Fe y Obras

49/79

Informe de Elena G. de White sobre la reacción al sermón de Ottawa

Informe del congreso anual celebrado en Ottawa, Kansas, publicado en la The Review and Herald, 23 de julio de 1889 y en Mensajes Selectos 1:416-420.

En la reunión de Kansas, mi oración a Dios fue que el poder del enemigo pudiera ser quebrantado y que el pueblo que había estado en tinieblas pudiera abrir su corazón y mente al mensaje que Dios le enviara, que pudiera ver la verdad, nueva para muchas mentes, como una verdad antigua en un marco nuevo. La comprensión del pueblo de Dios ha sido cegada, pues Satanás ha distorsionado el carácter de Dios. Nuestro bueno y bondadoso Señor ha sido presentado delante de la gente revestido de los atributos de Satanás, y hombres y mujeres que han estado buscando la verdad, han considerado a Dios durante tanto tiempo bajo un aspecto falso, que es difícil despejar la nube que oscurece a la vista de ellos la gloria de Dios. Muchos han estado viviendo en una atmósfera de dudas, y parece casi imposible que se aferren de la esperanza presentada ante ellos en el Evangelio de Cristo... FO 82.1

Durante el sábado, se presentaron verdades que eran nuevas para la mayoría de la congregación. Cosas nuevas y viejas fueron extraídas del tesoro de la Palabra de Dios. Se revelaron verdades que la gente apenas podía comprender y aplicar. La luz brilló de los oráculos de Dios en relación con la Ley y el Evangelio, en relación con el hecho de que Cristo es nuestra justicia, lo cual pareció a las almas que estaban hambrientas de la verdad como una luz demasiado preciosa para ser recibida. FO 82.2

Pero las labores del sábado no fueron en vano. El domingo de mañana hubo una manifiesta evidencia de que el Espíritu de Dios estaba efectuando grandes cambios en la condición espiritual y moral de los congregados. Hubo una entrega de la mente y del corazón a Dios, y dieron preciosos testimonios los que habían estado mucho tiempo en tinieblas. Un hermano habló de la lucha que había experimentado antes de que pudiera recibir las buenas nuevas de que Cristo es nuestra justicia. El conflicto fue difícil, pero el Señor estaba obrando en él y su mente fue transformada y su fortaleza renovada. El Señor le presentó la verdad en forma clara, revelándole el hecho de que sólo Cristo es la fuente de toda esperanza y salvación. “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”. Juan 1:4, 14. FO 83.1

Uno de nuestros jóvenes ministros dijo que había disfrutado más de la bendición y el amor de Dios durante esa reunión que en toda su vida hasta ese momento. Otro declaró que las pruebas, las perplejidades y los conflictos que había soportado en su mente habían sido de tal naturaleza que se había visto tentado a renunciar a todo. Había sentido que no había esperanza para él, a menos que pudiera obtener más de la gracia de Cristo, pero que mediante la influencia de las reuniones había experimentado un cambio de corazón y tenía un conocimiento mejor de la salvación mediante la fe en Cristo. Comprendió que tenía el privilegio de ser justificado por la fe. Quedó en paz con Dios y, con lágrimas, confesó qué alivio y bendición había recibido en su alma. En todas las reuniones sociales se dieron muchos testimonios en cuanto a la paz, el consuelo y el gozo que los hermanos habían encontrado al recibir la luz. FO 83.2

Agradecemos al Señor de todo corazón porque tenemos una preciosa luz que presentar ante la gente, y nos regocijamos porque tenemos un mensaje para este tiempo que es verdad presente. Las nuevas de que Cristo es nuestra justicia han proporcionado alivio a muchísimas almas, y Dios dice a su pueblo: “Avanza”. El mensaje a la Iglesia de Laodicea se aplica a nuestra condición. Cuán claramente se describe la posición de los que creen que tienen toda la verdad, que se enorgullecen de su conocimiento de la Palabra de Dios, al paso que no se ha sentido en su vida el poder santificador de ella. Falta en su corazón el fervor del amor de Dios, pero precisamente ese fervor del amor es lo que hace que el pueblo de Dios sea la luz del mundo. FO 84.1