En los Lugares Celestiales

97/367

Trabajando con los ángeles, 5 de abril

¿No son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación? Hebreos 1:14. ELC 104.1

Una parte del ministerio de los ángeles es visitar nuestro mundo y supervisar la obra del Señor que está en las manos de sus administradores. En todo tiempo de necesidad ellos ministran a aquellos que, como colaboradores de Dios, están luchando para llevar adelante su obra en la tierra... Las huestes angélicas se regocijan siempre que cualquier rama de la obra de Dios prospera. ELC 104.2

Los ángeles están interesados en el bienestar espiritual de todos los que están tratando de restaurar la imagen moral de Dios en el hombre; y la familia humana debe conectarse con la familia celestial para curar las heridas y llagas que ha hecho el pecado. Los agentes angélicos, aunque invisibles, están cooperando con los agentes humanos visibles formando una sociedad de socorro con los hombres. Los mismos ángeles que, cuando Satanás buscaba la supremacía, lucharon la batalla en los atrios celestiales y triunfaron al lado de Dios, los mismos ángeles que exultaron de gozo por la creación del mundo, y por la creación de nuestros primeros padres que habitarían la tierra, los ángeles que testificaron de la caída del hombre y de su expulsión del hogar edénico,—estos mismos mensajeros celestiales tienen el mayor interés en trabajar en unión con la raza caída y redimida para la salvación de los seres humanos que están pereciendo en sus pecados. ELC 104.3

Los agentes humanos son las manos de los agentes celestiales; porque los ángeles celestiales emplean manos humanas en el ministerio visible... Al unirnos con estos poderes que son omnipotentes, somos beneficiados con su educación y experiencia superiores. Así, al llegar a ser partícipes de la naturaleza divina y al separar el egoísmo de nuestras vidas, se nos conceden talentos especiales para ayudarnos mutuamente. Esta es la manera celestial de distribuir el poder salvador.—The Review and Herald, 19 de marzo de 1901. ELC 104.4