La Edificación del Carácter

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No temieron la ira del rey

El día señalado había llegado, y la inmensa multitud se hallaba reunida, cuando recibió el rey la noticia de que los tres hebreos a quienes había puesto sobre la provincia de Babilonia habían rehusado adorar la imagen. Estos son los tres compañeros de Daniel, que habían sido llamados por el rey, Sadrach, Mesach y Abed-nego. Lleno de ira, el monarca los llama a su presencia, y señalando el horno flamígero, les dice cuál será el castigo para ellos si rehúsan obediencia a su voluntad. ECFP 35.1

En vano fueron las amenazas del rey. No pudo desviar a estos nobles hombres de su lealtad al gran Gobernante de las naciones. Ellos habían aprendido a través de la historia de sus padres que la desobediencia a Dios es deshonor, desastre y ruina; que el temor del Señor es no solamente el comienzo de la sabiduría, sino el fundamento de toda verdadera prosperidad. Miran con calma el horno ardiente y la turba idólatra. Ellos han confiado en Dios, y él no les faltará ahora. Su respuesta es respetuosa, pero decidida: “Sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado”. Daniel 3:18. ECFP 35.2

El orgulloso monarca se halla rodeado por sus grandes hombres, los funcionarios del gobierno, y el ejército que ha conquistado naciones; y todos se unen en aplaudirlo como si tuviera la sabiduría y el poder de los dioses. En medio de este imponente despliegue están de pie tres jóvenes hebreos, persistiendo con perseverancia en su rechazo de obedecer el decreto del rey. Habían sido obedientes a las leyes de Babilonia, en tanto que éstas no entraban en conflicto con las exigencias de Dios; pero no se habían apartado un ápice del deber hacia su Creador. ECFP 36.1

La ira del rey no conocía límites. En el propio pináculo de su poder y gloria, el ser desafiado de esta manera por los representantes de una raza despreciada y cautiva, era un insulto que su espíritu orgulloso no podía soportar. El horno ardiente había sido calentado siete veces más de lo acostumbrado, y en él fueron echados los exiliados hebreos. Tan furiosas eran las llamas, que los hombres que los echaron en el horno perecieron al ser quemados. ECFP 36.2