Mensajes para los Jóvenes

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El poder del dominio propio

En la niñez y en la juventud, el carácter es más impresionable. Entonces debería adquirirse el poder del dominio propio. Junto al hogar y a la mesa familiar se ejercen influencias cuyos resultados son duraderos como la eternidad. Más que cualquier dote natural, los hábitos establecidos en los primeros años determinarán si un hombre saldrá victorioso o derrotado en la batalla de la vida. MJ 93.4

En el uso del lenguaje no hay quizás error que tanto, los viejos como los jóvenes, estén más listos a tolerarse a sí mismos livianamente, que el de la expresión apresurada, impaciente. Creen que es excusa suficiente decir: “No estaba en guardia, y no tenía realmente intención de decir lo que dije”. Pero la Palabra de Dios no lo trata ligeramente. La Escritura dice: “¿Has visto hombre ligero en sus palabras? Más esperanza hay del necio que de él”.2 “Como ciudad derribada y sin muralla es el hombre sin dominio propio”.3 MJ 93.5

La mayor parte de las contrariedades de la vida, de sus dolores de corazón, de sus irritaciones, se deben al genio indómito. En un momento, las palabras precipitadas, apasionadas, descuidadas, pueden hacer un daño que el arrepentimiento de toda una vida no pueda reparar. ¡Oh, cuántos corazones quebrantados, amigos distanciados, vidas arruinadas por las palabras precipitadas y rudas de quienes podían haber proporcionado ayuda y curación! MJ 93.6

El exceso de trabajo causa a veces la pérdida del dominio propio. Pero el Señor nunca obliga a realizar movimientos precipitados, complicados. Muchos acumulan sobre sí cargas que el misericordioso Padre celestial no colocó sobre ellos. Uno a otro se suceden precipitadamente los deberes que Dios nunca tuvo el propósito de que los llevaran a cabo. Dios desea que comprendamos que no glorificamos su nombre cuando tomamos tantas cargas que nos hallamos oprimidos y, por haber cansado el corazón y el cerebro, nos irritamos, nos impacientamos y regañamos. No hemos de llevar más que aquellas responsabilidades que el Señor nos da, confiando en él y manteniendo así nuestro corazón puro y lleno de ternura y compasión. MJ 93.7