El Discurso Maestro de Jesucristo

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“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”.

Los judíos eran tan exigentes en lo relativo a la pureza ceremonial que sus reglas resultaban insoportables. Los preocupaban tanto las reglas, las restricciones y el temor de la contaminación externa que no percibían la mancha que el egoísmo y la malicia dejan en el alma. DMJ 25.1

Jesús no menciona esta pureza ceremonial entre las condiciones para entrar en su reino; da énfasis a la pureza de corazón. La sabiduría que viene “de lo alto es primeramente pura”.38 En la ciudad de Dios no entrará nada que mancille. Todos los que morarán en ella habrán llegado aquí a ser puros de corazón. En el que vaya aprendiendo de Jesús se manifestará creciente repugnancia por los hábitos descuidados, el lenguaje vulgar y los pensamientos impuros. Cuando Cristo viva en el corazón, habrá limpieza y cultura en el pensamiento y en los modales. DMJ 25.2

Pero las palabras de Cristo: “Bienaventurados los de limpio corazón”, tienen un significado mucho más profundo. No se refieren únicamente a los que son puros según el concepto del mundo, es decir, están exentos de sensualidad y concupiscencia, sino a los que son fieles en los pensamientos y motivos del alma, libres del orgullo y del amor propio; humildes, generosos y como niños. DMJ 25.3

Solamente se puede apreciar aquello con que se tiene afinidad. No podemos conocer a Dios a menos que aceptemos en nuestra propia vida el principio del amor desinteresado, que es el principio fundamental de su carácter. El corazón engañado por Satanás considera a Dios como un tirano implacable; las inclinaciones egoístas de la humanidad, y aun las de Satanás mismo, se atribuyen al Creador amante. “Pensabas—dijo él—que de cierto sería yo como tú”. Sus providencias se interpretan como expresión de una naturaleza despótica y vengativa. Así también ocurre con la Biblia, tesoro de las riquezas de su gracia. No se discierne la gloria de sus verdades, que son tan altas como el cielo y abarcan la eternidad. Para la mayoría de los hombres, Cristo mismo es “como raíz de tierra seca”, y lo ven “sin atractivo para que le deseemos”. Cuando Jesús estaba entre los hombres, como revelación de Dios en la humanidad, los escribas y fariseos le preguntaron: “¿No decimos bien nosotros, que tú eres samaritano, y que tienes demonio?”39 Aun sus mismos discípulos estaban tan cegados por el egoísmo de sus corazones que tardaron en comprender que había venido a mostrarles el amor del Padre. Por eso Jesús vivió en la soledad en medio de los hombres. Sólo en el cielo se lo comprendía plenamente. DMJ 25.4

Cuando Cristo venga en su gloria, los pecadores no podrán mirarlo. La luz de su presencia, que es vida para quienes lo aman, es muerte para los impíos. La esperanza de su venida es para ellos “una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego”.40 Cuando aparezca, rogarán que se los esconda de la vista de Aquel que murió para redimirlos. DMJ 26.1

Sin embargo, para los corazones que han sido purificados por el Espíritu Santo al morar éste en ellos, todo queda cambiado. Ellos pueden conocer a Dios. Moisés estaba oculto en la hendedura de la roca cuando se le reveló la gloria del Señor; del mismo modo, tan sólo cuando estamos escondidos en Cristo vemos el amor de Dios. DMJ 26.2

“El que ama la limpieza de corazón, por la gracia de sus labios tendrá la amistad del rey”.41 Por la fe lo contemplamos aquí y ahora. En las experiencias diarias percibimos su bondad y compasión al manifestarse su providencia. Lo reconocemos en el carácter de su Hijo. El Espíritu Santo abre a la mente y al corazón la verdad acerca de Dios y de Aquel a quien envió. Los de puro corazón ven a Dios en un aspecto nuevo y atractivo, como su Redentor; mientras disciernen la pureza y hermosura de su carácter, anhelan reflejar su imagen. Para ellos es un Padre que anhela abrazar a un hijo arrepentido; y sus corazones rebosan de alegría indecible y de gloria plena. DMJ 26.3

Los de corazón puro perciben al Creador en las obras de su mano poderosa, en las obras de belleza que componen el universo. En su Palabra escrita ven con mayor claridad aún la revelación de su misericordia, su bondad y su gracia. Las verdades escondidas a los sabios y los prudentes se revelan a los niños. La hermosura y el encanto de la verdad que no disciernen los sabios del mundo se presentan constantemente a quienes, movidos por un espíritu sencillo como el de un niño, desean conocer y cumplir la voluntad de Dios. Discernimos la verdad cuando llegamos a participar de la naturaleza divina. DMJ 27.1

Los de limpio corazón viven como en la presencia de Dios durante los días que él les concede aquí en la tierra y lo verán cara a cara en el estado futuro e inmortal, así como Adán cuando andaba y hablaba con él en el Edén. “Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara”.42 DMJ 27.2