En los Lugares Celestiales

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La dádiva del amor de Dios, 5 de enero

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Juan 3:16. ELC 13.1

¿Cómo podemos entender a Dios? ¿Cómo hemos de conocer a nuestro Padre? Hemos de llamarlo con el cariñoso nombre de Padre. ¿Y cómo hemos de conocerle a él y al poder de su amor? Mediante el diligente examen de las Escrituras. No podemos apreciar a Dios a menos que nos compenetremos del gran plan de la redención. Necesitamos saber todo lo que hay en cuanto a estos grandes problemas del alma, de la redención de la raza caída. Es admirable que el hombre, después de que hubo violado la ley de Dios y se hubo separado de Dios, estuvo divorciado, por así decirlo de Dios—que después de todo esto hubiera un plan por el cual el hombre no pereciera sino que tuviera vida eterna... Dios dio a su Unigénito para que muriera por nosotros... Cuando nuestra mente se ocupa constantemente del incomparable amor de Dios por la raza caída, comenzamos a conocer a Dios... ELC 13.2

Aquí mismo, en este diminuto átomo de un mundo, se realizaron las mayores escenas jamás conocidas por la humanidad. Todo el universo del cielo observaba con intenso interés. ¿Por qué? Había de reñirse la gran batalla entre el poder de las tinieblas y el Príncipe de la luz. La obra de Satanás era la de magnificar su poder constantemente... Siempre colocaba a Dios en una perspectiva falsa. Lo presentaba como un Dios de injusticia y no de misericordia... ELC 13.3

¿Cómo había de ser presentado correctamente Dios ante el mundo? ¿Cómo iba a saberse que era un Dios de amor, lleno de misericordia, bondad y compasión? ¿Cómo iba a saber esto el mundo? Dios envió a su Hijo, y él había de representar ante el mundo el carácter de Dios... ELC 13.4

Necesitamos mantener ese Modelo perfecto delante de nosotros. Dios fue tan bueno que envió un representante de sí mismo en su Hijo Jesucristo, y necesitamos que la mente y el corazón se desplieguen y asciendan...—Manuscrito 7, 1888. ELC 13.5