Mensajes para los Jóvenes

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Capítulo 9—En sociedad con Dios

Tienen a su alcance algo más que posibilidades finitas. Un hombre, según Dios aplica el término, es un hijo de Dios. “Amados, ahora ya somos hijos de Dios. Y aunque no se ve aún lo que hemos de ser, sabemos que cuando Cristo aparezca, seremos semejantes a él, porque le veremos como es él. Todo el que tiene esta esperanza en él, se purifica, así como él es puro”.1 Es su privilegio apartarse de lo vulgar e inferior y elevarse a una norma alta, a ser respetados por los hombres y amados por Dios. MJ 33.3

La obra religiosa que el Señor da a los jóvenes y a los hombres de todas las edades, muestra la consideración que les tiene como hijos suyos. Les da el trabajo de gobernarse a sí mismos. Los llama a ser participantes con él en la gran obra de la redención y elevación de la humanidad. Así como un padre hace a su hijo socio suyo en su negocio, el Señor hace socios suyos a sus hijos. Somos hechos colaboradores de Dios. Jesús dice: “Como tú me enviaste al mundo, yo también los he enviado al mundo”.2 ¿No escogerían más bien ser hijos de Dios que siervos de Satanás y del pecado, teniendo el nombre registrado como enemigos de Cristo? MJ 34.1

Los jóvenes necesitan más de la gracia de Cristo para practicar los principios del cristianismo en la vida diaria. La preparación para la venida de Cristo es una preparación hecha mediante Cristo, para ejercitar nuestras más elevadas cualidades. Es privilegio de cada joven hacer de su carácter una hermosa estructura. Pero hay una necesidad positiva de mantenerse allegado a Jesús. Él es nuestra fuerza, eficiencia y poder. Ni por un momento podemos depender de nosotros mismos [...]. MJ 34.2