La Temperancia

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Capítulo 2—La conversión, el secreto de la victoria

Consentir es pecado—La complacencia del apetito antinatural, ya sea por el té, el café, el tabaco o el alcohol, es intemperancia, y se halla en guerra contra las leyes de la vida y la salud. Usando estos artículos prohibidos, se crea una condición en el sistema, que el Creador nunca se propuso que hubiera. Esta indulgencia en cualquiera de los miembros de la familia humana es pecado. ... El sufrimiento, la enfermedad y la muerte, son la penalidad segura de la indulgencia.—El Evangelismo, 198. Te 93.2

Cuando el Espíritu Santo trabaja entre nosotros—La primera y más importante cosa es ablandar y subyugar el alma presentando a nuestro Señor Jesucristo como el Portador del pecado, el Salvador que perdona el pecado, haciendo el Evangelio tan claro como sea posible. Cuando el Espíritu Santo trabaja entre nosotros, ... se convencen las almas que no están listas para la aparición de Cristo. ... Los adictos al tabaco sacrifican su ídolo y el bebedor su alcohol. No podrían hacer esto si no captaran por la fe las promesas de Dios para el perdón de sus pecados.—Evangelism, 264. Te 93.3

La gran necesidad del hombre—Cristo dio su vida para comprar la redención para el pecador. El Redentor del mundo sabía que la complacencia del apetito estaba trayendo flaqueza física y amortiguando las facultades perceptivas, de manera que no pudiesen discernirse las cosas sagradas y eternas. Sabía que la complacencia propia estaba pervirtiendo las facultades morales, y que la gran necesidad del hombre era la conversión del corazón, la mente y el alma de la vida de complacencia propia a una vida de abnegación y sacrificio.—Medical Ministry, 264. Te 94.1

El hombre fracasará con su propia fuerza—El hábito del tabaco ... ofusca muchísimas mentes. ¿Por qué no renuncia Ud. a este hábito? ¿Por qué no se levanta y dice: No serviré más al pecado y al diablo? Diga: Abandonaré esta hierba venenosa. Nunca podrá hacerlo por su propia fuerza. Cristo dice: “Yo estoy a tu diestra para ayudarte”.—Manuscrito 9, 1893. Te 94.2

Por qué tantos fracasan—Las tentaciones a la complacencia del apetito tienen un poder que puede ser vencido solamente por la ayuda que Dios puede impartir. Pero con cada tentación tenemos la promesa de Dios de que habrá una salida. ¿Por qué, pues, tantos son vencidos? Es porque no ponen su confianza en Dios. No sacan provecho de los medios provistos para su seguridad. Por lo tanto, las excusas que se presentan en favor de la complacencia del apetito pervertido no tienen peso delante de Dios.—Christian Temperance and Bible Hygiene, 22. Te 94.3

El único remedio—Para toda alma que lucha por elevarse de una vida de pecado a una vida de pureza, el gran elemento de fuerza reside en el único nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. Hechos 4:12. “Si alguno tiene sed”, de esperanza tranquila, de ser libertado de inclinaciones pecaminosas, Cristo dice: “Venga a mí, y beba”. Juan 7:37. El único remedio contra el vicio es la gracia y el poder de Cristo. Te 94.4

De nada sirven las buenas resoluciones que uno toma confiado en su propia fuerza. No conseguirán todas las promesas del mundo quebrantar el poder de un hábito vicioso. Nunca podrán los hombres practicar la templanza en todo sino cuando la gracia divina renueve sus corazones. No podemos guardarnos del pecado ni por un solo momento. Siempre tenemos que depender de Dios. ... Te 94.5

Cristo llevó una vida de perfecta obediencia a la ley de Dios, y así dio ejemplo a todo ser humano. La vida que él llevó en este mundo, tenemos que llevarla nosotros por medio de su poder y bajo su instrucción. Te 95.1

Se requiere perfecta obediencia—En la obra que desempeñamos por los caídos, han de quedar impresas en el espíritu y en el corazón las exigencias de la ley de Dios y la necesidad de serle leales. No dejéis nunca de manifestar que hay diferencia notable entre el que sirve a Dios y el que no le sirve. Dios es amor, pero no puede disculpar la violación voluntaria de sus mandamientos. Los decretos de su gobierno son tales que los hombres no pueden evitar las consecuencias de desobedecerlos. Dios sólo honra a los que le honran. El comportamiento del hombre en este mundo decide su destino eterno. Según haya sembrado, así segará. A la causa ha de seguir el efecto. Te 95.2

Sólo la obediencia perfecta puede satisfacer el ideal que Dios requiere. Dios no dejó indefinidas sus demandas. No prescribió nada que no sea necesario para poner al hombre en armonía con él. Hemos de enseñar a los pecadores el ideal de Dios en lo que respecta al carácter, y conducirlos a Cristo, cuya gracia es el único medio de alcanzar ese ideal. Te 95.3

La victoria asegurada mediante la impecable vida de Cristo—El Salvador llevó sobre sí los achaques de la humanidad y vivió una vida sin pecado, para que los hombres no teman que la flaqueza de la naturaleza humana les impida vencer. Cristo vino para hacernos “participantes de la naturaleza divina”, y su vida es una afirmación de que la humanidad, en combinación con la divinidad, no peca. Te 95.4

El Salvador venció para enseñar al hombre cómo puede él también vencer. Con la Palabra de Dios, Cristo rechazó las tentaciones de Satanás. Confiando en las promesas de Dios, recibió poder para obedecer sus mandamientos, y el tentador no obtuvo ventaja alguna. A cada tentación Cristo contestaba: “Escrito está”. A nosotros también nos ha dado Dios su Palabra para que resistamos al mal. Grandísimas y preciosas son las promesas recibidas, para que seamos “hechos participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que está en el mundo por concupiscencia”. 2 Pedro 1:4. Te 95.5

Encareced al tentado que no mire a las circunstancias, a su propia flaqueza, ni a la fuerza de la tentación, sino al poder de la Palabra de Dios, cuya fuerza es toda nuestra. “En mi corazón—dice el salmista—he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”. “Por la palabra de tus labios yo me he guardado de las vías del destructor”. Salmos 119:11; 17:4. Te 95.6

Unidos con Cristo mediante la oración—Dirigid a la gente palabras de aliento; elevadla hasta Dios en oración. Muchos vencidos por la tentación se sienten humillados por sus caídas, y les parece inútil acercarse a Dios; pero este pensamiento es del enemigo. Cuando han pecado y se sienten incapaces de orar, decidles que es entonces cuando deben orar. Bien pueden estar avergonzados y profundamente humillados; pero cuando confiesen sus pecados, Aquel que es fiel y justo se los perdonará y los limpiará de toda iniquidad. Te 96.1

No hay nada al parecer tan débil, y no obstante tan invencible, como el alma que siente su insignificancia y confia por completo en los méritos del Salvador. Mediante la oración, el estudio de su Palabra y el creer que su presencia mora en el corazón, el más débil ser humano puede vincularse con el Cristo vivo, quien lo tendrá de la mano y nunca lo soltará.—El Ministerio de Curación, 134-137. Te 96.2

Salud y fuerza para el vencedor—Cuando los hombres que se han complacido en hábitos incorrectos y prácticas pecaminosas se rinden al poder de la verdad divina, la aplicación de esa verdad al corazón revitaliza las facultades morales que parecían estar paralizadas. El receptor llega a tener una comprensión más fuerte y más clara que antes de que su alma se asegurara a la Roca eterna. Aun su salud física mejora al darse cuenta que está seguro en Cristo. La bendición especial de Dios, que descansa sobre el receptor, es de por sí salud y fuerza.—Christian Temperance and Bible Hygiene, 13. Te 96.3

El poder para vencer está sólo en Cristo—Los hombres han contaminado el templo del alma, y Dios los llama a despertar y a luchar con todas sus fuerzas para reconquistar la virilidad que Dios les diera. Nada excepto la gracia de Dios puede convencer y convertir el corazón; sólo de él los esclavos de los hábitos pueden obtener poder para romper las cadenas que los atan. Es imposible que un hombre presente su cuerpo como sacrificio viviente, santo, aceptable a Dios mientras siga complaciendo hábitos que le están restando de su vigor físico, mental y moral. Nuevamente dice el apóstol: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. Romanos 12:2.—Christian Temperance and Bible Hygiene, 10, 11. Te 96.4

En la fuerza de Cristo,—Cristo peleó la batalla en el terreno del apetito y salió victorioso. Nosotros también podemos vencer mediante la fuerza derivada de él. ¿Quién entrará por las puertas de la ciudad? No aquellos que declaran que no pueden vencer la fuerza del apetito. Cristo ha resistido el poder de aquel que quisiera mantenernos en esclavitud; aunque debilitado por su largo ayuno de cuarenta días, resistió a la tentación y demostró por medio de ese acto que nuestros casos no son desesperados. Yo sé que no podemos obtener la victoria solos. ¡Cuán agradecidos debiéramos estar de que tenemos un Salvador viviente que está listo y deseoso de ayudarnos! Te 97.1

Recuerdo el caso de un hombre en una congregación a la cual me tocó dirigir la palabra. Estaba casi perdido física y mentalmente por el uso del licor y del tabaco. Estaba postrado por los efectos de la disipación, y su vestimenta estaba en consonancia con su quebrantada condición. A todas luces había ido demasiado lejos como para ser rescatado, pero cuando lo insté a que resistiera la tentación en la fuerza del Salvador resucitado, se levantó temblando y dijo: “Ud. se interesa por mí, y yo me interesaré por mí mismo”. Seis meses después llegó a mi casa. No lo reconocí. Con un rostro radiante de gozo y los ojos llenos de lágrimas, me aferró la mano y dijo: “Ud. no me conoce, pero, ¿recuerda al hombre vestido de azul que se levantó en su congregación y dijo que trataría de reformarse?” Estaba asombrada. Allí estaba de pie, y parecía diez años más joven. Había ido a su casa de esa reunión y había pasado en oración y lucha largas horas hasta que salió el sol. Fue una noche de conflicto, pero gracias a Dios, salió victorioso. Este hombre podía hablar, por su triste experiencia, acerca de la esclavitud de estos malos hábitos. Sabía cómo advertir a los jóvenes de los peligros de la contaminación y podía señalar a Cristo como la única fuente de ayuda a los que como él hubiesen sido vencidos.—Christian Temperance and Bible Hygiene, 19, 20. Te 97.2

Sin Cristo, no hay reforma genuina—Sin el poder divino, ninguna reforma verdadera puede llevarse a cabo. Las vallas humanas levantadas contra las tendencias naturales y fomentadas no son más que bancos de arena contra un torrente. Sólo cuando la vida de Cristo es en nuestra vida un poder vivificador podemos resistir las tentaciones que nos acometen de dentro y de fuera. Te 97.3

Cristo vino a este mundo y vivió conforme a la ley de Dios para que el hombre pudiera dominar perfectamente las inclinaciones naturales que corrompen el alma. El es el Médico del alma y del cuerpo y da la victoria sobre las pasiones guerreantes. Ha provisto todo medio para que el hombre pueda poseer un carácter perfecto. Te 98.1

Al entregarse uno a Cristo, la mente se sujeta a la dirección de la ley; pero ésta es la ley real, que proclama la libertad a todo cautivo. Al hacerse uno con Cristo, el hombre queda libre. Sujetarse a la voluntad de Cristo significa ser restaurado a la perfecta dignidad de hombre. Te 98.2

Obedecer a Dios es quedar libre de la servidumbre del pecado y de las pasiones e impulsos humanos. El hombre puede ser vencedor de sí mismo, triunfar de sus propias inclinaciones, de principados y potestades, de los “señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas”, y de las “malicias espirituales en los aires”.—El Ministerio de Curación, 92, 93. Te 98.3