En los Lugares Celestiales

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Rompiendo el poder de la muerte, 7 de febrero

De la mano del Seol los redimiré, los libraré de la muerte. Oh muerte, yo seré tu muerte; y seré tu destrucción, oh Seol. Oseas 13:14. ELC 46.1

¡Bien podían los cielos haber quedado asombrados por la recepción que su amado Capitán recibió en el mundo! ... El hizo el mundo, y sin embargo el mundo no lo conoció. Amigos lo negaron, lo abandonaron y lo traicionaron. Fue presa de tentaciones. La agonía humana convulsionó su alma divina. Fue lacerado por crueles azotes. Sus manos fueron clavadas, sus santas sienes fueron coronadas de espinas... Fueron las maquinaciones de Satanás las que hicieron de la vida de Cristo una oscura serie de aflicciones y tristezas; y por último maquinó la muerte de Cristo, en cuyo acto destruyó su propio trono. ELC 46.2

En el acto de morir, Cristo estaba destruyendo a aquel que tenía el imperio de la muerte. Llevó a cabo el plan, terminó la obra que había convenido en realizar desde la caída de Adán. Al morir por la culpa de un mundo pecador, él restauró al hombre caído a la posición de la cual había caído a consecuencia de la desobediencia, a condición de la obediencia a los mandamientos de Dios... ELC 46.3

Nuestra salvación fue obrada mediante el infinito sufrimiento del Hijo de Dios. Su pecho divino llevó la angustia, la agonía, el dolor que la pecaminosidad de Adán trajo sobre la raza humana. El calcañar de Cristo fue herido a la verdad cuando su humanidad sufrió, y el pesar más profundo que haya oprimido alguna vez a los seres que había creado abrumó su alma mientras estaba pagando la vasta deuda que el hombre debía a Dios.—Manuscrito 75, 1886. ELC 46.4

Al llevar la penalidad del pecado y al bajar a la tumba, Cristo la iluminó para todos los que mueren con fe. Dios, en forma humana, sacó a luz la vida y la inmortalidad por el Evangelio. Al morir, Cristo aseguró la vida eterna a todos los que crean en él.—Joyas de los Testimonios 2:488. ELC 46.5