El Ministerio de Curación

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Desengaños y peligros

Los que trabajan en pro de los caídos encontrarán tristes desengaños en muchos que prometían reformarse. Muchos no realizarán más que un cambio superficial en sus hábitos y prácticas. Los mueve el impulso, y por algún tiempo parecen haberse reformado; pero su corazón no cambió verdaderamente. Siguen amándose egoístamente a sí mismos, teniendo la misma hambre de vanos placeres y deseando satisfacer sus apetitos. No saben lo que es la edificación del carácter, y no puede uno fiarse de ellos como de hombres de principios. Han embotado sus facultades mentales y espirituales cediendo a sus apetitos y pasiones, y esto los ha debilitado. Son volubles e inconstantes. Sus impulsos tienden a la sensualidad. Tales personas son a menudo una fuente de peligro para los demás. Considerados como hombres y mujeres regenerados, se les confían responsabilidades, y se los pone en situación de corromper a los inocentes con su influencia. MC 132.3

Aun aquellos que con sinceridad procuran reformarse no están exentos del peligro de la recaída. Necesitan que se les trate con gran sabiduría y ternura. La tendencia a adular y alabar a los que fueron rescatados de los más hondos abismos, prepara a veces su ruina. La práctica de invitar a hombres y mujeres a relatar en público lo experimentado en su vida de pecado abunda en peligros, tanto para los que hablan como para los oyentes. El espaciarse en escenas del mal corrompe la mente y el alma. Y la importancia concedida a los rescatados del vicio les es perjudicial. Algunos llegan a creer que su vida pecaminosa les ha dado cierta distinción. Así se fomenta en ellos la afición a la notoriedad y la confianza en sí mismos, con consecuencias fatales para el alma. Podrán permanecer firmes únicamente si desconfían de sí mismos y dependen de la gracia de Cristo. MC 133.1

A todos los que dan pruebas de verdadera conversión se les debe alentar a que trabajen por otros. Nadie rechace al alma que deja el servicio de Satanás por el servicio de Cristo. Cuando alguien da pruebas de que el Espíritu de Dios lucha con él, alentadle para que entre en el servicio del Señor. “Recibid a los unos en piedad, discerniendo.” Judas 22. Los que son sabios en la sabiduría que viene de Dios verán almas necesitadas de ayuda, personas que se han arrepentido sinceramente, pero que, si no se les alienta, no se atreverán a asirse de la esperanza. El Señor incitará al corazón de sus siervos a dar la bienvenida a estos temblorosos y arrepentidos, y a invitarles a la comunión de su amor. Cualesquiera que hayan sido los pecados que los asediaron antes, por muy bajo que hayan caído, si contritos acuden a Cristo, él los recibe. Dadles, pues, algo que hacer por él. Si desean procurar sacar a otros del abismo de muerte del que fueron rescatados ellos mismos, dadles oportunidad para ello. Asociadlos con creyentes experimentados, para que puedan ganar fuerza espiritual. Llenadles el corazón y las manos de trabajo para el Maestro. MC 133.2

Cuando la luz brille en el alma, algunos que parecían estar completamente entregados al pecado, se pondrán a trabajar con éxito en favor de pecadores tales como eran ellos. Por medio de la fe en Cristo, habrá quienes alcancen altos puestos de servicio, y se les encomendarán responsabilidades en la obra de salvar almas. Saben dónde reside su propia flaqueza, y se dan cuenta de la depravación de su naturaleza. Conocen la fuerza del pecado y el poder de un hábito vicioso. Comprenden que son incapaces de vencer sin la ayuda de Cristo, y su clamor continuo es: “A ti confío mi alma desvalida.” MC 134.1

Estos pueden auxiliar a otros. Quien ha sido tentado y probado, cuya esperanza casi se desvaneció, pero fué salvado por haber oído el mensaje de amor, puede entender la ciencia de salvar almas. Aquel cuyo corazón está lleno de amor por Cristo porque el Salvador le buscó y le devolvió al redil, sabe buscar al perdido. Puede encaminar a los pecadores hacia el Cordero de Dios. Se ha entregado incondicionalmente a Dios, y ha sido aceptado en el Amado. La mano que el débil había alargado en demanda de auxilio fué asida. Por el ministerio de tales personas, muchos hijos pródigos volverán al Padre. MC 134.2

Para toda alma que lucha por elevarse de una vida de pecado a una vida de pureza, el gran elemento de fuerza reside en el único “nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” Hechos 4:12. “Si alguno tiene sed,” de esperanza tranquila, de ser libertado de inclinaciones pecaminosas, Cristo dice: “Venga a mí, y beba.” Juan 7:37. El único remedio contra el vicio es la gracia y el poder de Cristo. MC 134.3

De nada sirven las buenas resoluciones que uno toma confiado en su propia fuerza. No conseguirán todas las promesas del mundo quebrantar el poder de un hábito vicioso. Nunca podrán los hombres practicar la templanza en todo sino cuando la gracia divina renueve sus corazones. No podemos guardarnos del pecado ni por un solo momento. Siempre tenemos que depender de Dios. MC 135.1

La reforma verdadera empieza con la purificación del alma. La obra en pro de los caídos sólo conseguirá verdadero éxito cuando la gracia de Cristo reforme el carácter, y el alma se ponga en relación viva con Dios. MC 135.2

Cristo llevó una vida de perfecta obediencia a la ley de Dios, y así dió ejemplo a todo ser humano. La vida que él llevó en este mundo, tenemos que llevarla nosotros por medio de su poder y bajo su instrucción. MC 135.3

En la obra que desempeñamos por los caídos, han de quedar impresas en el espíritu y en el corazón las exigencias de la ley de Dios y la necesidad de serle leales. No dejéis nunca de manifestar que hay diferencia notable entre el que sirve a Dios y el que no le sirve. Dios es amor, pero no puede disculpar la violación voluntaria de sus mandamientos. Los decretos de su gobierno son tales que los hombres no pueden evitar las consecuencias de desobedecerlos. Dios sólo honra a los que le honran. El comportamiento del hombre en este mundo decide su destino eterno. Según haya sembrado, así segará. A la causa ha de seguir el efecto. MC 135.4

Sólo la obediencia perfecta puede satisfacer el ideal que Dios requiere. Dios no dejó indefinidas sus demandas. No prescribió nada que no sea necesario para poner al hombre en armonía con él. Hemos de enseñar a los pecadores el ideal de Dios en lo que respecta al carácter, y conducirlos a Cristo, cuya gracia es el único medio de alcanzar ese ideal. MC 135.5

El Salvador llevó sobre sí los achaques de la humanidad y vivió una vida sin pecado, para que los hombres no teman que la flaqueza de la naturaleza humana les impida vencer. Cristo vino para hacernos “participantes de la naturaleza divina,” y su vida es una afirmación de que la humanidad, en combinación con la divinidad, no peca. MC 136.1

El Salvador venció para enseñar al hombre cómo puede él también vencer. Con la Palabra de Dios, Cristo rechazó las tentaciones de Satanás. Confiando en las promesas de Dios, recibió poder para obedecer sus mandamientos, y el tentador no obtuvo ventaja alguna. A cada tentación Cristo contestaba: “Escrito está.” A nosotros también nos ha dado Dios su Palabra para que resistamos al mal. Grandísimas y preciosas son las promesas recibidas, para que seamos “hechos participantes de la naturaleza divina, habiendo huído de la corrupción que está en el mundo por concupiscencia.” 2 Pedro 1:4. MC 136.2

Encareced al tentado a que no mire a las circunstancias, a su propia flaqueza, ni a la fuerza de la tentación, sino al poder de la Palabra de Dios, cuya fuerza es toda nuestra. “En mi corazón—dice el salmista—he guardado tus dichos, para no pecar contra ti.” “Por la palabra de tus labios yo me he guardado de las vías del destructor.” Salmos 119:11; 17:4. MC 136.3

Dirigid a la gente palabras de aliento; elevadla hasta Dios en oración. Muchos vencidos por la tentación se sienten humillados por sus caídas, y les parece inútil acercarse a Dios; pero este pensamiento es del enemigo. Cuando han pecado y se sienten incapaces de orar, decidles que es entonces cuando deben orar. Bien pueden estar avergonzados y profundamente humillados; pero cuando confiesen sus pecados, Aquel que es fiel y justo se los perdonará y los limpiará de toda iniquidad. MC 136.4

No hay nada al parecer tan débil, y no obstante tan invencible, como el alma que siente su insignificancia y confía por completo en los méritos del Salvador. Mediante la oración, el estudio de su Palabra y el creer que su presencia mora en el corazón, el más débil ser humano puede vincularse con el Cristo vivo, quien lo tendrá de la mano y nunca lo soltará. MC 136.5

Estas preciosas palabras puede hacerlas suyas toda alma que more en Cristo. Puede decir: MC 137.1

“A Jehová esperaré,
esperaré al Dios de mi salud:
el Dios mío me oirá”.
Tú, enemiga mía, no te huelgues de mí:
porque aunque caí, he de levantarme;
aunque more en tinieblas,
Jehová será mi luz....
MC 137.2

“El tendrá misericordia de nosotros;
él sujetará nuestras iniquidades,
y echará en los profundos de la mar todos nuestros pecados.” Miqueas 7:7, 8, 19.
MC 137.3

Dios ha prometido lo siguiente: MC 137.4

“Haré más precioso que el oro fino al varón,
y más que el oro de Ophir al hombre.” Isaías 13:12.
MC 137.5

“Bien que fuisteis echados entre los tiestos,
seréis como las alas de la paloma cubierta de plata,
y sus plumas con amarillez de oro.” Salmos 68:13.
MC 137.6

Aquellos a quienes Cristo más haya perdonado serán los que más le amarán. Estos son los que en el último día estarán más cerca de su trono. MC 137.7

“Y verán su cara; y su nombre estará en sus frentes.” Apocalipsis 22:4. MC 137.8