La disciplina de las pruebas
Llevar una vida tal, ejercer semejante influencia, cuesta a cada paso esfuerzo, sacrificio de sí mismo y disciplina. Muchos, por no comprender esto, se desalientan fácilmente en la vida cristiana. Muchos que consagran sinceramente su vida al servicio de Dios, se chasquean y sorprenden al verse como nunca antes frente a obstáculos, y asediados por pruebas y perplejidades. Piden en oración un carácter semejante al de Cristo y aptitudes para la obra del Señor, y luego se hallan en circunstancias que parecen exponer todo el mal de su naturaleza. Se revelan entonces defectos cuya existencia no sospechaban. Como el antiguo Israel, se preguntan: “Si Dios es el que nos guía, ¿por qué nos sobrevienen todas estas cosas?”
MC 373.1
Les acontecen porque Dios los conduce. Las pruebas y los obstáculos son los métodos de disciplina que el Señor escoge, y las condiciones que señala para el éxito. El que lee en los corazones de los hombres conoce sus caracteres mejor que ellos mismos. El ve que algunos tienen facultades y aptitudes que, bien dirigidas, pueden ser aprovechadas en el adelanto de la obra de Dios. Su providencia los coloca en diferentes situaciones y variadas circunstancias para que descubran en su carácter los defectos que permanecían ocultos a su conocimiento. Les da oportunidad para enmendar estos defectos y prepararse para servirle. Muchas veces permite que el fuego de la aflicción los alcance para purificarlos.
MC 373.2
El hecho de que somos llamados a soportar pruebas demuestra que el Señor Jesús ve en nosotros algo precioso que quiere desarrollar. Si no viera en nosotros nada con que glorificar su nombre, no perdería tiempo en refinarnos. No echa piedras inútiles en su hornillo. Lo que él refina es mineral precioso. El herrero coloca el hierro y el acero en el fuego para saber de qué clase son. El Señor permite que sus escogidos pasen por el horno de la aflicción para probar su carácter y saber si pueden ser amoldados para su obra.
MC 373.3
El alfarero toma arcilla, y la modela según su voluntad. La amasa y la trabaja. La despedaza y la vuelve a amasar. La humedece, y luego la seca. La deja después descansar por algún tiempo sin tocarla. Cuando ya está bien maleable, reanuda su trabajo para hacer de ella una vasija. Le da forma, la compone y la alisa en el torno. La pone a secar al sol y la cuece en el horno. Así llega a ser una vasija útil. Así también el gran Artífice desea amoldarnos y formarnos. Y así como la arcilla está en manos del alfarero, nosotros también estamos en las manos divinas. No debemos intentar hacer la obra del alfarero. Sólo nos corresponde someternos a que el divino Artífice nos forme.
MC 374.1
“Carísimos, no os maravilléis cuando sois examinados por fuego, lo cual se hace para vuestra prueba, como si alguna cosa peregrina os aconteciese; antes bien gozaos en que sois participantes de las aflicciones de Cristo; para que también en la revelación de su gloria os gocéis en triunfo.” 1 Pedro 4:12, 13.
MC 374.2
En la plena luz del día, y al oír la música de otras voces, el pájaro enjaulado no cantará lo que su amo procure enseñarle. Aprende un poquito de esto, un trino de aquello, pero nunca una melodía entera y definida. Cubre el amo la jaula, y la pone donde el pájaro no oiga más que el canto que ha de aprender. En la obscuridad lo ensaya y vuelve a ensayar hasta que lo sabe, y prorrumpe en perfecta melodía. Después el pájaro es sacado de la obscuridad, y en lo sucesivo cantará aquel mismo canto en plena luz. Así trata Dios a sus hijos. Tiene un canto que enseñarnos, y cuando lo hayamos aprendido entre las sombras de la aflicción, podremos cantarlo perpetuamente.
MC 374.3
Muchos están descontentos de su vocación. Tal vez no congenien con lo que los rodea. Puede ser que algún trabajo vulgar consuma su tiempo mientras se creen capaces de más altas responsabilidades; muchas veces les parece que sus esfuerzos no son apreciados o que son estériles e incierto su porvenir.
MC 375.1
Recordemos que aun cuando el trabajo que nos toque hacer no sea tal vez el de nuestra elección, debemos aceptarlo como escogido por Dios para nosotros. Gústenos o no, hemos de cumplir el deber que más a mano tenemos. “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el sepulcro, adonde tú vas, no hay obra, ni industria, ni ciencia ni sabiduría.” Eclesiastés 9:10.
MC 375.2
Si el Señor desea que llevemos un mensaje a Nínive, no le agradará que vayamos a Joppe o a Capernaúm. Razones tiene para enviarnos al punto hacia donde han sido encaminados nuestros pies. Allí mismo puede estar alguien que necesite la ayuda que podemos darle. El que mandó a Felipe al eunuco etíope; que envió a Pedro al centurión romano; y la pequeña israelita en auxilio de Naamán, el capitán sirio, también envía hoy, como representantes suyos, a hombres, mujeres y jóvenes, para que vayan a los que necesitan ayuda y dirección divinas.
MC 375.3
1757
MC
El Ministerio de Curación
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