Cristo en Su Santuario

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El ministerio de Cristo en el santuario celestial

En el templo celestial, la morada de Dios, su trono está asentado en justicia y juicio. En el Lugar Santísimo está su ley, la gran regla de justicia por la cual es probada toda la humanidad. El arca, que guarda las tablas de la ley, está cubierta con el propiciatorio, ante el cual Cristo ofrece su sangre en beneficio del pecador. Así se representa la unión de la justicia y la misericordia en el plan de la redención humana. Sólo la sabiduría infinita podía idear dicha unión y sólo el poder infinito podía realizarla; es una unión que llena todo el cielo de admiración y adoración. Los querubines del Santuario terrenal, que miraban reverentemente hacia el propiciatorio, representaban el interés con el cual las huestes celestiales contemplan la obra de la redención. Es el misterio de la misericordia que los ángeles desean contemplar: que Dios puede ser justo al mismo tiempo que justifica al pecador arrepentido y restaura su relación con la raza caída; que Cristo pudo humillarse para sacar a innumerables multitudes del abismo de la perdición y vestirlas con las vestiduras inmaculadas de su propia justicia, con el fin de unirlas con ángeles que no cayeron jamás y así habiten para siempre en la presencia de Dios. CES 91.2

La obra de Cristo como mediador del hombre se presenta en esa hermosa profecía de Zacarías relativa a Aquel “cuyo nombre es El Vástago”. El profeta dice: “Sí, edificará el Templo de Jehová, y llevará sobre sí la gloria; y se sentará y reinará sobre su [el del Padre] trono, siendo Sacerdote sobre su trono; y el consejo de la paz estará entre los dos”. Zacarías 6:12, 13, VM. CES 91.3

“Edificará el Templo de Jehová”. Cristo, por medio de su sacrificio y mediación, es tanto el fundamento como el constructor de la iglesia de Dios. El apóstol Pablo lo señala como “la piedra angular. En él todo el edificio, bien armado, se va levantando para llegar a ser un templo santo en el Señor. En él también ustedes son edificados juntamente para ser morada de Dios por su Espíritu”. Efesios 2:20-22, NVI. CES 91.4

“Llevará sobre sí la gloria”. A Cristo pertenece la gloria de la redención de la raza caída. Por toda la eternidad, el canto de los redimidos será: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre... a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos”. Apocalipsis 1:5, 6. CES 92.1

“Se sentará y reinará sobre su trono, siendo Sacerdote sobre su trono”. No todavía sobre “su trono de gloria”; el reino de gloria no le ha sido anunciado aún. Solo cuando su obra mediadora haya terminado, “el Señor Dios le dará el trono de David su padre”, un reino del que “no tendrá fin”. Mateo 25:31; Lucas 1:32, 33. Como sacerdote, Cristo está sentado ahora con el Padre en su trono. Apocalipsis 3:21. En el trono, en compañía del Dios eterno que existe por sí mismo, está el Ser que “cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores”, quien fue “tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado”, para poder “socorrer a los que son tentados”. “Si alguno pecare, abogado tenemos para con el Padre, a saber, a Jesucristo el justo”. Isaías 53:4; Hebreos 4:15; 2:18, NVI; 1 Juan 2:1, VM. Su intercesión es la de un cuerpo traspasado y quebrantado y de una vida inmaculada. Las manos heridas, el costado abierto, los pies desgarrados, abogan en favor del hombre caído, cuya redención fue comprada a tan infinito precio. CES 92.2

“Y el consejo de la paz estará entre los dos”. El amor del Padre, no menos que el del Hijo, es la fuente de salvación para la raza perdida. Jesús dijo a sus discípulos antes de irse: “No os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os ama”. Juan 16:26, 27. “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo”. 2 Corintios 5:19. Y en el ministerio del Santuario celestial, “el consejo de la paz estará entre los dos”. “Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”. Juan 3:16, NVI. CES 92.3