El Cristo Triunfante

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Las consecuencias del pecado, 19 de enero

“Y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto”. Génesis 3:8. CT 27.1

Adán no consideró todas las consecuencias de su desobediencia. No desafió con su mente a Dios, ni habló contra el Altísimo; simplemente actuó en forma opuesta al expreso mandato divino. Cuántos actúan hoy de la misma manera y la culpa de ellos es de mayor magnitud pues cuentan con la experiencia de la desobediencia de Adán y de sus terribles consecuencias que os advierten del peligro de transgredir la ley de Dios. Por lo tanto, disponen de mucha luz sobre este tema y no tienen excusa alguna por su culpabilidad de negar a Dios y desobedecer su autoridad... CT 27.2

Adán se rindió a la tentación, y como tenemos tan claramente delante de nosotros el asunto del pecado y sus consecuencias, podemos leer de causa a efecto y ver que no es la magnitud del acto lo que constituye el pecado sino la desobediencia a la voluntad expresa de Dios, lo que es una negación virtual de Dios, un rechazo de las leyes de su gobierno... CT 27.3

Cuando se erigen las leyes del yo, la voluntad se torna suprema, y toda vez que se presenta la elevada y santa voluntad de Dios para ser obedecida, respetada y honrada, la voluntad humana se inclina a actuar según sus propios designios, a seguir sus impulsos y se plantea así una controversia entre el agente humano y el Divino. CT 27.4

La caída de nuestros primeros padres rompió la cadena áurea de la obediencia implícita de la voluntad humana a la divina. La obediencia ya no ha sido considerada como una necesidad absoluta. Los seres humanos siguen sus propios pensamientos de los cuales dijo el Señor—refiriéndose a los habitantes del mundo antiguo—que eran de continuo solamente el mal. Jesús dijo: “He guardado los mandamientos de mi Padre”. ¿Cómo? Como un hombre. “He venido para hacer tu voluntad, oh Dios”. Y ante las acusaciones de los judíos se irguió con la pureza, virtud y santidad de su carácter, y los desafió: “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” CT 27.5

No debemos servir a Dios como si no fuéramos humanos, sino según nuestra naturaleza redimida por el Hijo de Dios; por la justicia de Cristo seremos perdonados y estaremos en pie ante el Señor como si nunca hubiésemos pecado. Nunca tendremos las fuerzas necesarias si nos inclinamos a pensar qué habríamos hecho si fuéramos ángeles. Hemos de volvernos con fe a Jesucristo y manifestar nuestro amor a Dios obedeciendo sus mandamientos.—Manuscrito 1, 1892. CT 27.6