Sección 5—Bebidas embriagantes más suaves
Capítulo 1—Importancia de los hábitos de estricta temperancia
Ejemplos del Antiguo y el Nuevo Testamentos—Cuando el Señor suscitó a Sansón como libertador de su pueblo, ordenó que su madre siguiera hábitos correctos de vida antes del nacimiento del niño. La misma prohibición había de ser impuesta al niño desde el principio, porque debía ser consagrado a Dios como nazareo desde su nacimiento.
Te 80.1
El ángel de Dios apareció a la mujer de Manoa y le informó que tendría un hijo, y en vista de esto, le dio importantes instrucciones: “Ahora, pues, no bebas vino ni sidra, ni comas cosa inmunda”. Jueces 13:4.
Te 80.2
Dios tenía asignada una importante obra para el hijo prometido de Manoa, y para asegurarle las cualidades necesarias para realizar esa obra, los hábitos de la madre tanto como del niño tenían que ser cuidadosamente regulados. “No beberá vino ni sidra”, fue la instrucción del ángel para la mujer de Manoa, “y no comerá cosa inmunda; guardará todo lo que le mandé”. Jueces 13:14. El niño sería afectado para bien o para mal por los hábitos de la madre. Ella misma debía gobernarse por principios y practicar la temperancia y la abnegación, si había de procurar el bienestar de su niño.
Te 80.3
En el Nuevo Testamento hallamos un ejemplo no menos impresionante de la importancia de los hábitos de temperancia.
Te 80.4
Juan el Bautista era un reformador. Se le había confiado una gran obra en favor de la gente de sus días, y en preparación para esa obra, sus hábitos fueron cuidadosamente regulados desde su mismo nacimiento. El ángel Gabriel fue enviado del cielo para instruir a los padres de Juan en los principios de la reforma pro salud. “No beberá vino ni sidra”, dijo el mensajero celestial, “y será lleno del Espíritu Santo”. Lucas 1:15.
Te 80.5
Juan se separó de sus amigos y de los lujos de la vida, para ir a vivir solo en el desierto, alimentándose de una dieta puramente vegetal. La sencillez de su vestimenta—un manto tejido con pelo de camello—era un reproche para el lujo y la ostentación de la gente de su generación, especialmente de los sacerdotes judíos. También su régimen, de langostas y miel silvestre, era un reproche para la glotonería que prevalecía por doquiera.
Te 81.1
La obra de Juan fue predicha por el profeta Malaquías: “He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres”. Malaquías 4:5, 6. Juan el Bautista salió con el espíritu y el poder de Elías para preparar el camino del Señor, y para hacer volver la gente a la sabiduría de los justos. Era un representante de los que viven en los últimos días, a quienes Dios ha confiado sagradas verdades para presentar ante la gente y preparar el camino para la segunda venida de Cristo. Y los mismos principios de temperancia que Juan practicó debieran ser observados por aquellos que en nuestros días han de advertir al mundo de la llegada del Hijo del Hombre.
Te 81.2
Dios hizo al hombre a su propia imagen, y espera que el hombre conserve íntegras las facultades que se le han impartido para el servicio del Creador. ¿No debiéramos prestar atención a sus advertencias, y tratar de conservar cada facultad en las mejores condiciones para servir a Dios? Lo mejor que podamos dar a Dios es débil, por cierto.
Te 81.3
¿Por qué hay tanta miseria hoy en el mundo? ¿Será porque a Dios le agrada ver sufrir a sus criaturas? ¡Oh, no! Es porque los hombres han sido debilitados por prácticas inmortales. Nos quejamos de la transgresión de Adán y parece que pensamos que nuestros primeros padres dieron muestra de gran debilidad al ceder a la tentación. Pero si la transgresión de Adán fuera el único mal que tuviéramos que enfrentar, la condición del mundo sería mucho mejor de lo que es. Ha habido una sucesión de caídas desde los días de Adán.—Christian Temperance and Bible Hygiene, 37-39.
Te 81.4
Una advertencia sobre el efecto del vino—La historia de Nadab y Abiú también está registrada como una advertencia para el hombre, que muestra que el efecto del vino sobre el intelecto es confundir. Y siempre tendrá esta influencia sobre las mentes de aquellos que lo usan. Por lo tanto Dios prohíbe explícitamente el uso de vino y de bebidas fuertes.—The Signs of the Times, 8 de julio de 1880.
Te 81.5
Nunca hubieran cometido Nadab y Abiú su fatal pecado, si antes no se hubiesen intoxicado parcialmente bebiendo mucho vino. Sabían que era menester hacer la preparación más cuidadosa y solemne antes de presentarse en el santuario donde se manifestaba la presencia divina; pero debido a su intemperancia se habían descalificado para ejercer su santo oficio. Su mente se confundió y se embotaron sus percepciones morales, de tal manera que no pudieron discernir la diferencia que había entre lo sagrado y lo común.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 376.
Te 82.1
1766
Te
La Temperancia
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