La Maravillosa Gracia de Dios

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“No de vosotros”, 7 de noviembre

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. Efesios 2:8. MGD 319.1

El apóstol deseaba que aquellos a quienes estaba escribiendo recordaran que debían revelar en sus vidas el glorioso cambio producido en ellos por la gracia transformadora de Cristo. Debían ser luces en el mundo, ejerciendo una influencia contraria a la de los instrumentos satánicos por medio de sus caracteres purificados y santificados. Siempre debían recordar las palabras: “No de vosotros”. Ellos no podían cambiar su propio corazón. Y cuando mediante sus esfuerzos las almas fueran conducidas de las filas de Satanás para decidirse por Cristo, no debían pretender ninguna participación en la transformación producida.—The Review and Herald, 10 de mayo de 1906. MGD 319.2

Dios llama a todos los que quieran venir y beber de las aguas de vida gratuitamente. El poder de Dios es el supremo factor de eficiencia en la gran obra de obtener la victoria sobre el mundo, el diablo y la carne. Está de acuerdo con el plan divino que sigamos cada rayo de luz dado por Dios. El hombre no puede llevar a cabo nada sin Dios, y Dios ha trazado su plan de tal manera que no va a llevar a cabo nada en lo que se refiere a la restauración de la raza humana sin la cooperación de lo humano con lo divino. La parte que se requiere que el hombre realice es inconmensurablemente pequeña, no obstante, en el plan de Dios es justamente la parte necesaria para que la obra alcance el buen éxito.—Manuscrito 113, 1898. MGD 319.3

El gran cambio que se observa en la vida del pecador después de la conversión no es producido por ninguna bondad humana... MGD 319.4

El que es rico en misericordia nos ha impartido su gracia. Que la alabanza y la acción de gracias asciendan entonces hacia él, porque ha llegado a ser nuestro Salvador. Que su amor, al llenar nuestros corazones y mentes, fluya de nuestras vidas en ricas corrientes de gracia. Cuando estábamos muertos en delitos y pecados, nos vivificó para vida espiritual. Trajo gracia y perdón, y llenó el alma de vida nueva. De este modo el pecador pasa de la muerte a la vida. Asume sus nuevos deberes en el servicio de Cristo. Su vida llega a ser real y fuerte, llena de buenas obras. “Porque yo vivo—dijo Cristo—también viviréis”.—The Review and Herald, 10 de mayo de 1906. MGD 319.5