Mensajes para los Jóvenes

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Capítulo 157—El ejemplo de Isaac

Nadie que tema a Dios puede unirse sin peligro con quien no le teme. “¿Andarán dos juntos, si no se hubieran puesto de acuerdo?”1 La felicidad y la prosperidad del matrimonio dependen de la unidad que haya entre los esposos; pero entre el creyente y el incrédulo hay una diferencia radical de gustos, inclinaciones y propósitos. Sirven a dos señores, entre los cuales la concordia es imposible. Por puros y rectos que sean los principios de una persona, la influencia de un cónyuge incrédulo tenderá a apartarla de Dios. MJ 327.2

El que contrajo matrimonio antes de convertirse tiene después de su conversión mayor obligación de ser fiel a su cónyuge, por mucho que difieran en sus convicciones religiosas. Sin embargo, las exigencias del Señor deben estar por encima de toda relación terrenal, aunque como resultado vengan pruebas y persecuciones. Manifestada en un espíritu de amor y mansedumbre, esta fidelidad puede influir para ganar al cónyuge Incrédulo. Pero el matrimonio de cristianos con infieles está prohibido en la Sagrada Escritura. El mandamiento del Señor dice: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos”.2 MJ 327.3

Isaac fue sumamente honrado por Dios al ser hecho heredero de las promesas por las cuales sería bendecida la tierra; sin embargo, a la edad de cuarenta años se sometió al juicio de su padre cuando envió a un servidor experto y piadoso a buscarle esposa. Y el resultado de este casamiento, que nos es presentado en las Escrituras, es un tierno y hermoso cuadro de la felicidad doméstica: “E Isaac la llevó a la tienda de su madre Sara. Recibió a Rebeca por esposa, y la amó. Y se consoló Isaac después de la muerte de su madre”.3 MJ 327.4

¡Qué contraste entre la conducta de Isaac y la de la juventud de nuestro tiempo, aun entre los que se dicen cristianos! Los jóvenes creen con demasiada frecuencia que la entrega de sus afectos es un asunto en el cual tienen que consultarse únicamente a sí mismos, un asunto en el cual no deben intervenir ni Dios ni los padres. Mucho antes de llegar a la edad madura, se creen competentes para hacer su propia elección sin la ayuda de sus padres. Suelen bastarles unos años de matrimonio para convencerlos de su error; pero muchas veces es demasiado tarde para evitar las consecuencias perniciosas. La falta de sabiduría y dominio propio que los indujo a hacer una elección apresurada agrava el mal hasta que el matrimonio llega a ser un amargo yugo. Así han arruinado muchos su felicidad en esta vida y su esperanza de una vida venidera. MJ 328.1

Si hay un asunto que debe ser considerado cuidadosamente, y en el cual se debe buscar el consejo de personas experimentadas y de edad, es el matrimonio; si alguna vez se necesita la Biblia como consejera, si alguna vez se debe buscar en oración la dirección divina, es antes de dar un paso que ha de vincular a dos personas para toda la vida. MJ 328.2

Los padres nunca deben perder de vista su propia responsabilidad acerca de la futura felicidad de sus hijos. El respeto de Isaac por el juicio de su padre era el resultado de su educación, que le había enseñado a amar una vida de obediencia. Al mismo tiempo que Abraham exigía a sus hijos que respetaran la autoridad paterna, su vida diaria daba testimonio de que esta autoridad no era un dominio egoísta o arbitrario, sino que se basaba en el amor y procuraba su bienestar y dicha. MJ 328.3

Los padres y las madres deben considerar que les incumbe guiar el afecto de los jóvenes, para que cultiven amistades con personas que sean compañías adecuadas. Deberían sentir que, mediante su enseñanza y por su ejemplo, con la ayuda de Dios, tienen la responsabilidad de modelar el carácter de sus hijos, desde muy pequeños, para que lleguen a ser puros y nobles y se sientan atraídos por lo bueno y verdadero. [...] los jóvenes buscarán, más tarde, relacionarse con los que posean las mismas características. [...]. MJ 328.4

El amor verdadero es un principio elevado y santo, completamente diferente al amor despertado por el impulso y que muere de repente cuando es severamente probado. Por la fidelidad al deber en la casa paterna, los jóvenes se preparán para formar sus propios hogares. En ellos deberían practicar la abnegación propia y manifestar bondad, cortesía y compasiónn cristianas. De este modo, el amor se mantendrá cálido en el corazón, y los que salgan de un hogar así, para estar a la cabeza de una familia propia, sabrán aumentar la felicidad de quien hayan escogido por compañero o compañera de su vida. Entonces el matrimonio, en lugar de ser el fin de amor, será su verdadero principio.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 174-176. MJ 329.1