Cristo Nuestro Salvador

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Ante Pilato y Herodes

Luego de ser condenado por los jueces del Sanedrín, Jesús fué llevado ante Pilato, el gobernador romano, el cual tenía que confirmar la sentencia y ordenar la ejecución. CNS 111.1

Según las leyes ceremoniales de su nación, los sacerdotes y los príncipes de los judíos no podían entrar en el tribunal de Pilato sin considerarse contaminados e incapacitados para participar en la fiesta de la pascua. CNS 111.2

A causa de su ceguera espiritual no podían comprender que Cristo era el verdadero Cordero pascual y que al rechazarlo, aquella gran ceremonia perdía todo su significado. CNS 111.3

Al contemplar a Jesús, Pilato vió a un hombre de noble apariencia y de porte digno. En su rostro no había la menor huella de culpabilidad. Pilato se dirigió a los sacerdotes y les preguntó: CNS 111.4

“¿Qué acusación traéis contra este hombre?” Juan 18:29. CNS 111.5

Sus acusadores no esperaban tal pregunta. No querían entrar en detalles, pues sabían que no había testimonio verídico contra él para que el gobernador romano le condenara. Los sacerdotes tuvieron que valerse otra vez de sus testigos falsos. Y comenzaron a acusarle, diciendo: CNS 111.6

“A éste hemos hallado pervirtiendo a nuestra nación, y vedando pagar tributo a César, y diciendo que él mismo es Cristo, el Rey.” Lucas 23:2. CNS 113.1

Esto era falso, pues Cristo mismo había pagado tributo y había enseñado a sus discípulos a hacerlo. Cuando los doctores de la ley habían procurado entramparle con ese mismo asunto, él había dicho: CNS 113.2

“Pagad, pues, a César lo que es de César; y a Dios lo que es de Dios.” Mateo 22:21. CNS 113.3

Pilato no se dejó engañar por tan falso testimonio. Volviéndose hacia Jesús, le preguntó: CNS 113.4

“¿Eres tú el rey de los Judíos?” CNS 113.5

Jesús le contestó: “Tú lo dices.” Mateo 27:11. CNS 113.6

Al oír esta respuesta, Caifás y los que con él estaban advirtieron a Pilato que Jesús había hecho confesión del crimen de que ellos le acusaban. A grandes voces pidieron que fuese condenado a muerte. CNS 113.7

Viendo que Cristo no contestaba nada a sus acusadores Pilato le dijo: CNS 113.8

“¿No respondes nada? ¡Mira de cuántas cosas te acusan! CNS 113.9

“Jesús empero aún no respondió nada.” Marcos 15:4, 5. CNS 113.10

Pilato se sintió perplejo. No hallaba ningún vestigio de crimen en Jesús y no tenía ninguna confianza en los que le acusaban. El noble continente y la serenidad del Hijo de Dios formaban un vivo contraste con la agitación y el furor de sus acusadores. Esto hizo mucha impresión en Pilato y le convenció de la inocencia de Jesús. CNS 113.11

Con la esperanza de aclarar el asunto, internó al Salvador en su casa para interrogarle así: “¿Eres tú el rey de los Judíos?” CNS 113.12

Cristo no le dió contestación directa, sino que preguntó a Pilato: CNS 114.1

“¿Dices esto de ti mismo, o te lo han dicho otros de mí?” CNS 114.2

El Espíritu de Dios estaba luchando con Pilato. La pregunta de Jesús tenía por objeto hacerle examinar más a fondo su propio corazón. Pilato comprendió el significado de la pregunta. Pudo ver lo que había en su propio corazón y quedó convencido de que era pecador. Pero el orgullo pudo más que su conciencia y contestó: CNS 114.3

“¿Acaso soy yo judío? Tu misma nación y los jefes de los sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué hiciste?” CNS 114.4

Pilato desperdició su preciosa oportunidad. Pero Jesús quiso que Pilato comprendiera que no había venido para ser rey terrenal y por tanto le dijo: CNS 114.5

“Mi reino no es de este mundo: si de este mundo fuera mi reino, entonces pelearían mis servidores para que yo no fuese entregado a los judíos: ahora empero mi reino no es de aquí.” CNS 114.6

Díjole entonces Pilato: “¿Eres, pues, rey?” CNS 114.7

“Respondió Jesús: Tú dices que soy rey. Yo para esto nací, y a este intento vine al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad oye mi voz.” CNS 114.8

Pilato tenía deseos de conocer la verdad. Su mente se hallaba confundida. Sintió en su corazón un gran deseo de saber qué era realmente la verdad y cómo podía obtenerla, y se valió de las palabras del Salvador para preguntarle: CNS 114.9

“¿Qué cosa es verdad?” CNS 114.10

Pero no esperó la contestación. El tumulto crecía y el pueblo rugía fuera de la sala del tribunal. Los sacerdotes exigían acción inmediata, de modo que Pilato reasumió su actitud de gobernador romano. Saliendo afuera declaró: CNS 114.11

“Yo no hallo en él ningún delito.” Juan 18:33-38. CNS 115.1

Estas palabras del juez pagano censuraban vivamente la villanía y falsedad de los gobernantes de Israel que acusaban al Salvador. CNS 115.2

Al oír los sacerdotes y ancianos las palabras de Pilato, su despecho y su cólera no tuvieron límites. Tanto tiempo habían esperado y buscado esta oportunidad de acabar con Jesús, y ahora que quizá se les iba a escapar, parecían dispuestos a despedazarle vivo. CNS 115.3

Perdieron todo juicio y dominio propio, profirieron maldiciones y se condujeron más como demonios que como hombres. Se enfurecieron contra Pilato y le amenazaron con la censura del gobierno de Roma. Le acusaron de rehusar condenar a Jesús, quien, afirmaban ellos, se había levantado contra César. Gritaron: CNS 115.4

“Incita al pueblo, enseñando por toda la Judea; y comenzando desde Galilea, llega hasta aquí.” Lucas 23:5. CNS 115.5

En aquel momento Pilato no pensaba condenar a Jesús. Estaba convencido de su inocencia. Pero cuando oyó decir que Cristo era de Galilea, resolvió enviarlo a Herodes, gobernador de aquella provincia, pero de visita entonces en Jerusalén. Pilato intentó por este medio echar la responsabilidad del juicio sobre Herodes. CNS 115.6

Jesús se sentía desfallecer de hambre y por falta de sueño y también de resultas de las crueldades que habían hecho con él. Pero Pilato le volvió a entregar a los soldados, los cuales se lo llevaron entre las mofas e insultos de la multitud. CNS 115.7

Herodes no había conseguido hasta entonces ver a Jesús, aunque hacía mucho que deseaba verle y presenciar alguna manifestación de su maravilloso poder. Cuando el Salvador fué traído a su presencia, la turba se apiñaba oprimiéndole y vociferando. Herodes impuso silencio, pues deseaba interrogar al preso. CNS 116.1

Con curiosidad y algo de lástima contempló el pálido semblante de Cristo, encontrando en él señales de profunda sabiduría y admirable pureza. Así como Pilato, quedó él también convencido de que la envidia y la maldad de los judíos eran causa única de sus acusaciones contra él. CNS 116.2

Herodes instó a Jesús a que hiciera algunos de sus grandes milagros ante él. Le prometió ponerlo en libertad si lo hacía. Mandó traer de la calle algunos tullidos y cojos y con tono de autoridad mandó a Jesús que los curara. Pero el Salvador permaneció ante Herodes como quien no ve ni oye. CNS 116.3

El Hijo de Dios había tomado sobre sí la naturaleza del hombre y tenía que hacer lo que el hombre hubiera tenido que hacer en circunstancias análogas. Por lo tanto no podía efectuar un milagro para satisfacer una vana curiosidad o para ahorrarse el dolor y la humillación que un hombre cualquiera, colocado en su lugar, hubiera tenido que sufrir. CNS 116.4

El terror se había apoderado de sus acusadores cuando Herodes pidió a Cristo que hiciera un milagro. Más que cualquiera otra cosa temían una manifestación de su poder divino, que dejara frustrados sus planes y que tal vez les acarrearía a ellos la muerte. Por esto dijeron a gritos que Jesús hacía sus milagros por el poder de Belcebú, príncipe de los demonios. CNS 116.5

Tiempo antes Herodes había escuchado las enseñanzas de Juan Bautista; había sido muy impresionado por las amonestaciones del profeta, pero no quiso abandonar su vida de intemperancia y de pecado. Su corazón se endureció y por fin, bajo los efectos de la bebida, mandó decapitar a Juan para complacer a la perversa Herodías. CNS 117.1

Pero ahora su corazón estaba aun más endurecido. No pudo soportar el silencio de Jesús. Su rostro se demudó de furor y prorrumpió en amenazas contra el Salvador, el cual permanecía aún impasible y mudo. CNS 117.2

Cristo había venido al mundo para sanar a los quebrantados de corazón. Si se hubiera tratado de decir alguna palabra para sanar almas heridas por el pecado, no habría guardado silencio. Pero no tenía nada que decir a aquellos impíos que sólo habrían hollado la verdad bajo sus pies. CNS 117.3

El Salvador habría podido dirigir a Herodes palabras que penetraran el corazón del rey empedernido. Habría podido aterrorizarlo haciéndole presente la enorme iniquidad de su vida y la espantosa suerte que le esperaba. Pero el silencio de Cristo fué la reprensión más fuerte que se le hubiera podido hacer. CNS 117.4

Los oídos que siempre habían estado dispuestos a escuchar el clamor de las súplicas humanas no prestaron atención alguna al mandato de Herodes. El corazón que siempre se había dejado conmover hasta por las súplicas de los pecadores más empedernidos, permaneció insensible ante el orgulloso rey que no sentía necesidad de un Salvador. CNS 117.5

En su enojo, Herodes se volvió hacia el pueblo y declaró que Jesús era un impostor. Pero los acusadores del Salvador sabían bien que no lo era, pues habían presenciado demasiadas de sus grandes obras para creer cosa semejante. CNS 118.1

Entonces el rey empezó a burlarse con desprecio y a ridiculizar ignominiosamente al Hijo de Dios. “Y Herodes con sus soldados le trató con desprecio; y haciendo burla de él, le vistió de una ropa esplendorosa.” Lucas 23:11. CNS 118.2

Al ver el malvado rey que Jesús lo sufría todo con silenciosa resignación, le embargó el súbito temor de que esa persona no fuese un hombre como otro cualquiera. Comenzó a preguntarse si aquel preso no sería algún ser celestial descendido a la tierra. CNS 118.3

Herodes no se atrevió a ratificar la condena de Jesús; y para librarse de tan terrible responsabilidad devolvió a Jesús a Pilato. CNS 118.4