El Hogar Cristiano

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Capítulo 86—La vida en el hogar edénico

El Edén será restaurado—El huerto del Edén permaneció en la tierra mucho tiempo después que el hombre fuera expulsado de sus agradables senderos. Durante mucho tiempo después, se le permitió a la raza caída contemplar de lejos el hogar de la inocencia, cuya entrada estaba vedada por los vigilantes ángeles. En la puerta del paraíso, custodiada por querubines, se revelaba la gloria divina. Allí iban Adán y sus hijos a adorar a Dios. Allí renovaban sus votos de obediencia a aquella ley cuya transgresión los había arrojado del Edén. Cuando la ola de iniquidad cubrió al mundo, y la maldad de los hombres trajo su destrucción por medio del diluvio, la mano que había plantado el Edén lo quitó de la tierra. Pero en la final restitución, cuando haya “un cielo nuevo, y una tierra nueva,” ha de ser restaurado más gloriosamente embellecido que al principio. HC 488.1

Entonces los que hayan guardado los mandamientos de Dios respirarán llenos de inmortal vigor bajo el árbol de la vida; y al través de las edades sin fin los habitantes de los mundos sin pecado contemplarán en aquel huerto de delicias un modelo de la perfecta obra de la creación de Dios, incólume de la maldición del pecado, una muestra de lo que toda la tierra hubiera llegado a ser si el hombre hubiera cumplido el glorioso plan de Dios.1 HC 488.2

El gran plan de la redención dará por resultado el completo restablecimiento del favor de Dios para el mundo. Será restaurado todo lo que se perdió a causa del pecado. No sólo el hombre, sino también la tierra, será redimida, para que sea la morada eterna de los obedientes. Durante seis mil años, Satanás luchó por mantener la posesión de la tierra. Pero se cumplirá el propósito original de Dios al crearla. “Tomarán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el reino hasta el siglo, y hasta el siglo de los siglos.”2 HC 488.3

“La redención de la posesión adquirida”—El propósito que Dios tenía originalmente al crear la tierra se cumplirá cuando llegue a ser la morada eterna de los redimidos. “Los justos heredarán la tierra, y vivirán para siempre sobre ella.” Habrá llegado el tiempo hacia el cual los santos miraban con anhelo desde que la espada flamígera echó del Edén a la primera pareja, el tiempo de “la redención de la posesión adquirida.” La tierra originalmente dada al hombre como reino suyo, entregada alevosamente por él a las manos de Satanás, y durante tanto tiempo dominada por el poderoso enemigo, será recobrada por el gran plan de redención.3 HC 489.1

Todo lo que perdió el primer Adán será restaurado por el segundo. Dice el profeta: “Oh torre del rebaño, la fortaleza de la hija de Sión vendrá hasta ti: y el señorío primero.” Y Pablo señala hacia delante, a “la redención de la posesión adquirida.” HC 489.2

Dios creó la tierra para que fuese morada de seres santos y felices. Ese propósito se cumplirá cuando, renovada por el poder de Dios y liberada del pecado y de la tristeza, llegue a ser la patria eterna de los redimidos.4 HC 489.3

Adán devuelto al Edén—Después de su expulsión del Edén, la vida de Adán en la tierra estuvo llena de pesar. Cada hoja marchita, cada víctima ofrecida en sacrificio, cada ajamiento en el hermoso aspecto de la naturaleza, cada mancha en la pureza del hombre, le volvían a recordar su pecado. Terrible fué la agonía del remordimiento cuando notó que aumentaba la iniquidad, y que en contestación a sus advertencias, se le tachaba de ser él mismo causa del pecado. Con paciencia y humildad soportó, por cerca de mil años, el castigo de su transgresión. Se arrepintió sinceramente de su pecado y confió en los méritos del Salvador prometido, y murió en la esperanza de la resurrección. El Hijo de Dios reparó la culpa y caída del hombre, y ahora, merced a la obra de propiciación, Adán es restablecido a su primitiva soberanía. HC 489.4

Transportado de dicha, contempla los árboles que hicieron una vez su delicia—los mismos árboles cuyos frutos recogiera en los días de su inocencia y dicha. Ve las vides que sus propias manos cultivaron, las mismas flores que se gozaba en cuidar en otros tiempos. Su espíritu abarca toda la escena; comprende que éste es en verdad el Edén restaurado y que es mucho más hermoso ahora que cuando él fué expulsado. El Salvador le lleva al árbol de la vida, toma su fruto glorioso y se lo ofrece para comer. Adán mira en torno suyo y nota una multitud de los redimidos de su familia que se encuentra en el paraíso de Dios. Entonces arroja su brillante corona a los pies de Jesús, y, cayendo sobre su pecho, abraza al Redentor. Toca luego el arpa de oro, y por las bóvedas del cielo repercute el canto triunfal: “¡Digno, digno, digno es el Cordero, que fué inmolado y volvió a vivir!” La familia de Adán repite los acordes y arroja sus coronas a los pies del Salvador, inclinándose ante él en adoración. HC 490.1

Presencian esta reunión los ángeles que lloraron por la caída de Adán y se regocijaron cuando Jesús, una vez resucitado, ascendió al cielo después de haber abierto el sepulcro para todos aquellos que creyesen en su nombre. Ahora contemplan el cumplimiento de la obra de redención y unen sus voces al cántico de alabanza.5 HC 490.2

Mansiones para los peregrinos de la tierra—El temor de hacer aparecer la futura herencia de los santos demasiado material ha inducido a muchos a espiritualizar aquellas verdades que nos hacen considerar la tierra como nuestra morada. Cristo aseguró a sus discípulos que iba a preparar mansiones para ellos en la casa de su Padre. Los que aceptan las enseñanzas de la Palabra de Dios no ignorarán por completo lo que se refiere a la patria celestial.... El lenguaje humano no alcanza a describir la recompensa de los justos. Sólo la conocerán quienes la contemplen. Ninguna inteligencia limitada puede comprender la gloria del paraíso de Dios. HC 490.3

En la Biblia se llama la herencia de los bienaventurados una patria. Allí conduce el divino Pastor a su rebaño a los manantiales de aguas vivas. El árbol de vida da su fruto cada mes, y las hojas del árbol son para el servicio de las naciones. Allí hay corrientes que manan eternamente, claras como el cristal, al lado de las cuales se mecen árboles que echan su sombra sobre los senderos preparados para los redimidos del Señor. Allí las vastas llanuras alternan con bellísimas colinas y las montañas de Dios elevan sus majestuosas cumbres. En aquellas pacíficas llanuras, al borde de aquellas corrientes vivas, es donde el pueblo de Dios que por tanto tiempo anduvo peregrino y errante, encontrará un hogar.6 HC 491.1

Hay mansiones para los peregrinos de la tierra. Hay vestiduras, coronas de gloria y palmas de victoria para los justos. Todo lo que nos dejó perplejos en las providencias de Dios quedará aclarado en el mundo venidero. Las cosas difíciles de entender hallarán entonces su explicación. Los misterios de la gracia nos serán revelados. Donde nuestras mentes finitas discernían solamente confusión y promesas quebrantadas, veremos la más perfecta y hermosa armonía. Sabremos que el amor infinito ordenó los incidentes que nos parecieron más penosos. A medida que comprendamos el tierno cuidado de Aquel que hace que todas las cosas obren conjuntamente para nuestro bien, nos regocijaremos con gozo inefable y rebosante de gloria.... HC 491.2

Vamos hacia la patria. El que nos amó al punto de morir por nosotros, nos ha edificado una ciudad. La Nueva Jerusalén es nuestro lugar de descanso. No habrá tristeza en la ciudad de Dios. Nunca más se oirá el llanto ni la endecha de las esperanzas destrozadas y de los afectos tronchados. Pronto las vestiduras de pesar se trocarán por el manto de bodas. Pronto presenciaremos la coronación de nuestro Rey. Aquellos cuya vida quedó escondida con Cristo, aquellos que en esta tierra pelearon la buena batalla de la fe, resplandecerán con la gloria del Redentor en el reino de Dios.7 HC 491.3

Privilegios de los redimidos—El cielo es un lugar agradable. Yo anhelo estar allí y contemplar a mi hermoso Jesús que por mí dió la vida, y ser transmutada en su gloriosa imagen. ¡Oh, quién me diera palabras para expresar la gloria del brillante mundo venidero! Estoy sedienta de las vivas corrientes que alegran la ciudad de nuestro Dios. HC 492.1

El Señor me mostró en visión otros mundos. Me fueron dadas alas, y un ángel me acompañó desde la ciudad a un brillante y glorioso lugar. La hierba era de un verde vivo y las aves gorjeaban un dulce canto. Los moradores de aquel lugar eran de todas estaturas, nobles, majestuosos y hermosos. Llevaban la manifiesta imagen de Jesús, y su semblante refulgía de santo júbilo, como expresión de la libertad y dicha que en aquel lugar disfrutaban. Le pregunté a uno de ellos por qué eran mucho más bellos que los habitantes de la tierra, y me respondió: “Hemos vivido en estricta obediencia a los mandamientos de Dios, y no incurrimos en desobediencia como los habitantes de la tierra.” ... Supliqué a mi ángel acompañante que me dejara permanecer en aquel sitio. No podía sufrir el pensamiento de volver de nuevo a este tenebroso mundo. El ángel me dijo entonces: “Debes volver, y si eres fiel, tendrás, con los ciento cuarenta y cuatro mil, el privilegio de visitar todos los mundos y ver la obra de las manos de Dios.”8 HC 492.2

La familia unida del cielo y de la tierra—Allí los redimidos conocerán como son conocidos. Los sentimientos de amor y simpatía que el mismo Dios implantó en el alma, se desahogarán del modo más completo y más dulce. El trato puro con seres santos, la vida social y armoniosa con los ángeles bienaventurados y con los fieles de todas las edades que lavaron sus vestiduras y las emblanquecieron en la sangre del Cordero, los lazos sagrados que unen a “toda la familia en los cielos, y en la tierra”—todo eso constituye la dicha de los redimidos.9 HC 492.3

Las naciones de los salvos no conocerán otra ley que la del cielo. Todos constituirán una familia feliz y unida, ataviada con las vestiduras de alabanza y agradecimiento. Al presenciar la escena, las estrellas de la mañana cantarán juntas, y los hijos de los hombres aclamarán de gozo, mientras Dios y Cristo se unirán para proclamar: No habrá más pecado ni muerte.10 HC 493.1

Desde aquella escena de gozo celestial [la ascensión de Cristo], nos llega a la tierra el eco de las palabras admirables de Cristo: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.” La familia del cielo y la familia de la tierra son una. Nuestro Señor ascendió para nuestro bien y para nuestro bien vive. “Por lo cual puede también salvar eternamente a los que por él se allegan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.”11 HC 493.2

Aunque se demore, la promesa es segura—Largo tiempo hemos esperado el retorno del Salvador, pero ello no quita seguridad a su promesa. Pronto estaremos en la patria prometida. Allí Jesús nos conducirá junto al vivo caudal que fluye del trono de Dios y nos explicará las obscuras providencias por las cuales nos hizo pasar en esta tierra para perfeccionar nuestro carácter. Allí contemplaremos con límpida visión las bellezas del Edén restaurado. Arrojando a los pies del Redentor las coronas que puso sobre nuestras cabezas y tocando nuestras arpas de oro, llenaremos todo el cielo con las alabanzas del que está sentado en su trono.12 HC 493.3

Todo lo hermoso de nuestra patria terrenal ha de recor darnos el río de cristal y los campos verdes, los árboles ondeantes y las fuentes de aguas vivas, la ciudad resplandeciente y los cantores vestidos de blanco de nuestra patria celestial, el mundo de una belleza que ningún pintor puede reproducir y que ninguna lengua humana puede describir. “Cosas que ojo no vió, ni oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que ha Dios preparado para aquellos que le aman.”13 HC 493.4