La Oración

204/387

La oración sin un servicio ferviente al prójimo se convierte en formalismo

Dios no pretende que algunos de nosotros nos hagamos ermitaños o monjes, ni que nos retiremos del mundo a fin de consagrarnos a los actos de adoración. Nuestra vida debe ser como la vida de Cristo, que estaba repartida entre la montaña y la multitud. El que no hace nada más que orar, pronto dejará de hacerlo o sus oraciones llegarán a ser una rutina formal. Cuando los hombres se alejan de la vida social, de la esfera del deber cristiano y de la obligación de llevar su cruz, cuando dejan de trabajar ardientemente por el Maestro que trabajaba con ardor por ellos, pierden lo esencial de la oración y no tienen ya estímulo para la devoción. Sus oraciones llegan a ser personales y egoístas. No pueden orar por las necesidades de la humanidad o la extensión del reino de Cristo, ni pedir fuerza con que trabajar.—El Camino a Cristo, 101. Or 148.2