A Fin de Conocerle

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Moradas para vosotros, 23 de diciembre

No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. Juan 14:1-3. AFC 361.2

Cuando Cristo estaba en la tumba, los discípulos recordaron estas palabras. Meditaron en ellas, y lloraron porque no pudieron medir su significado. Ninguna fe ni esperanza alivió el corazón de los afligidos discípulos. Únicamente acertaron a repetir estas palabras: “Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. AFC 361.3

Hay mansiones preparadas para todos los que se sometan a la obediencia de la ley divina. Y para que la familia humana no tuviera excusa a causa de las tentaciones de Satanás, Cristo se humanó. El único Ser que era uno con Dios vivió la ley en su humanidad, descendió a la humilde familia de un obrero común, y trabajó en el banco de carpintero con su padre terrenal. Vivió la vida que pide de todos los que pretenden ser sus hijos. Así suprimió el poderoso argumento de Satanás de que Dios requiere de la humanidad una abnegación y sujeción que él mismo no está dispuesto a prestar... AFC 361.4

Jesús no requiere de los hombres que van tras sus pasos más de lo que él mismo realizó. Él era la Majestad del cielo, el Rey de gloria, pero por nosotros se hizo pobre, para que nosotros por su pobreza nos enriqueciéramos. Casi sus últimas palabras fueron: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí”. En vez de estar afligidos y apenados, debéis regocijaros, dice Cristo. Vine al mundo por vosotros. Ya cumplí mi tiempo en la tierra. En adelante estaré en el cielo. Por vosotros he trabajado con interés en el mundo. En el futuro me ocuparé tan dedicadamente como ahora en una tarea más importante por vosotros. Vine a redimiros: voy a preparar moradas para vosotros en el reino de mi Padre.—Carta 121, 1897. AFC 362.1