La Oración

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Arrodillarse para la oración induce a la reverencia

¡Quiera Dios enseñar a su pueblo a orar! Aprendan diariamente en la escuela de Cristo los maestros de nuestras escuelas y los predicadores de nuestras iglesias. Entonces orarán con fervor, y sus peticiones serán oídas y contestadas. Entonces la palabra será proclamada con poder. Or 250.1

Tanto en el culto en público como en privado, es privilegio nuestro doblegar las rodillas ante el Señor cuando le ofrecemos nuestras peticiones. Jesús, nuestro modelo, “puesto de rodillas oró”. Acerca de sus discípulos está registrado que también oraban “puestos de rodillas”. Pablo declaró: “Doblo mis rodillas al Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Al confesar ante Dios los pecados de Israel, Esdras estaba de rodillas. Daniel “hincábase de rodillas tres veces al día, y oraba, y confesaba delante de su Dios”. Or 250.2

La verdadera reverencia hacia Dios es inspirada por un sentimiento de su grandeza infinita y de su presencia. Y cada corazón debe quedar profundamente impresionado por este sentimiento de lo invisible. La hora y el lugar de oración son sagrados, porque Dios está allí; y al manifestarse la reverencia en la actitud y conducta, se ahondará el sentimiento que inspira. “Santo y terrible es su nombre”, declara el salmista. Los ángeles se velan el rostro cuando pronuncian su nombre. ¡Con qué reverencia, pues, deberíamos nosotros, que somos caídos y pecaminosos, tomarlo en los labios! Or 250.3

Sería bueno que jóvenes y ancianos meditasen en esas palabras de la Escritura que demuestran cómo debe ser considerado el lugar señalado por la presencia especial de Dios. “Quita tus zapatos de tus pies—ordenó a Moisés desde la zarza ardiente—, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es”. Jacob, después de contemplar la visión de los ángeles, exclamó: “Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía. ... No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo”.—Obreros Evangélicos, 187, 188. Or 250.4

La humildad manifestada por Salomón cuando comenzó a llevar los cargos del Estado, al reconocer delante de Dios: “Yo soy un niño pequeño”. 1 Reyes 3:7 (VM). Su notable amor a Dios, su profunda reverencia por las cosas divinas, su desconfianza de sí mismo y su ensalzamiento del Creador infinito, todos estos rasgos de carácter, tan dignos de emulación, se revelaron durante los servicios relacionados con la terminación del templo, cuando al elevar su oración dedicatoria lo hizo de rodillas, en la humilde posición de quien ofrece una petición. Los discípulos de Cristo deben precaverse hoy contra la tendencia a perder el espíritu de reverencia y temor piadoso. Las Escrituras enseñan a los hombres cómo deben acercarse a su Hacedor, a saber con humildad y reverencia, por la fe en un Mediador divino.—La Historia de Profetas y Reyes, 33. Or 251.1

“En medio del atrio” del templo se había erigido “un púlpito de metal,” o plataforma de “cinco codos de largo, y cinco codos de ancho, y de altura tres codos”. Sobre esta plataforma se hallaba Salomón, quién, con las manos alzadas, bendecía a la vasta multitud delante de él. “Y toda la congregación de Israel estaba en pie”. 2 Crónicas 6:13, 3. Or 251.2

Exclamó Salomón: “Bendito sea Jehová Dios de Israel, el cual con su mano ha cumplido lo que habló por su boca a David mi padre, diciendo... A Jerusalén he elegido para que en ella esté mi nombre”. 2 Crónicas 6:4, 6. Or 251.3

Luego Salomón se arrodilló sobre la plataforma, y a oídos de todo el pueblo, elevó la oración dedicatoria. Alzando las manos hacia el cielo, mientras la congregación se postraba a tierra sobre sus rostros, el rey rogó: “Jehová Dios de Israel, no hay Dios semejante a ti en el cielo ni en la tierra, que guardas el pacto y la misericordia a tus siervos que caminan delante de ti de todo su corazón”.—La Historia de Profetas y Reyes, 28, 29. Or 251.4

El rey Salomón se puso de pie sobre una plataforma de bronce ubicada delante del altar y bendijo al pueblo. Enseguida se arrodilló y con las manos extendidas hacia el cielo elevó una ferviente y solemne oración a Dios mientras la congregación se postraba con el rostro hacia tierra. Cuando terminó su plegaria, un fuego milagroso descendió del cielo y consumió el sacrificio.—La Historia de la Redención, 199. Or 251.5

Vuestra mente os fue dada a fin de que sepáis cómo trabajar. Vuestros ojos deben vigilar las oportunidades que os son dadas por Dios. Vuestros oídos deben estar atentos para escuchar los mandatos de Dios. Vuestras rodillas deben doblarse tres veces al día en oración sincera. Que vuestros pies corran en el camino de los mandamientos de Dios.—Testimonies for the Church 6:297. Or 252.1