Testimonios para los Ministros

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La iglesia es propiedad de Dios*

La iglesia es propiedad de Dios, y Dios la recuerda constantemente mientras está en el mundo, sujeta a las tentaciones de Satanás. Cristo nunca ha olvidado los días de su humillación. Al abandonar el escenario de su humillación, Jesús no perdió nada de su humanidad. Conserva el mismo amor tierno y piadoso, y siempre es conmovido por la angustia humana. Siempre tiene en cuenta que él fue un Varón de dolores, experimentado en quebrantos. No olvida a su pueblo que lo representa, que está luchando para exaltar su ley pisoteada. Sabe que el mundo que lo odiara a él, odia también a su pueblo. Aun cuando Cristo Jesús ha pasado a los cielos, allí continúa siendo una cadena viviente que une a sus creyentes con su propio corazón de amor infinito. Los más humildes y débiles están unidos íntimamente a su corazón por una cadena de simpatía. Nunca olvida que él es nuestro representante, y que lleva nuestra naturaleza. TM 19.1

Jesús ve a su verdadera iglesia en la tierra, cuya mayor ambición consiste en cooperar con él en la grandiosa obra de salvar almas. Oye sus oraciones presentadas con contrición y poder, y la Omnipotencia no puede resistir sus ruegos por la salvación de cualquier miembro probado y tentado del cuerpo de Cristo. “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. Jesús vive siempre para interceder por nosotros. Por medio de nuestro Redentor, ¿qué bendiciones no recibirá el verdadero creyente? La iglesia, que está por entrar en su más severo conflicto, será el objeto más querido en la tierra para Dios. La confederación del mal será impulsada por un poder de abajo, y Satanás arrojará todo vituperio posible sobre los escogidos, a quienes no puede engañar y alucinar con sus invenciones y falsedades satánicas. Pero exaltado “por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados”, Cristo, nuestro representante y nuestra cabeza, ¿cerrará su corazón, o retirará su mano, o dejará de cumplir su promesa? No; nunca, nunca. TM 19.2

Identificado con su iglesia

Dios tiene una iglesia, un pueblo escogido; y si todos pudieran ver como yo he visto cuán estrechamente Cristo se identifica con su iglesia, no se oiría un mensaje tal como el que acusa a la iglesia de ser Babilonia. Dios tiene un pueblo cuyos miembros son colaboradores con él, y ellos han avanzado hacia adelante, teniendo la gloria del Señor en vista. Escuchad la oración de nuestro representante en el cielo: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado”. ¡Oh, cómo anhelaba la divina Cabeza tener a su iglesia consigo! Sus hijos tuvieron compañerismo con él en sus sufrimientos y humillación, y es su mayor gozo tenerlos consigo para que sean participantes de su gloria. Cristo reclama el privilegio de tener a su iglesia consigo. “Aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo”. El tenerlos consigo está de acuerdo con la promesa del pacto y el acuerdo hecho con su Padre. El presenta reverentemente ante el propiciatorio su completa redención en favor de su pueblo. El arco de la promesa circunda a nuestro Sustituto y Garante mientras derrama su petición de amor: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado”. Contemplaremos al Rey en su hermosura, y la iglesia será glorificada. TM 20.1

A semejanza de David, podemos orar ahora: “Tiempo es de actuar, oh Jehová, porque han invalidado tu ley”. Los hombres han avanzado en la desobediencia a la ley de Dios hasta alcanzar un punto de insolencia sin paralelo. Los hombres se están educando en la desobediencia, y se acercan rápidamente al límite de la tolerancia y del amor de Dios, y Dios seguramente intervendrá. El reivindicará ciertamente su honor y reprimirá la iniquidad prevaleciente. ¿Serán arrastrados los que guardan los mandamientos de Dios por la iniquidad que predomina? ¿Serán ellos tentados, porque se tenga a la ley de Dios en oprobio universal, a menospreciar esa ley que es el fundamento de su gobierno tanto en el cielo como en la tierra? No. Para su iglesia su ley llega a ser más preciosa, santa, honorable, a medida que los hombres arrojen sobre ella escarnio y desprecio. Como David, pueden decir: “Han invalidado tu ley. Por eso he amado tus mandamientos más que el oro, y más que oro muy puro. Por eso estimé rectos todos tus mandamientos sobre todas las cosas, y aborrecí todo camino de mentira”. TM 21.1

La iglesia militante no es todavía la iglesia triunfante; pero Dios ama a su iglesia, y describe por medio del profeta cómo él se opone y resiste a Satanás, quien está vistiendo a los hijos de Dios con las ropas más negras y contaminadas, y está reclamando el privilegio de destruirlos. Los ángeles de Dios los protegen de los asaltos del enemigo. El profeta dice: TM 21.2

“Me mostró el sumo sacerdote Josué, el cual estaba delante del ángel de Jehová, y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle. Y dijo Jehová a Satanás: Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es éste un tizón arrebatado del incendio? Y Josué estaba vestido de vestiduras viles, y estaba delante del ángel. Y habló el ángel, y mandó a los que estaban delante de sí, diciendo: Quitadle esas vestiduras viles. Y a él le dijo: Mira que he quitado de ti tu pecado, y te he hecho vestir de ropas de gala. Después dijo: Pongan mitra limpia sobre su cabeza. Y pusieron una mitra limpia sobre su cabeza, y le vistieron las ropas. Y el ángel de Jehová estaba en pie. Y el ángel de Jehová amonestó a Josué, diciendo: Así dice Jehová de los ejércitos: Si anduvieres por mis caminos, y si guardares mi ordenanza, también tú gobernarás mi casa, también guardarás mis atrios, y entre éstos que aquí están te daré lugar”. TM 22.1

Los falsos maestros deben ser rehuidos

Cuando se levantan hombres que pretenden tener un mensaje de Dios, pero que en lugar de luchar contra los principados y potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo constituyen un escuadrón traidor, y vuelven sus armas de combate contra la iglesia militante, temedlos. No llevan las credenciales divinas. Dios no les ha encargado en absoluto un trabajo tal. Quieren derribar lo que Dios anhela restaurar con el mensaje a Laodicea. El hiere sólo para que pueda sanar, y no para hacer perecer. El Señor no confía a ningún hombre un mensaje que desanime y desaliente a la iglesia. El reprueba, reprende, castiga; pero lo hace solamente para poder restaurar y aprobar al fin. ¡Cuánto se alegró mi corazón ante el informe de la Asociación General de que muchos corazones fueron enternecidos y subyugados, de que muchos se humillaron e hicieron confesión eliminando de la puerta del corazón la basura que impedía la entrada del Salvador! ¡Cuánto me alegré al saber que muchos dieron la bienvenida a Jesús como a un huésped permanente! ¿Cómo es que estos panfletos que denuncian a la Iglesia Adventista como Babilonia [veasé el Apéndice.] fueron esparcidos por todas partes, en el tiempo mismo en que la iglesia estaba recibiendo el derramamiento del Espíritu de Dios? ¿Cómo es que los hombres pueden estar tan engañados como para imaginar que el fuerte clamor consiste en llamar a los hijos de Dios a que abandonen la comunión de la iglesia que está gozando de un tiempo de refrigerio? ¡Oh, que estas almas engañadas entren en la corriente, y reciban la bendición, y sean dotadas de poder de lo alto!* TM 22.2

Todo maestro debe ser un alumno a fin de que sus ojos sean ungidos y discierna las evidencias de la verdad de Dios que avanza. Los rayos del Sol de justicia deben brillar en su propio corazón si quiere impartir luz a otros.—The Review and Herald, 18 de febrero de 1890. TM 23.1