Sol de justicia, y que defenderían verdades que no estaban de acuerdo con las ideas de los dirigentes religiosos. Y entonces estos conductores, en la ceguera de sus mentes, dan pleno curso a lo que consideran justa indignación contra los que han puesto a un lado fábulas acariciadas. Actúan como hombres que han perdido la razón. No tienen en cuenta la posibilidad de que ellos mismos no hayan entendido correctamente la palabra. No quieren abrir sus ojos para discernir el hecho de que han interpretado y aplicado erróneamente las Escrituras, y han edificado falsas teorías, a las que denominan doctrinas fundamentales de la fe. TM 69.2

Pero el Espíritu Santo, de cuando en cuando, revelará la verdad por medio de sus propios agentes escogidos; y ningún hombre, ni siquiera un sacerdote o gobernante, tiene el derecho de decir: Vosotros no daréis publicidad a vuestras opiniones, porque yo no creo en ellas. Ese pasmoso “yo” puede intentar derribar la enseñanza del Espíritu Santo. Los hombres pueden por un tiempo intentar aplastarla y matarla; pero esto no convertirá el error en verdad o la verdad en error. Las mentes inventivas de los hombres han adelantado opiniones especulativas acerca de diferentes temas, y cuando el Espíritu Santo permite que la luz brille en las mentes humanas, no respeta cada detalle de la forma en que el hombre aplica la Palabra. Dios impresionó a sus siervos a hablar la verdad al margen de lo que los hombres habían dado por sentado como verdad. TM 70.1

Peligros actuales

Aun los adventistas del séptimo día están en peligro de cerrar sus ojos a la verdad tal como es en Jesús porque contradice algo que han dado por sentado como verdad pero que, según lo enseña el Espíritu Santo, no es verdad. Sean todos muy humildes y esfuércense al máximo para descartar el yo y exaltar a Jesús. En la mayor parte de las controversias religiosas, el problema consiste en que el yo quiere tener la supremacía. ¿En qué? En asuntos que no son en absoluto puntos vitales, pero que se los considera así sólo porque los hombres les han dado importancia. Véanse Mateo 12:31-37; Marcos 14:56; Lucas 5:21; Mateo 9:3. TM 70.2

Pero sigamos la historia de los hombres a quienes los sacerdotes y los príncipes creyeron tan peligrosos, porque presentaban una enseñanza nueva y extraña sobre casi cada tema teológico. La orden dada por el Espíritu: “Id, y puestos de pie en el templo, anunciad al pueblo todas las palabras de esta vida”, fue obedecida por los apóstoles; “entraron de mañana en el templo, y enseñaban. Entre tanto, vinieron el sumo sacerdote y los que estaban con él, y convocaron al concilio y a todos los ancianos de los hijos de Israel, y enviaron a la cárcel para que fuesen traídos. Pero como llegaron los alguaciles, no los hallaron en la cárcel; entonces volvieron, y dieron aviso, diciendo: Por cierto, la cárcel hemos hallado cerrada con toda seguridad, y los guardas afuera de pie ante las puertas, mas cuando abrimos, a nadie hallamos dentro. Cuando oyeron estas palabras el sumo sacerdote y el jefe de la guardia del templo y los principales sacerdotes, dudaban en qué vendría a parar aquello. Pero viniendo uno, les dio esta noticia: He aquí, los varones que pusisteis en la cárcel están en el templo, y enseñan al pueblo. Entonces fue el jefe de la guardia con los alguaciles, y los trajo sin violencia, porque temían ser apedreados por el pueblo”. Si los sacerdotes y los príncipes se hubieran atrevido a dar rienda suelta a sus propios sentimientos hacia los apóstoles, el relato habría sido diferente, pues el ángel de Dios vigilaba en esta ocasión para magnificar el nombre de Cristo si se hubiera empleado la violencia hacia sus siervos. TM 71.1

Respuesta de los apóstoles

“Cuando los trajeron, los presentaron en el concilio, y el sumo sacerdote les preguntó, diciendo: ¿No os mandamos estrictamente que no enseñaseis en ese nombre? Y ahora habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina, y queréis echar sobre nosotros la sangre de ese hombre”. Véase Mateo 23:34, 35. “Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero. A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados. Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen. Ellos, oyendo esto, se enfurecían y querían matarlos”. TM 72.1

Entonces el Espíritu Santo se posesionó de Gamaliel, un fariseo, “doctor de la ley, venerado de todo el pueblo”. Su consejo fue: “Apartaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá; mas si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios. Y convinieron con él”. TM 72.2

Prejuicios de los que ejercían la autoridad

Sin embargo, los atributos de Satanás dominaban de tal suerte sus mentes que, a pesar de los maravillosos milagros que se habían obrado en el sanamiento de los enfermos y en la liberación de los siervos de Dios de la cárcel, los sacerdotes y gobernantes estaban tan llenos de prejuicio y de odio que difícilmente podían refrenarse. “Y llamando a los apóstoles, después de azotados, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y los pusieron en libertad. Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre. Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo”. TM 72.3

La misericordia de Dios ejemplificada

Podemos ver qué evidencias fueron dadas a los sacerdotes y a los príncipes, y cuán firmemente resistieron al Espíritu de Dios. Los que pretenden poseer sabiduría y piedad superiores pueden cometer los más terribles y fatales errores (en su propio perjuicio) si permiten que su mente sea amoldada por otro poder y siguen una conducta de resistencia al Espíritu Santo. El Señor Jesús, representado por el Espíritu Santo, se hallaba en aquella asamblea, pero no discernieron su presencia. Por un momento habían sentido la convicción, obrada por el Espíritu, de que Jesús era el Hijo de Dios; pero sofocaron la convicción, y se enceguecieron y endurecieron más que antes. Aún después de que hubieron crucificado al Salvador, Dios en su misericordia les había enviado evidencia adicional en las obras realizadas mediante los apóstoles. Les estaba enviando otro llamado al arrepentimiento, aun en la terrible acusación que lanzaron contra ellos los apóstoles de que habían muerto al Autor de la vida. TM 73.1

No era solamente el pecado de entregar a la muerte al Hijo de Dios lo que los separaba de la salvación, sino su persistencia en rechazar la luz y la convicción del Espíritu Santo. El espíritu que obra en los hijos de desobediencia obró en ellos, induciéndolos a tratar brutalmente a los hombres por cuyo intermedio Dios estaba presentándoles un testimonio. La rebelión volvió a ensañarse y fue intensificándose con cada acto sucesivo de resistencia contra los siervos de Dios y el mensaje que él les había dado para proclamar. TM 73.2

Resistencia a la verdad

Todo acto de resistencia hace más difícil rendirse. Siendo los dirigentes del pueblo, los sacerdotes y príncipes creyeron que les correspondía defender la conducta que habían seguido. Debían probar que estaban en lo cierto. Habiéndose comprometido por entero en su oposición a Cristo, todo acto de resistencia llegó a ser un incentivo adicional para persistir en la misma senda. Los acontecimientos descollantes de su pasada actuación como opositores son considerados por ellos preciosos tesoros que deben ser celosamente guardados. Y el odio y la saña que inspiraron aquellos actos se concentran ahora contra los apóstoles. TM 74.1

El Espíritu de Dios manifestó su presencia a aquellos que, sin importarles el temor o el favor de los hombres, declaraban la verdad que les había sido encomendada. Bajo la demostración del poder del Espíritu Santo, los judíos vieron su culpa al rechazar la evidencia que Dios había enviado; pero no quisieron cejar en su malvada resistencia. Su obstinación se hizo cada vez más decidida y obró la ruina de sus almas. No es que no pudiesen ceder, pues podían hacerlo; sin embargo no quisieron. No se trataba sólo de que habían sido culpables y merecían ser objetos de la ira, sino que se armaron a sí mismos de los atributos de Satanás, y con toda determinación continuaron oponiéndose a Dios. Día tras día, al rehusar arrepentirse, renovaban su rebelión. Se estaban preparando para cosechar lo que habían sembrado. La ira de Dios no se declara contra los hombres meramente a causa de los pecados que han cometido, sino porque deciden permanecer en un estado de resistencia, y, aun cuando tienen luz y conocimiento, siguen repitiendo sus pecados del pasado. Si quisieran someterse, serían perdonados; pero están determinados a no rendirse. Desafían a Dios con su obstinación. Estas almas se han entregado a Satanás, y él las domina según su voluntad. TM 74.2

¿Qué ocurrió con los rebeldes habitantes del mundo antediluviano? Después de rechazar el mensaje de Noé, se entregaron al pecado con mayor abandono que nunca antes, y duplicaron la enormidad de sus prácticas corruptas. Aquellos que se niegan a reformarse rehusando aceptar a Cristo, no encuentran en el pecado nada que los reforme; su mente está resuelta a seguir albergando el espíritu de rebelión, y no se ven ni nunca se verán obligadas a la sumisión. El juicio que el Señor trajo sobre el mundo antediluviano declaró su incurabilidad. La destrucción de Sodoma proclamó que los habitantes del territorio más hermoso del mundo estaban irreversiblemente entregados al pecado. El fuego y azufre del cielo consumieron todo lo que había, excepto a Lot, su esposa y dos hijas. La esposa, al mirar hacia atrás, desoyendo la orden de Dios, se volvió una estatua de sal. TM 75.1

¡Cuánta paciencia tuvo Dios con la nación judía al soportar sus murmuraciones y rebeliones, su transgresión del sábado y todos los demás preceptos de la ley! El Señor declaró repetidamente que los judíos eran peores que los paganos. Cada generación excedía a la precedente en culpa. El Señor permitió que fueran llevados en cautiverio, pero después de su liberación sus requerimientos fueron olvidados. Todo lo que confiara a ese pueblo para que lo guardase como sagrado era pervertido o desplazado por las invenciones de hombres rebeldes. Cristo les dijo en sus días: “¿No os dio Moisés la ley, y ninguno de vosotros cumple la ley?” Y ésos eran los hombres que se erigían como jueces y censores de aquellos a quienes el Espíritu Santo estaba impulsando a declarar la Palabra de Dios al pueblo. Véase Juan 7:19-23, 27, 28; Lucas 11:37-52. TM 75.2

Ha de quitarse todo impedimento al Espíritu Santo

Leed estos pasajes de la Biblia a la gente. Leed cuidadosa y solemnemente, y el Espíritu Santo estará a vuestro lado para impresionar las mentes mientras leéis. Pero no leáis sin tener el verdadero sentido de la palabra en vuestro propio corazón. Si Dios alguna vez ha hablado por mi intermedio, estos pasajes significan mucho para aquellos que los escuchen. TM 76.1

Los hombres finitos deben cuidarse de tratar de controlar a sus semejantes, ocupando el lugar asignado al Espíritu Santo. No sientan los hombres que es su prerrogativa dar al mundo lo que ellos piensan que es la verdad, e impedir que se le dé algo contrario a sus ideas. Esta no es su obra. Muchas cosas inaceptables aparecerán como verdades evidentes para aquellos que creen que su propia interpretación de las Escrituras siempre es correcta. Habrá que realizar cambios muy importantes con respecto a ciertas ideas que algunos han aceptado como perfectas. Estos hombres dan evidencia de falibilidad en muchísimas maneras; trabajan guiándose por principios que la Palabra de Dios condena. Lo que me conmueve hasta lo más profundo de mi ser, y me hace saber que sus obras no son las obras de Dios, es que ellos suponen que tienen autoridad para gobernar a sus semejantes. El Señor no les ha dado más derecho a gobernar a otros que el derecho que ha dado a otros para gobernarlos a ellos. Los que pretenden controlar a sus semejantes, toman en sus manos finitas una tarea que recae solamente sobre Dios. TM 76.2

Es una ofensa para Dios que los hombres conserven vivo el espíritu que se desenfrenó en Minneápolis [veasé el Apéndice.]. Todo el cielo siente indignación por el espíritu que desde hace años se está manifestando en nuestra institución publicadora de Battle Creek. [veasé el Apéndice.] Dios no tolerará la injusticia que allí se práctica. El intervendrá a causa de estas cosas. Se ha oído una voz señalando los errores y rogando, en el nombre del Señor, que se realizara un cambio decidido. Pero ¿quién ha escuchado la instrucción dada? ¿Quién ha humillado su corazón para quitar todo vestigio de ese espíritu malvado y opresor? He tenido la gran preocupación de presentar estos asuntos como son ante el pueblo. Yo sé que los verán. Sé que los que lean esto serán convencidos.* TM 76.3