La Edificación del Carácter
Buscando sabiduría de Dios
En la ocasión que acaba de describirse, el ángel Gabriel impartió a Daniel toda la instrucción que él podía recibir en ese momento. Unos pocos años más tarde, sin embargo, el profeta deseaba conocer más con respecto a asuntos que entonces no fueron plenamente explicados, y de nuevo se dedicó a la búsqueda de luz y sabiduría de Dios. “En aquellos días yo Daniel estuve afligido por espacio de tres semanas. No comí manjar delicado, ni entró en mi boca carne ni vino, ni me ungí con ungüento... Y alcé mis ojos y miré, y he aquí un varón vestido de lino, y ceñidos sus lomos de oro de Ufaz. Su cuerpo era como de berilo, y su rostro parecía un relámpago, y sus ojos como antorchas de fuego, y sus brazos y sus pies como de color de bronce bruñido, y el sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud”. Daniel 10:2, 3, 5, 6. ECFP 47.2
Esta descripción es similar a la que fue dada por Juan cuando Cristo se le reveló en la isla de Patmos. Un personaje nada menor que el Hijo de Dios fue el que le apareció a Daniel. Nuestro Señor viene con otro mensajero celestial para enseñar a Daniel lo que ha de acontecer en los días finales. ECFP 48.1
Las grandes verdades reveladas por la palabra del Redentor están destinadas a aquellos que investigan la verdad para encontrar los tesoros escondidos. Daniel era un hombre de edad. Su vida había transcurrido entre las fascinaciones de una corte pagana, y su mente estaba fatigada con los asuntos de un gran imperio. Sin embargo, él se aparta de todas estas cosas para afligir su alma delante de Dios, y buscar un conocimiento de los propósitos del Altísimo. Y en respuesta a sus súplicas, se le envía luz de las cortes del cielo, destinada a aquellos que vivieran en los días finales. ¡Con qué fervor, pues, debiéramos buscar a Dios, a fin de que él nos abra nuestro entendimiento para comprender las verdades que nos fueron traídas del cielo! ECFP 48.2
“Y sólo yo, Daniel, vi aquella visión, y no la vieron los hombres que estaban conmigo, sino que se apoderó de ellos un gran temor, y huyeron y se escondieron... Y no quedó fuerza en mí, antes mi fuerza se cambió en desfallecimiento, y no tuve vigor alguno”. Daniel 10:7, 8. Todos los que están verdaderamente santificados tendrán una experiencia similar. Cuanto más claras sus concepciones de la grandeza, la gloria, y la perfección de Cristo, más vívidamente verán su propia debilidad e imperfección. No tendrán ninguna disposición a alardear de un carácter impecable; lo que parecía correcto y amable en ellos, en contraste con la pureza y la gloria de Cristo aparecerá solamente como indigno y corruptible. Cuando los hombres se hallan separados de Dios, y tienen conceptos muy vagos de Cristo, entonces dicen: “Soy sin pecado; estoy santificado”. ECFP 48.3
Gabriel ahora se le apareció al profeta, y se dirigió a él en estos términos: “Daniel, varón muy amado, está atento a las palabras que te hablaré, y ponte en pie; porque a ti he sido enviado ahora. Mientras hablaba esto conmigo, yo me puse en pie temblando. Entonces me dijo: Daniel, no temas; porque desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido”. Daniel 10:11, 12. ECFP 49.1