Testimonios para los Ministros

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La ociosidad

30 de abril de 1894

“En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu; sirviendo al Señor”. Hay solamente un remedio para la indolencia, a saber, deshacerse de la lentitud como de un pecado que lleva a perdición, y trabajar utilizando la capacidad física que Dios os ha dado con ese propósito. La única cura para una vida inútil, ineficiente, es el esfuerzo, el esfuerzo decidido y perseverante. La única cura para el egoísmo es negarse a sí mismo y trabajar fervientemente para convertiros en la bendición que podéis llegar a ser para vuestros semejantes. “El que al viento observa, no sembrará; y el que mira a las nubes, no segará”. TM 183.2

Como agentes humanos de Dios debemos realizar la obra que nos ha encargado. El ha asignado a cada uno su obra y no debemos entregarnos a conjeturas sobre si nuestros esfuerzos resultarán o no un éxito. Nuestra responsabilidad individual se limita a realizar incansable y concienzudamente las tareas que alguien debe hacer, y si dejamos de hacer nuestra parte no podemos ser excusados por Dios. Y cuando hemos hecho lo mejor que podíamos, debemos dejar los resultados con Dios. Sin embargo, se exige de nosotros que ejerzamos mayor poder mental y espiritual. Es vuestro deber, y ha sido vuestro deber todos los días de la vida que Dios generosamente os ha concedido, usar los remos del deber, porque sois agentes responsables de Dios. TM 183.3

La orden para vosotros es: “Ve hoy a trabajar en mi viña”. Todos nosotros somos obreros de Dios, y ninguno ha de quedar ocioso; pero yo quiero preguntar: ¿Qué estáis haciendo por el Maestro a fin de oír sus palabras de aprobación: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré”? Dios nunca comete un error; nunca llama a los hombres buenos y fieles si no son buenos y fieles.* TM 184.1