El Colportor Evangélico

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Para ser educados y preparados

Los presidentes de nuestras asociaciones y otras personas que ocupan posiciones de responsabilidad tienen un deber que cumplir en este asunto, para que los diferentes ramos de nuestra obra reciban igual atención. Se han de educar y adiestrar colportores para hacer la obra indispensable de vender los libros sobre la verdad presente que la gente necesita. Es necesario que se dediquen a esta obra hombres de profunda experiencia cristiana, hombres de mente bien equilibrada, fuertes y bien educados. El Señor desea que emprendan el colportaje quienes sean capaces de educar a otros, que puedan despertar en jóvenes promisorios de uno y de otro sexo un interés en este ramo de la obra e inducirlos a iniciar el colportaje con éxito. Algunos tienen el talento, la educación y la experiencia que los habilitarían para educar a los jóvenes para el colportaje de tal manera que se logre mucho más de lo que se logra ahora. CE 60.1

Los que tiene experiencia con los que no la tienen—Quienes han adquirido experiencia en este trabajo tienen un deber especial que cumplir en lo que se refiere a enseñar a otros. Eduquen, eduquen, eduquen a jóvenes de uno y otro sexo para que vendan los libros que los siervos del Señor escribieron, inducidos por su Espíritu Santo. El Señor desea que seamos fieles en educar a los que aceptan la verdad, para que puedan creer con un propósito y trabajar inteligentemente según el método del Señor. Relaciónense las personas inexpertas con obreros de experiencia para que puedan aprender a trabajar. Busquen muy fervorosamente al Señor. Pueden hacer una buena obra en el colportaje si obedecen las palabras: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina”. 1 Timoteo 4:16. Los que den evidencia de estar verdaderamente convertidos y emprendan el colportaje, verán que es la mejor preparación para otros ramos de labor misionera. CE 60.2

Si los que conocen la verdad la quieren practicar, idearán métodos para encontrar a la gente donde está. Fue la providencia de Dios la que en los comienzos de la iglesia cristiana dispersó a los santos y los hizo salir de Jerusalén a muchas partes del mundo. Los discípulos de Cristo no permanecieron en Jerusalén ni en las ciudades cercanas, sino que transpusieron los límites de su propio país y siguieron las grandes vías de comunicación, buscando a los perdidos para llevarlos a Dios. Hoy el Señor desea ver su obra realizada en muchos lugares. No debemos limitar nuestras labores a unas pocas localidades.—Joyas de los Testimonios 2:545, 546 (1900). CE 61.1