Dios nos Cuida

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Soy un hijo de Dios, 2 de octubre

Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Romanos 8:17. DNC 284.1

Recordemos continuamente que el manso y humilde Jesús tuvo el espíritu y la ambición de un conquistador. Los vastos dominios sobre los cuales los potentados terrenales ejercen señorío no constituyen un escenario adecuado para el ejercicio de su gracia, la expresión de su amor y la manifestación de su gloria. Quien ama al Señor Jesucristo en verdad y con sinceridad, amará a aquellos por los cuales Cristo murió para salvarlos, y aprovechará toda oportunidad de servir a Cristo en la persona de sus discípulos. DNC 284.2

Debemos considerarnos hijos e hijas de Dios, obreros juntamente con Jesucristo, que vivimos con un propósito noble. Somos representantes de Cristo en carácter y debemos servirle con afectos indivisos. No solamente revelaremos que amamos a Dios, sino que, en armonía con su carácter santo, viviremos vidas puras y perfectas. Debemos vivir la perfección puesto que al contemplar a Jesús vemos en él la encarnación de la perfección; y el gran Centro sobre el cual converge nuestra esperanza de vida y felicidad eterna nos conducirá a la unidad y a la armonía... DNC 284.3

La vida que ahora vivimos debemos vivirla por la fe en Jesucristo. Si somos seguidores de Cristo nuestras vidas no consistirán en pequeñas y superficiales acciones espasmódicas de acuerdo con las circunstancias y el ambiente: acciones intermitentes, que revelan que los sentimientos son el amo, indulgencia al dar rienda suelta a pequeñas irritaciones, una envidiosa búsqueda de faltas, celos y vanidad egoísta. Estas cosas nos colocan a todos en discrepancia con la armoniosa vida de Jesucristo, y no podremos llegar a ser vencedores si retenemos estos defectos... DNC 284.4

Cuando se vea expuesto a las diversas circunstancias de la vida, y se hablen palabras que están calculadas para zaherir y lastimar el alma, dígase a sí mismo: “Soy un hijo de Dios, un heredero con Cristo, un colaborador de Dios. No debo tener, por lo tanto, una mente vulgar que se ofende fácilmente, no debo pensar siempre en mí, porque esto producirá un carácter falto de armonía. Es indigno de mi noble vocación. Mi Padre celestial me ha encomendado una obra, por lo tanto seré digno de su confianza”.* DNC 284.5