En los Lugares Celestiales

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La lucha por una mente espiritual, 2 de junio

Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto la mente carnal es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede. Romanos 8:6, 7. ELC 162.1

La mente natural tiende al placer y la complacencia propia. El plan de Satanás es producir esto en abundancia. Trata de llenar las mentes de los hombres con deseos de diversiones mundanales para que no tengan tiempo de hacerse la pregunta: ¿Cómo anda mi alma? El amor al placer es infeccioso. Entregada a él la mente corre de un lado para el otro siempre en busca de diversiones. La obediencia a la ley de Dios contrarresta esta inclinación y erige barreras contra la impiedad... ELC 162.2

La capacidad de gozar de las riquezas de gloria será desarrollada en proporción al deseo que tengamos de esas riquezas. ¿Cómo podemos desarrollar una apreciación de Dios y de las cosas celestiales a menos que lo hagamos en esta vida? Si permitimos que las exigencias y cuidados del mundo absorban todo nuestro tiempo y nuestra atención, nuestras facultades espirituales se debilitan y mueren por falta de ejercicio. En una mente completamente entregada a cosas terrenales está cerrado todo acceso por el cual pueda entrar luz del cielo. La gracia transformadora de Dios no se siente en la mente o el carácter.—The Review and Herald, 28 de mayo de 1901. ELC 162.3

Estamos viviendo entre los peligros de los últimos días y deberíamos cuidar toda avenida por la cual Satanás pueda acercársenos con su tentación... Un mero asentimiento a la verdad nunca salvará un alma de la muerte. Debemos estar santificados por la verdad; debe vencerse cada defecto del carácter, o nos vencerá y será un poder para mal. Comenzad sin demora a desarraigar cada raíz perniciosa del jardín del corazón, y mediante la gracia de Cristo no permitáis que allí florezcan plantas, excepto las que lleven fruto para vida eterna. Cultivad todo lo que en vuestro carácter esté en armonía con el de Cristo.—The Review and Herald, 3 de junio de 1884. ELC 162.4