Fe y Obras

13/79

La norma de la verdadera santificación

Artículo publicado en la Review and Herald, el 8 de marzo de 1881..

“Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo”. 1 Tesalonicenses 5:23.

La santificación se obtiene únicamente en obediencia a la voluntad de Dios. Muchos que deliberadamente pisotean la ley de Jehová pretenden tener un corazón puro y una vida santificada. Pero los tales no tienen un conocimiento salvador de Dios o de su ley. Se alinean en las filas del gran rebelde. El está en guerra contra la ley de Dios, que es el fundamento del gobierno divino en el cielo y en la tierra. Estos hombres están realizando el mismo trabajo que su maestro ha hecho al tratar de invalidar la santa ley de Dios. A ningún transgresor de los mandamientos le será permitido entrar en el cielo; pues aquel que una vez fue un querubín cubridor puro y exaltado, fue arrojado fuera por rebelarse contra el gobierno de Dios. FO 28.1

Para muchos, la santificación es meramente justificación propia. Y sin embargo estas personas declaran osadamente que Jesús es su Salvador y Santificador. ¡Qué engaño! ¿Acaso el Hijo de Dios va a santificar al transgresor de la ley del Padre, esa ley que Cristo vino a exaltar y honrar? El testifica: “Yo he guardado los mandamientos de mi Padre”. Dios no va a rebajar su ley para ponerla al nivel de las normas imperfectas del hombre; y el hombre no puede satisfacer los requerimientos de esa santa ley sin experimentar arrepentimiento delante de Dios y fe en nuestro Señor Jesucristo. FO 28.2

“Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”. 1 Juan 2:1. Pero Dios no entregó a su Hijo a una vida de sufrimiento e ignominia y a una muerte oprobiosa para exonerar al hombre de la obediencia a la ley divina. Tan grande es el poder engañoso de Satanás que muchos han sido inducidos a considerar que el sacrificio de Cristo no tiene real valor. Cristo murió porque no había ninguna otra esperanza para el transgresor. Este puede tratar de guardar la ley de Dios en el futuro; pero la deuda en la que ha incurrido en el pasado permanece, y la ley debe condenarlo a muerte. Cristo vino a pagar esa deuda por el pecador, la cual era imposible que éste pagara por sí mismo. Así, mediante el sacrificio expiatorio de Cristo, le fue concedida al hombre pecador otra oportunidad. FO 29.1