La Oración

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Que nada ni nadie nos impida orar

El culto familiar no debiera ser gobernado por las circunstancias. No habéis de orar ocasionalmente y descuidar la oración en un día de mucho trabajo. Al hacer esto, inducís a vuestros hijos a considerar la oración como algo no importante. La oración significa mucho para los hijos de Dios y las acciones de gracias debieran elevarse delante de Dios mañana y noche. Dice el salmista: “Venid, aclamemos alegremente a Jehová; cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación. Lleguemos ante su presencia con alabanza; aclamémosle con cánticos”. Or 197.3

Padres y madres, por muy urgentes que sean vuestros negocios, no dejéis nunca de reunir a vuestra familia en torno del altar de Dios. Pedid el amparo de los santos ángeles para vuestra casa. Recordad que vuestros amados están expuestos a tentaciones. Or 197.4

No pasemos por alto nuestras obligaciones hacia Dios al esforzarnos por atender la comodidad y felicidad de los huéspedes. Ninguna consideración debería hacernos desatender la hora de la oración. No habléis ni os entretengáis con otras cosas hasta el punto de estar todos demasiado cansados para gozar de un momento de devoción. Hacer esto es presentar a Dios una ofrenda imperfecta. Deberíamos presentar nuestras súplicas y elevar nuestras voces en alabanza feliz y agradecida, a una hora temprana de la noche, cuando podamos orar sin prisa e inteligentemente. Or 198.1

Vean todos los que visitan un hogar cristiano que la hora de la oración es la más preciosa, la más sagrada y la más feliz del día. Estos momentos de devoción ejercen una influencia refinadora, elevadora sobre todos los que participan de ellos. Producen un descanso y una paz gratos al espíritu.—Conducción del Niño, 492, 493. Or 198.2