Hijos e Hijas de Dios

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Murió para darnos vida, 5 de enero

En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. 1 Juan 4:10. HHD 13.1

En la redención, Dios reveló su amor por medio de un sacrificio, un sacrificio tan amplio, tan profundo y tan alto, que es inconmensurable. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito...”Cuando el pecado de Adán hundió a la raza en la miseria y la desesperación, Dios podría haberse separado de los caídos. Podría haberlos tratado como merecen que se trate a los pecadores. Podría haber enviado a sus ángeles para que derramaran sobre nuestro mundo las copas de su ira. Podría haber hecho desaparecer esta oscura mancha del universo. Pero no lo hizo. En lugar de echarlos de su presencia, se acercó más a la raza caída. Dio a su Hijo para que llegara a ser hueso de nuestro hueso y carne de nuestra carne. “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros... lleno de gracia y de verdad”. Cristo, mediante su relación con los seres humanos, puso al hombre más cerca de Dios todavía. Revistió su naturaleza divina con el manto de la humanidad, y demostró ante el universo celestial, ante los mundos no caídos, cuánto ama Dios a los hijos de los hombres. HHD 13.2

El don de Dios en favor del hombre excede a todo cálculo. Nada se escatimó. Dios no podía permitir que se dijera que podía haber hecho algo más, que podía revelar a la humanidad un amor mayor. En el don de Cristo, dio todo el cielo. HHD 13.3

El Altísimo, que estaba junto al Padre antes de que el mundo fuera, se sometió a la humillación para poder elevar a la humanidad. La profecía quita el velo, para que podamos contemplar el trono del cielo, para que podamos mirar en ese trono alto y elevado a Uno que está allí en forma humana, y que vino a este mundo a sufrir, a ser lacerado por los azotes y a ser quebrantado por nuestras iniquidades.—Manuscrito 21, 1900. HHD 13.4