La Iglesia Remanente

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Capítulo 9—El amor de Dios por su iglesia

Otra carta*

“Wellington, Nueva Zelandia,

11 de junio de 1893.

“Apreciado Hno. C.,

“El Señor no le ha dado un mensaje para proclamar que los adventistas del séptimo día son Babilonia, e invitar al pueblo de Dios a que salga de ella. Todas las razones que usted puede presentar no tienen ningún peso para mí en este aspecto; porque el Señor me ha dado definida luz que se opone a un mensaje tal. IR 95.1

“No dudo de su sinceridad y su honestidad. He escrito largas cartas en diferentes ocasiones a los que estaban acusando de ser Babilonia a la Iglesia Adventista del Séptimo Día, para decirles que no estaban diciendo la verdad. Usted piensa que algunos individuos han llenado de prejuicios mi mente. Si estuviera en esa condición, no se me podría confiar la obra de Dios. Pero en otros casos, se me ha llamado la atención sobre este asunto cuando algunos individuos han pretendido tener mensajes para la Iglesia Adventista del Séptimo Día, de carácter similar, y se me ha dado este mensaje: ‘No les creáis’. ‘No los envié, y aun así ellos corrieron’. IR 95.2

“Dios está dirigiendo un pueblo. Tiene un pueblo escogido, una iglesia en la tierra, a la que ha hecho depositaria de su ley. Le ha confiado un cometido sagrado y una verdad eterna para que sea comunicada al mundo. El la amonestará y la corregirá. El mensaje a los laodicenses se aplica a los adventistas del séptimo día que tienen gran luz y no han andado en la luz. Los que han hecho una gran profesión de fe, pero no se han mantenido al paso de su Líder, serán vomitados de su boca a menos que se arrepientan. El mensaje que declara que la Iglesia Adventista del Séptimo Día es Babilonia, e invita al pueblo de Dios a salir de ella, no proviene de ningún mensajero celestial, ni de ningún agente humano inspirado por el Espíritu de Dios. IR 96.1

“El Testigo Fiel dice: ‘Yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. Al que venciere le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono’. IR 97.1