Sección 12—Normas de la vida familiar
Capítulo 52—El gobierno del hogar
Principios guiadores para los padres—En el mundo, muchos dedican sus afectos a cosas que en sí son tal vez buenas, pero se satisfacen con ellas y no procuran el bien mayor y más elevado que Cristo desea darles. No debemos tratar ahora de privarlos bruscamente de lo que consideran estimable. Revelémosles lo bello y precioso de la verdad. Induzcámoslos a contemplar a Cristo y su amabilidad. Entonces se apartarán de todo lo que desvíe de él sus afectos. Tal es el principio que debe regir la actuación de los padres en la educación de sus hijos. Por vuestra manera de obrar con los pequeñuelos podéis, mediante la gracia de Cristo, amoldar su carácter para la vida eterna.1
HC 274.1
Los padres y las madres debieran dedicar su vida al estudio de cómo lograr que sus hijos se acerquen tanto a la perfección del carácter como puede lograrlo el esfuerzo humano combinado con la ayuda divina. Ellos han aceptado esta tarea con toda la importancia y responsabilidad que entraña, por el hecho de que trajeron hijos al mundo.2
HC 274.2
Se necesitan reglas para gobernar el hogar—Todo hogar cristiano debe tener reglas; y los padres deben, en sus palabras y su comportamiento mutuo, dar a los niños un precioso ejemplo vivo de lo que desean que lleguen a ser. Enseñad a los niños y jóvenes a ser fieles a Dios y a los buenos principios; enseñadles a respetar y obedecer la ley de Dios. Entonces esos principios regirán su vida y se cumplirán en sus relaciones con los demás.3
HC 274.3
Deben seguirse los principios de la Biblia—Es necesario velar constantemente para que los principios en que se basa el gobierno de la familia no sean despreciados. El Señor quiere que las familias de la tierra sean símbolos de la familia celestial. Y cuando las familias terrenales sean dirigidas correctamente, la misma santificación del Espíritu se comunicará a la iglesia.4
HC 275.1
Antes de que puedan representar correctamente el gobierno que Dios quiso que hubiera en la familia, los padres mismos deben ser convertidos y saber lo que es mantenerse sumisos a la voluntad de Dios como niñitos, manteniendo sus pensamientos sujetos a la voluntad de Jesucristo.5
HC 275.2
Dios mismo estableció las relaciones familiares. Su Palabra es la única guía segura en el gobierno de los hijos. La filosofía humana no ha descubierto más de lo que Dios sabe ni ha ideado, en lo que respecta a actuar con los niños, un plan más sabio que el dado por nuestro Señor. ¿Quién puede comprender todas las necesidades de los niños mejor que su Creador? ¿Quién puede interesarse más hondamente en su bienestar que Aquel que los compró con su propia sangre? Si la Palabra de Dios fuese estudiada cuidadosamente y obedecida con fidelidad, habría menos angustia en el alma de los padres por la conducta perversa de hijos malvados.6
HC 275.3
El respeto por los derechos de los niños—Recordad que los hijos tienen derechos que deben ser respetados.7
HC 275.4
Los niños tienen derechos que sus padres deben reconocer y respetar. Tienen derecho a recibir una educación y preparación que los hará miembros útiles de la sociedad, respetados y amados aquí, y les dará idoneidad moral para la sociedad de los santos y puros en la vida venidera. Debe enseñarse a los jóvenes que su bienestar presente y futuro depende en gran medida de los hábitos que adquieran en la niñez y la juventud. Deben acostumbrarse temprano a la sumisión, la abnegación y la consideración por la felicidad ajena. Debe enseñárseles a subyugar el genio vivo, a retener las palabras coléricas y a manifestar invariablemente bondad, cortesía y dominio propio.8
HC 275.5
A un padre cegado por el afecto—El afecto ciego, manifestación de amor de poco valor, le lleva muy lejos. Es fácil echar los brazos alrededor del cuello; pero Vd. no debe alentar tales manifestaciones a menos que una obediencia perfecta compruebe que tiene un valor real. Su indulgencia, su desprecio de lo requerido por Dios, es una verdadera crueldad. Vd. fomenta y disculpa la desobediencia diciendo: “Mi hijo me quiere.” Un amor tal es de poco valor y engañoso. Ni siquiera es amor. Este, el amor verdadero que se ha de cultivar en la familia, tiene valor porque es atestiguado por la obediencia....
HC 276.1
Si Vd. ama el alma de sus hijos, llámelos al orden; pero una abundancia de besos y evidencias de cariño ciega sus ojos, y sus hijos lo saben. Haga menos caso de estas manifestaciones exteriores de amor en abrazos y besos; descienda a lo hondo de la conducta y muéstreles lo que constituye el amor filial. Rehuse esas manifestaciones como un fraude y engaño, a menos que las apoyen la obediencia y el respeto por sus órdenes.9
HC 276.2
Ni afecto ciego ni severidad indebida—Si bien no hemos de ceder al afecto ciego, tampoco debemos manifestar indebida severidad. Los niños no pueden ser llevados al Señor por la fuerza. Pueden ser conducidos, mas no arreados. Cristo declara: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen.” No dice: Mis ovejas oyen mi voz y se las fuerza a seguir la senda de la obediencia. En el gobierno de los hijos, debe manifestarse amor. Nunca deben los padres causar pena a sus hijos por manifestaciones de dureza o exigencias que no sean razonables. La dureza empuja a las almas a la red de Satanás.10
HC 276.3
La influencia combinada de la autoridad y del amor permitirá sostener firme y bondadosamente las riendas del gobierno familiar. Un deseo sincero de que Dios sea glorificado y de que nuestros hijos le rindan el tributo que le deben nos guardará de la debilidad y de sancionar el mal.11
HC 277.1
La obediencia no requiere dureza—Nadie se imagine ... que la dureza y la severidad sean necesarias para obtener obediencia. He visto casos en que se mantenía el gobierno familiar más eficaz sin una palabra o mirada dura. He estado con otras familias donde se daban constantemente órdenes en tono autoritario, y con frecuencia se administraban reprensiones y castigos severos. En el primer caso, los hijos seguían la conducta de los padres y rara vez se hablaban unos a otros en tono áspero. En el segundo, los hijos imitaban también el ejemplo paterno; y de la mañana hasta la noche se oían palabras de ira, críticas y disputas.12
HC 277.2
Deben refrenarse las palabras que intimiden, infundan temor y destierren el amor del alma. Un padre prudente, tierno y temeroso de Dios no introducirá en el hogar un temor servil, sino un elemento de amor. Si bebemos del agua de vida, brotará agua dulce de la fuente, no agua amarga.13
HC 277.3
Las palabras duras suelen agriar el genio, hieren el corazón de los niños, y a veces esas heridas se curan difícilmente. Los niños resienten la menor injusticia, y al sufrirla algunos se desaniman y entonces ya no querrán prestar atención a las órdenes dadas a gritos y con ira, ni tampoco a las amenazas de castigo.14
HC 277.4
Existe el peligro de criticar con excesivo rigor las cosas pequeñas. Las críticas demasiado severas y los reglamentos muy rígidos inducen a despreciar toda reglamentación; y con el tiempo los niños así educados manifestarán el mismo desprecio por las leyes de Cristo.15
HC 277.5
Se necesita firmeza uniforme y desapasionada—Los niños son por naturaleza sensibles y amantes. Es fácil complacerlos, o hacerles sentirse desdichados. Mediante una disciplina suave de palabras y actos amables, las madres pueden ligar a sus hijos con su propio corazón. Es un grave error manifestar severidad y ser autoritario con los niños. La firmeza uniforme y un gobierno sereno son necesarios para la disciplina de toda familia. Decid con calma lo que queréis decir; obrad con consideración, y cumplid sin desviación lo que decís.
HC 278.1
Hallaréis compensación si manifestáis afecto en vuestro trato con vuestros hijos. No los desalentéis por falta de simpatía hacia sus juegos, goces y pesares infantiles. No permitáis jamás que un ceño frunza vuestras cejas ni que escape de vuestros labios una palabra dura. Dios escribe en su registro todas las palabras tales.16
HC 278.2
No bastan la restricción ni la cautela—Amados hermanos, como iglesia habéis descuidado tristemente vuestro deber hacia los niños y jóvenes. Mientras les imponéis reglamentos y restricciones, debéis tener gran cuidado de revelarles la fase cristiana de vuestro carácter y no la satánica. Los niños necesitan constantemente cuidado vigilante y tierno amor. Vinculadlos con vuestro corazón, y recordadles siempre el amor tanto como el temor de Dios. Los padres y las madres no dominan su propio espíritu y por lo tanto no son aptos para gobernar a otros. Refrenar y precaver a los niños no es todo lo que se requiere. Aún tenéis que aprender a obrar con justicia y a amar la misericordia, así como a andar humildemente con Dios.17
HC 278.3
Consejos a la madre de una niña de voluntad fuerte—Su hija no le pertenece; Vd. no puede hacer con ella lo que le agrade, porque es propiedad del Señor. Diríjala con firme perseverancia; enséñele que pertenece a Dios. Con tal preparación se desarrollará y será una bendición para quienes la rodeen. Pero Vd. necesitará un discernimiento claro y agudo para reprimir la inclinación de ella a gobernarlas a ambas, a salir con la suya y a obrar como le agrade.18
HC 278.4
Un gobierno firme y sereno—He visto a muchas familias naufragar por exceso de gobierno de parte de su cabeza, mientras que mediante consultas y acuerdo todos podrían haber progresado bien y armoniosamente.19
HC 279.1
La falta de firmeza en el gobierno de la familia causa mucho daño; es en realidad tan mala como la falta absoluta de gobierno. Se pregunta a menudo: ¿Por qué resultan los hijos de padres religiosos tan frecuentemente tercos, desafiadores y rebeldes? El motivo reside en la preparación recibida en el hogar. Demasiado a menudo los padres no están unidos en su gobierno de la familia.20
HC 279.2
Un gobierno caprichoso, en el que una vez se sostienen las riendas con firmeza, y en otra ocasión se permite lo que se había condenado, significa la ruina para un niño.21
HC 279.3
Una ley para los padres y los hijos—Dios es nuestro Legislador y Rey, y los padres han de sujetarse a su gobierno. Este prohibe toda opresión de parte de los padres y toda desobediencia de parte de los hijos. El Señor abunda en bondad, misericordia y verdad. Su ley es santa, justa y buena, y debe ser acatada por padres e hijos. Los preceptos que han de regir la vida de padres e hijos proceden de un corazón rebosante de amor, y la rica bendición de Dios descansará sobre los padres que apliquen su ley en sus hogares y sobre los hijos que la acaten. Se ha de sentir la influencia combinada de la misericordia y la justicia. “La misericordia y la verdad se encontraron: la justicia y la paz se besaron.” Las familias así disciplinadas andarán en el camino del Señor, para obrar justicia y juicio.22
HC 279.4
177
HC
El Hogar Cristiano
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