Maranata: El Señor Viene

286/372

Los que lo traspasaron, 12 de octubre

Veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo. Marcos 14:62. MSV 302.2

Cuando [los dirigentes judíos] contemplan su gloria, acude a sus mentes el recuerdo del Hijo del hombre revestido del ropaje de la humanidad. Recuerdan cómo lo trataron, cómo lo rechazaron y se apresuraron a ponerse del lado del gran apóstata. Las escenas de la vida de Cristo aparecen ante ellos con toda claridad. Todo lo que hizo, todo lo que dijo, la humillación a la que descendió a fin de salvarlos de la corrupción del pecado, se levanta ante ellos para condenarlos. MSV 302.3

Lo ven acercándose a Jerusalén para llorar con lágrimas de agonía sobre la impenitente ciudad que no quiso recibir su mensaje. Su voz, que se oyó cuando invitaba y rogaba, con tonos de tierna solicitud, parece llegar de nuevo a sus oídos. Surgen ante ellos las escenas del Getsemaní, y oyen la maravillosa oración de Jesús: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa”. Mateo 26:39. MSV 302.4

Oyen otra vez la voz de Pilato, que dice: “Yo no hallo en él ningún delito”. Juan 18:38. Ven la escena vergonzosa en el recinto del juicio, cuando Barrabás estuvo de pie junto a Cristo y ellos tuvieron el privilegio de escoger al que no tenía culpa. Oyen otra vez las palabras de Pilato: “¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás, o a Jesús, llamado el Cristo?” Mateo 27:17. Oyen la respuesta: “¡Fuera con éste, y suéltanos a Barrabás!” Lucas 23:18. A la pregunta de Pilato: “¿Qué, pues, haré de Jesús?” viene la respuesta: “¡Sea crucificado!” Mateo 27:22. MSV 302.5

Ven nuevamente a su Sacrificio cargando el oprobio de la cruz. Oyen las voces triunfantes y sarcásticas que exclaman: “Si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz”, “a otros salvó, a sí mismo no se puede salvar”. Mateo 27:40, 42. MSV 303.1

No lo ven ahora en el huerto de Getsemaní, ni en el recinto del juicio, ni en la cruz del Calvario. Han pasado las señales de su humillación y contemplan el rostro de Dios—ese rostro que ellos escupieron—, el rostro que los sacerdotes y gobernantes hirieron con las palmas de sus manos. Ahora les es revelada la verdad en todo su vigor.—The Review and Herald, 5 de septiembre de 1899. MSV 303.2