El Ministerio de Curación
La actuación del vendedor de bebidas
Este pasaje describe la obra de los que fabrican y venden bebidas embriagantes. Su negocio viene a ser un robo. Por el dinero que perciben, no devuelven equivalente alguno. Cada moneda que añaden a sus ganancias ha dejado una maldición al que la gastó. MC 259.2
Con mano generosa Dios derrama sus bendiciones sobre los hombres. Si sus dones fueran empleados con prudencia, ¡cuán poca pobreza y miseria conocería el mundo! La iniquidad humana trueca las bendiciones divinas en otras tantas maldiciones. El lucro y la perversión del apetito convierten los cereales y las frutas dadas para nuestro alimento, en venenos que acarrean miseria y ruina. MC 259.3
Cada año se consumen millones y millones de litros de bebidas embriagantes. Millones y millones de pesos se gastan en comprar miseria, pobreza, enfermedad, degradación, pasiones, crimen y muerte. Por amor al lucro el tabernero expende a sus víctimas lo que corrompe y destruye la mente y el cuerpo. El es quien perpetúa en casa del beodo la pobreza y la desdicha. MC 259.4
Muerta su víctima, no concluyen por eso las exacciones del vendedor. Roba a la viuda, y reduce a los huérfanos a la mendicidad. No vacila en quitar a la familia desamparada las cosas más necesarias para la vida, para cobrar la cuenta de bebidas del marido y padre. El clamor de los niños que padecen, las lágrimas de la madre agonizante, le exasperan. ¿Qué le importa que estos pobres mueran de hambre, o que se hundan en la degradación y la ruina? El se enriquece con los míseros recursos de aquellos a quienes arrastra a la perdición. MC 260.1
Las casas de prostitución, los antros del vicio, los tribunales donde juzgan a los criminales, las cárceles, los asilos, los manicomios, los hospitales, todos están repletos debido, en gran parte, al resultado de la obra del tabernero. A semejanza de la mística Babilonia del Apocalipsis, el tabernero trafica con esclavos y almas humanas. Tras él está el poderoso destructor de almas, que emplea todas las artes de la tierra y del infierno para subyugar a los seres humanos. Arma sus trampas en la ciudad y en el campo, en los trenes, en los transatlánticos, en los centros de negocio, en los lugares de diversión, en los dispensarios, y aun en la iglesia, en la santa mesa de la comunión. Nada deja sin hacer para despertar y avivar el deseo de bebidas embriagantes. En casi cada esquina vese la taberna con sus brillantes luces, su cordial y alegre acogida, que invitan al obrero, al rico ocioso, y al incauto joven. MC 260.2
En salones particulares y en puntos concurridos por la sociedad elegante, se sirve a las señoras bebidas de moda, con nombres agradables, pero que son realmente intoxicantes. Para los enfermos y los exhaustos, hay licores amargos, que reciben mucha publicidad y que consisten mayormente en alcohol. MC 260.3
Para despertar la sed de bebidas en los chiquillos, se introduce alcohol en los confites. Estos dulces se venden en las tiendas. Y mediante el regalo de estos bombones el tabernero halaga a los niños y los atrae a su negocio. MC 260.4
Día tras día, mes tras mes, año tras año, la perniciosa obra sigue adelante. Padres, maridos y hermanos, apoyo, esperanza y orgullo de la nación, entran constantemente en los antros del tabernero, para salir de ellos totalmente arruinados. MC 261.1
Pero lo más terrible es que el azote penetra hasta el corazón del hogar. Las mujeres mismas contraen más y más el hábito de la bebida. En muchas casas los niños, aún en su inocente y desamparada infancia, se encuentran en peligro diario por el descuido, el mal trato y la infamia de madres borrachas. Hijos e hijas se crían a la sombra de tan terrible mal. ¿Qué perspectiva les queda para el porvenir salvo hundirse aún más que sus padres? MC 261.2
De los países denominados cristianos el azote pasa a comarcas paganas. A los pobres e ignorantes salvajes se les enseña a consumir bebidas alcohólicas. Aun entre los paganos, hay hombres inteligentes que reconocen el peligro mortal de la bebida, y protestan contra él; pero en vano intentaron proteger a sus países del estrago del alcohol. Las naciones civilizadas imponen a las naciones paganas el tabaco, el alcohol y el opio. Las pasiones desenfrenadas del salvaje, estimuladas por la bebida, le arrastran a una degradación anteriormente desconocida, y hacen casi imposible e inútil el mandar misioneros a aquellos países. MC 261.3