Mensajes para los Jóvenes

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Verdaderos motivos de servicio

Hay muchos que profesan ser cristianos y no están unidos con Cristo. Su vida diaria y su espíritu dan testimonio de que Cristo, la esperanza de la gloria, no mora en ellos. No se puede depender de ellos ni confiar en ellos. Están ansiosos por reducir su servicio al mínimo de esfuerzo y al mismo tiempo obtener el máximo de salario. El nombre “siervo” se aplica a todos los hombres, pues todos lo somos, y nos convendrá ver a qué molde nos conformamos. ¿Es el de la infidelidad o el de la fidelidad? MJ 160.2

¿Están los siervos generalmente dispuestos a hacer todo lo que pueden? ¿No es más bien costumbre prevaleciente deslizarse por el trabajo tan rápida y fácilmente como sea posible y obtener el salario al menor costo posible? El fin no es ser tan cabal como se pueda, sino obtener una remuneración. Los que profesan ser siervos de Cristo no deberían olvidar el precepto del apóstol Pablo: “Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no para ser vistos como los que quieren agradar a los hombres, sino con sinceridad de corazón, por respeto a Dios. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor, y no para los hombres; seguros de que recibiréis del Señor la recompensa de la herencia; porque a Cristo el Señor servís”.2 MJ 160.3

Los que entran en la obra como “siervos del ojo” hallarán que su trabajo no puede resistir la inspección de los hombres o de los ángeles. Lo esencial para el éxito en el trabajo es el conocimiento de Cristo; pues este conocimiento dará sanos principios de rectitud, e impartirá un espíritu noble, abnegado, como el de nuestro Salvador, a quien profesamos servir. La fidelidad, la economía, el cuidado, la prolijidad, debieran caracterizar todo nuestro trabajo, ya sea en la cocina, el taller, las oficinas de las casas editoras, el sanatorio, el colegio o dondequiera estemos ubicados en la viña del Señor. “El que es fiel en lo muy poco, también en lo más será fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más será injusto”.3The Review and Herald, 22 de septiembre de 1891. MJ 160.4