Cristo en Su Santuario

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El día de la expiación

Una vez al año, en el gran Día de la Expiación, el sacerdote entraba en el Lugar Santísimo para limpiar el Santuario. La obra allí desarrollada completaba el ciclo anual de ceremonias. CES 37.2

En el Día de la Expiación se llevaban dos machos cabríos a la puerta del tabernáculo y se echaba suerte sobre ellos, “una suerte por Jehová, y otra suerte por Azazel”. Levítico 16:8. El macho cabrío sobre el cual caía la primera suerte debía matarse como ofrenda por el pecado del pueblo. Y el sacerdote debía llevar la sangre dentro del velo y rociarla sobre el propiciatorio. “Así purificará el santuario, a causa de las impurezas de los hijos de Israel, de sus rebeliones y de todos sus pecados; de la misma manera hará también al tabernáculo de reunión, el cual reside entre ellos en medio de sus impurezas”. Vers. 16. CES 37.3

“Y pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto. Y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada; y dejará ir el macho cabrío por el desierto”. Vers. 21, 22. Sólo después de haberse alejado al macho cabrío de esta manera, se consideraba el pueblo libre de la carga de sus pecados. Todo hombre debía contristar su alma mientras se verificaba la obra de expiación. Todos los negocios se suspendían, y toda la congregación de Israel pasaba el día en solemne humillación delante de Dios, en oración, ayuno y profundo análisis del corazón. CES 37.4

Mediante este servicio anual se le enseñaba al pueblo importantes verdades acerca de la expiación. En la ofrenda por el pecado que se ofrecía durante el año se aceptaba un sustituto en lugar del pecador; pero la sangre de la víctima no hacía completa expiación por el pecado. Sólo proveía un medio en virtud del cual el pecado se transfería al Santuario. Al ofrecerse la sangre, el pecador reconocía la autoridad de la ley, confesaba la culpa de su transgresión y expresaba su fe en Aquel que habría de quitar los pecados del mundo; pero no quedaba completamente exonerado de la condenación de la ley. En el Día de la Expiación, el sumo sacerdote, llevando una ofrenda por la congregación, entraba en el Lugar Santísimo con la sangre y la rociaba sobre el propiciatorio, encima de las tablas de la ley. En esa forma los requerimientos de la ley, que exigían la vida del pecador, quedaban satisfechos. Entonces, en su carácter de mediador, el sacerdote tomaba los pecados sobre sí mismo y, saliendo del Santuario, llevaba sobre sí la carga de la culpa de Israel. A la puerta del tabernáculo ponía sus manos sobre la cabeza del macho cabrío [símbolo de Azazel] y confesaba “sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío”. Y cuando el macho cabrío que llevaba estos pecados era conducido al desierto, se consideraba que con él se alejaban para siempre del pueblo. Tal era el servicio verificado como “figura y sombra de las cosas celestiales”. Hebreos 8:5. CES 37.5