En los Lugares Celestiales

74/367

Nuestro intercesor personal, 13 de marzo

¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. Romanos 8:34. ELC 81.1

El Señor Jesús es tu intercesor personal... Repite una y otra vez, muchas veces, durante el día: “Jesús murió por mí. Me vio en peligro, expuesto a la destrucción, y derramó su vida por salvarme. El no contempla sin sentir compasión al alma postrada a sus pies como un temeroso suplicante, y no dejará de alzarme”. Él llegó a ser el Abogado del hombre. Él ha levantado a los que creen en él y ha puesto un tesoro de bendiciones a su disposición. Los hombres no pueden conceder una sola bendición a sus semejantes, no pueden quitar una sola mancha de pecado. Lo único que puede valer algo son los méritos y la justicia de Cristo, pero esto nos es acreditado con rica plenitud. Podemos acercarnos a Dios en cualquier momento. Al hacerlo él contesta: “Heme aquí”. ELC 81.2

Cristo mismo se proclama nuestro Intercesor. Él quisiera hacernos saber que se comprometió bondadosamente a ser nuestro Sustituto. Él pone sus méritos en el incensario de oro para ofrecerlos con las oraciones de sus santos, de manera que éstas se mezclen con los fragantes méritos de Cristo y asciendan al Padre en la nube de incienso. ELC 81.3

El padre oye cada oración de sus hijos contritos. La voz de súplica de la tierra se une con la voz de nuestro Intercesor que implora en el cielo, cuya voz el Padre siempre oye. Asciendan, pues, continuamente a Dios nuestras oraciones. No suban ellas en el nombre de algún ser humano, sino en el nombre de Aquel que es nuestro Sustituto y Garantía. Cristo nos ha dado su nombre para que lo usemos. Él dice: “Pedid en mi nombre”... Virtualmente está diciendo: Haced uso de mi nombre, y esto será vuestro pasaporte al corazón de mi Padre, y a todas las riquezas de su gracia.—Carta 92, 1895. ELC 81.4