En los Lugares Celestiales

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Prosigo a la meta, 26 de septiembre

Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Filipenses 3:13, 14. ELC 278.1

En la carrera celestial, todos podemos correr, y recibir el premio. No hay incertidumbre ni riesgo en el asunto. Debemos revestirnos de las gracias celestiales y con los ojos dirigidos hacia arriba, a la corona de la inmortalidad, tener siempre presente el Modelo... Debemos tener constantemente presente la vida de humildad y abnegación de nuestro divino Señor. Y a medida que procuramos imitarlo, manteniendo los ojos fijos en el premio, podemos correr esa carrera con certidumbre, sabiendo que si hacemos lo mejor que podemos, lo alcanzaremos con seguridad... ELC 278.2

Ya que tenemos este gran incentivo, ¿no podemos correr “con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”? Hebreos 12:1, 2. Él nos ha indicado el camino, y lo ha señalado con sus pisadas en todo el trayecto.—Joyas de los Testimonios 1:184, 185. ELC 278.3

No es digno de alabanza hablar de nuestra debilidad y desaliento. Diga cada uno: “Estoy afligido porque cedo a la tentación, porque mis oraciones son tan débiles y mi fe tan escasa. No tengo excusa para defenderme por estar siendo empequeñecido en mi vida religiosa. Pero estoy tratando de lograr la entereza de carácter en Cristo. He pecado, y aun así amo a Jesús. He caído muchas veces, y con todo, él ha tendido su mano para salvarme. Le he contado todos mis errores. He confesado con vergüenza y dolor que lo he deshonrado. He mirado a la cruz y he dicho: todo esto sufrió por mí. El Espíritu Santo me ha mostrado mi ingratitud, mi pecado, al exponer a Cristo a la vergüenza pública. El que no conoce pecado me ha perdonado. Me llama a una vida más noble, elevada, y yo prosigo a las cosas que están delante”.—The Review and Herald, 10 de marzo de 1904. ELC 278.4