Cristo Nuestro Salvador

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La muerte de Cristo

Al entregar su vida preciosa, Cristo no se sintió animado de un gozo triunfante. Su corazón estaba desgarrado por el dolor y oprimido por la tristeza. Pero no fueron el temor a la muerte ni el suplicio de cruz los que causaron a Cristo tan terribles padecimientos. Fué el gravísimo peso de los pecados del mundo y el sentimiento de hallarse separado del amor de su Padre lo que quebrantó su corazón y causó tan rápida muerte al Hijo de Dios. CNS 131.1

Cristo experimentó el dolor que experimentarán los pecadores cuando comprendan la realidad del peso de su transgresión, y sepan que se han separado para siempre de la dicha y la paz del cielo. CNS 131.2

Los ángeles contemplaron con asombro la agonía del Salvador. La angustia de su alma era tal que casi no sentía el suplicio de la cruz. CNS 131.3

La misma naturaleza parecía armonizar con aquella escena. El sol que había brillado con claridad hasta mediodía, se obscureció entonces por completo. Alrededor de la cruz todo era tinieblas, tan densas como en la más obscura medianoche. Estas tinieblas sobrenaturales duraron tres horas. CNS 131.4

Un terror desconocido se apoderó de todos los que allí estaban. Cesaron los escarnios y las maldiciones. Hombres, mujeres y niños se postraron en tierra llenos de espanto. CNS 131.5

De vez en cuando vivísimos relámpagos rasgaban las nubes y dejaban ver un instante la cruz y al Redentor crucificado. Todos creyeron que la hora de la retribución había llegado. CNS 133.1

A la hora novena se desvaneció la obscuridad de sobre la gente, pero siguió envolviendo al Salvador como en un manto. Los relámpagos parecían lanzados contra él. Fué entonces cuando prorrumpió en aquella exclamación de amargura: “¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿por qué me has desamparado?” Marcos 15:34. CNS 133.2

Entre tanto la obscuridad se extendió sobre Jerusalén y los llanos de Judea. Todas las miradas dirigidas hacia aquella ciudad vieron los rayos terribles de la ira de Dios lanzados sobre ella. CNS 133.3

Repentinamente se desvanecieron las tinieblas que rodeaban la cruz, y con acentos claros, como de trompeta, que parecían resonar por la creación entera, Jesús clamó: CNS 133.4

“¡Cumplido está!” Juan 19:30. “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!” Lucas 23:46. CNS 133.5

Una aureola luminosa rodeó la cruz y el rostro del Salvador brilló como el sol. Luego inclinó la cabeza y expiró. CNS 133.6

La multitud que rodeaba la cruz parecía estar paralizada y casi sin aliento contemplaba al Salvador. Volvieron las tinieblas, y oyóse un rumor como de lejanos pero formidables truenos. CNS 133.7

Sintióse un sacudimiento de la tierra, y la gente cayó amontonada; siguió una escena de indescriptible terror y confusión. De los cercanos montes se desprendieron grandes peñascos que se precipitaron rodando hasta el fondo de los valles. Los sepulcros se abrieron, y muchos de los muertos fueron arrojados fuera. Toda la creación parecía hacerse añicos. Sacerdotes, gobernantes, soldados y gente del pueblo yacían en el suelo mudos de terror. CNS 133.8

En el momento mismo de la muerte de Cristo algunos sacerdotes estaban oficiando en el templo de Jerusalén. Sintieron la sacudida, y en el acto el velo del templo, que separaba el lugar santo del lugar santísimo, fué rasgado de arriba abajo por aquella mano misteriosa que escribiera la sentencia sobre las paredes del palacio de Belsasar. El lugar santísimo del santuario terrenal ya no era sagrado; la presencia de Dios no volvería a brillar sobre el propiciatorio; ya no volvería a manifestarse el agrado o el desagrado del Altísimo por medio del brillo o de la sombra en las joyas del pectoral del sumo sacerdote. CNS 134.1

Desde aquel momento quedaba ya sin valor alguno la sangre de los corderos que eran ofrecidos en el templo; el Cordero de Dios, al morir, había consumado el sacrificio aceptable por los pecados del mundo. CNS 134.2

Al morir en la cruz del Calvario, Cristo abrió un camino viviente y nuevo tanto para los gentiles como para los judíos. CNS 134.3

Los ángeles se regocijaron cuando el Salvador clamó: “¡Cumplido está!” Comprendieron que el grandioso plan de la redención sería un hecho y que mediante una vida de obediencia los hijos de Adán podrían elevarse finalmente hasta la presencia de Dios. CNS 134.4

Satanás quedó derrotado y supo que había perdido su imperio. CNS 134.5