Dios nos Cuida

304/375

Dejemos el yo en las manos de Dios, 28 de octubre

Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Juan 10:29. DNC 310.1

Debemos elevarnos a un grado más alto en el tema de la fe. Tenemos tan poca fe. La Palabra de Dios es nuestro respaldo. Debemos tomarla, creyendo sencillamente cada palabra. Con esta seguridad podemos pedir grandes cosas, y de acuerdo con nuestra fe nos serán concedidas... Si humillamos nuestros corazones delante de Dios; si buscamos morar en Cristo, tendremos una experiencia más santa y elevada... DNC 310.2

La verdadera fe consiste en hacer precisamente las cosas que Dios ha ordenado, no las que no ha mandado. Los frutos de la fe son la justicia, la verdad y la misericordia. Necesitamos caminar a la luz de la ley de Dios; y entonces las buenas obras serán el fruto de nuestra fe, los resultados de un corazón renovado cada día... DNC 310.3

De ninguna manera debemos convertir el yo en nuestro dios. Dios se dio a sí mismo para morir por nosotros, a fin de purificarnos de toda iniquidad. El Señor llevará a cabo esta obra de perfección en nosotros si le permitimos que nos controle... DNC 310.4

La obra de justificación no puede ser realizada a menos que ejercitemos una fe implícita... Por medio de la unión con él, por medio de la fe viviente, tenemos el privilegio de gozar de la virtud y la eficacia de su mediación. En consecuencia, somos crucificados, muertos y resucitados con Cristo, para caminar en novedad de vida con él. DNC 310.5

No debemos sostenernos con nuestras propias manos. Debemos abandonar el yo en las manos de Dios... Nuestra falta de fe es la razón por la cual no hemos visto más del poder de Dios. Ejercitamos más fe en nuestras propias obras que en la obra de Dios por nosotros. Dios dispuso que se hiciera todo lo posible para que pudiéramos estar corazón con corazón, mente con mente, hombro con hombro. La falta de amor y confianza entre nosotros debilita nuestra fe en Dios. DNC 310.6

Necesitamos orar como nunca hemos orado por el bautismo del Espíritu Santo, porque, si hubo alguna vez un tiempo cuando necesitamos ese bautismo, es ahora. No hay nada que el Señor nos haya dicho más frecuentemente que nos concedería, ni nada por lo que su nombre sería más glorificado al dárnoslo, que el Espíritu Santo. Cuando participemos de este Espíritu, los hombres y las mujeres nacerán de nuevo... Las almas que una vez estuvieron perdidas, serán encontradas y traídas de regreso.* DNC 310.7