La Oración

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La oscuridad rodea a quienes olvidan la oración

Y si el Salvador de los hombres, el Hijo de Dios, sintió la necesidad de orar, ¡cuánto más nosotros, débiles mortales, manchados por el pecado, no debemos sentir la necesidad de orar con fervor y constancia! Or 29.2

Nuestro Padre celestial está esperando para derramar sobre nosotros la plenitud de sus bendiciones. Es privilegio nuestro beber abundantemente de la fuente de amor infinito. ¡Qué extraño que oremos tan poco! Dios está pronto y dispuesto a oír la oración sincera del más humilde de sus hijos y, sin embargo, hay de nuestra parte mucha cavilación para presentar nuestras necesidades delante de Dios. ¿Qué pueden pensar los ángeles del cielo de los pobres y desvalidos seres humanos, que están sujetos a la tentación, cuando el gran Dios lleno de infinito amor se compadece de ellos y está pronto para darles más de lo que pueden pedir o pensar y que, sin embargo, oran tan poco y tienen tan poca fe? Los ángeles se deleitan en postrarse delante de Dios, se deleitan en estar cerca de él. Es su mayor delicia estar en comunión con Dios; y con todo, los hijos de los hombres, que tanto necesitan la ayuda que Dios solamente puede dar, parecen satisfechos andando sin la luz del Espíritu ni la compañía de su presencia. Or 29.3

Las tinieblas del malo cercan a aquellos que descuidan la oración. Las tentaciones secretas del enemigo los incitan al pecado; y todo porque no se valen del privilegio que Dios les ha concedido de la bendita oración. ¿Por qué han de ser los hijos e hijas de Dios tan remisos para orar, cuando la oración es la llave en la mano de la fe para abrir el almacén del cielo, en donde están atesorados los recursos infinitos de la Omnipotencia?—El Camino a Cristo, 93, 94. Or 29.4

Vigilad, hermanos, la primera disminución de vuestra luz, la primera negligencia de la oración, el primer síntoma del sueño espiritual.—Testimonios Selectos 3:121. Or 30.1

Es preciso que veléis para que el ajetreo de la vida no ocasione el descuido de la oración cuando más necesitáis la fuerza que ella os proveería. La santidad está en peligro de ser forzada fuera del alma por el afán excesivo de los negocios. Es un gran mal negarle al alma la fuerza y la sabiduría celestiales que esperan ser reclamadas por vosotros. Necesitáis esa iluminación que solo Dios es capaz de dar. Nadie está capacitado para atender sus negocios a menos que tenga esta sabiduría.—Testimonios para la Iglesia 5:529. Or 30.2