La Maravillosa Gracia de Dios

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¡Qué precio! 13 de junio

Sabiendo que fuisteis rescatados... no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación. 1 Pedro 1:18, 19. MGD 172.1

Sabéis, dice Pedro, que no “fuisteis rescatados... con cosas corruptibles, como oro o plata”. Oh, si estos elementos hubieran sido suficientes para conseguir la salvación del hombre, cuán fácilmente la hubiera realizado el que dijo: “Mía es la plata, y mío es el oro”. Hageo 2:8. Pero el transgresor de la ley de Dios sólo podía ser redimido mediante la preciosa sangre del Hijo de Dios.—Testimonies for the Church 4:458. MGD 172.2

Nuestro Redentor puso la redención a nuestro alcance mediante su sacrificio infinito y su inexpresable sufrimiento. Sin honra y desconocido estuvo en este mundo a fin de que, mediante su condescendencia y humillación maravillosas, pudiera exaltar al hombre para que éste recibiera honores eternos y gozos inmortales en los atrios del cielo. Durante los treinta años de vida de Cristo en la tierra, su corazón fue atormentado con angustia indecible. La senda, desde el establo hasta el Calvario, fue ensombrecida por sufrimiento y pesar. Fue varón de dolores, experimentado en quebrantos, que soportó tales pesares que ningún lenguaje humano puede describir. Podría haber dicho en verdad: “Mirad, y ved si hay dolor como mi dolor”. Lamentaciones 1:12. Aunque aborrecía el pecado con perfecto odio, acumuló sobre su alma los pecados de todo el mundo. Inmaculado, llevó los pecados de los culpables. Inocente, se ofreció sin embargo como sustituto por los transgresores. El peso de la culpabilidad de todos los pecados cargó sobre el alma divina del Redentor del mundo. Los malos pensamientos, las malas palabras, los malos actos de cada hijo e hija de Adán demandaron una paga que recayó sobre Cristo, pues se había convertido en el sustituto del hombre. Aunque no era suya la culpa del pecado, su espíritu fue desgarrado y magullado por las transgresiones de los hombres, y Aquel que no conoció pecado llegó a ser pecado por nosotros para que pudiéramos ser justicia de Dios en él.—Mensajes Selectos 1:378, 379. MGD 172.3