Conflicto y Valor

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Tomás, el incrédulo, 18 de noviembre

Juan 20:19-29.

Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron. Juan 20:29. CV 328.1

Cuando Cristo se encontró por primera vez con los discípulos en el aposento alto, Tomás no estaba con ellos. Oyó el informe de los demás y recibió abundantes pruebas de que Jesús había resucitado; pero la lobreguez y la incredulidad llenaban su alma... Estaba resuelto a no creer, y por una semana entera reflexionó en su condición, que le parecía tanto más oscura en contraste con la esperanza y la fe de sus hermanos... Amaba ardientemente a su Señor, pero permitía que los celos y la incredulidad dominasen su mente y corazón.—El Deseado de Todas las Gentes, 747. CV 328.2

Con firme suficiencia declaró que no lo creería, a no ser que viera en sus manos la señal de los clavos y pusiera su mano en el costado que atravesó la lanza... CV 328.3

Cuando Jesús volvió otra vez adonde estaban sus discípulos, hallábase Tomás con ellos ... Jesús se la dio [la evidencia] tal como la había deseado.—Primeros Escritos, 187. CV 328.4

Su corazón palpitó de gozo, y se echó a los pies de Jesús clamando: “¡Señor mío, y Dios mío!” Jesús aceptó este reconocimiento, pero reprendió suavemente su incredulidad... CV 328.5

Muchos que, como Tomás esperan que sea suprimida toda causa de duda, no realizarán nunca su deseo. Quedan gradualmente confirmados en la incredulidad... CV 328.6

En el trato que concedió a Tomás, Jesús dio una lección para sus seguidores. Su ejemplo demuestra cómo debemos tratar a aquellos cuya fe es débil y que dan realce a sus dudas. Jesús no abrumó a Tomás con reproches ni entró en controversia con él. Se reveló al que dudaba. Tomás había sido irrazonable al dictar las condiciones de su fe, pero Jesús, por su amor y consideración generosa, quebrantó todas las barreras. La incredulidad queda rara vez vencida por la controversia... Pero revélese a Jesús en su amor y misericordia como el Salvador crucificado, y de muchos labios antes indiferentes se oirá el reconocimiento de Tomás: “¡Señor mío, y Dios mío!”. El Deseado de Todas las Gentes, 748.* CV 328.7