El Discurso Maestro de Jesucristo

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“Cuando ayunéis, no seáis... como los hipócritas”.

El ayuno que la Palabra de Dios ordena es algo más que una formalidad. No consiste meramente en rechazar el alimento, vestirse de cilicio, o echarse cenizas sobre la cabeza. El que ayuna verdaderamente entristecido por el pecado no buscará la oportunidad de exhibirse. DMJ 75.2

El propósito del ayuno que Dios nos manda observar no es afligir el cuerpo a causa de los pecados del alma, sino ayudarnos a percibir el carácter grave del pecado, a humillar el corazón ante Dios y a recibir su gracia perdonadora. Mandó a Israel: “Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios”.5 DMJ 75.3

A nada conducirá el hacer penitencia ni el pensar que por nuestras propias obras mereceremos o compraremos una heredad con los santos. Cuando se le preguntó a Cristo: “¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?”, él respondió: “Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado”.6 Arrepentirse es alejarse del yo y dirigirse a Cristo; y cuando recibamos a Cristo, para que por la fe él pueda vivir en nosotros, las obras buenas se manifestarán. DMJ 75.4

Dijo Jesús: “Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto”. Todo lo que se hace para gloria de Dios tiene que hacerse con alegría, no con tristeza o dolor. No hay nada lóbrego en la religión de Cristo. Si por su actitud de congoja los cristianos dan la impresión de haberse chasqueado en el Señor, presentan una concepción falsa de su carácter, y proporcionan argumentos a sus enemigos. Aunque de palabra llamen a Dios su Padre, su pesadumbre y tristeza los hace parecer huérfanos ante todo el mundo. DMJ 75.5

Cristo desea que su servicio parezca atractivo, como lo es en verdad. Revélense al Salvador compasivo los actos de abnegación y las pruebas secretas del corazón. Dejemos las cargas al pie de la cruz, y sigamos adelante regocijándonos en el amor del que primeramente nos amó. Los hombres no conocerán tal vez la obra que se hace secretamente entre el alma y Dios, pero se manifestará a todos el resultado de la actuación del Espíritu sobre el corazón, porque él, “que ve en lo secreto, te recompensará en público”. DMJ 76.1